Simplemente Laura

8

— Esto es una maldita broma, ¿verdad? –exclamó Juan en tono de ironía, dibujando una sonrisa malévola en su rostro–.

— No, no lo es –respondí desilusionado–.

— Bueno... –dijo dándome un par de palmadas en la espalda–, entonces tienes un gran lío que resolver por delante.

Lo que causó esta conmoción en nosotros fue lo que estaba escrito en el pedazo de papel morado que Laura me había entregado unas horas atrás:

 

"Si el corazón de una princesa quieres conquistar,

bajo la lluvia o el sol tendrás que bailar”

 

Volví a leer la pequeña nota por enésima vez, aunque ahora meditando profundamente el significado escondido detrás de cada palabra. Y con cada nueva lectura que hacía, más se iban multiplicando mis posibilidades de arrojar la toalla. Ahora más que nunca quedaba absolutamente claro que la batalla por conquistar su corazón era una misión de vida o muerte. De matar o morir. Incluso me llegué a preguntar si en verdad valdría la pena realizar un último esfuerzo, teniendo en cuentas estas circunstancias.

— Al parecer tu chica se la ha pasado toda su niñez y adolescencia leyendo cuentos de hadas...

— Probablemente... –repliqué muy serio, tratando de no dejarla en ridículo a sus espaldas. Al fin y al cabo, hubiésemos querido o no, todos alguna vez en nuestra vida tuvimos la oportunidad de leerlos–.

— Y ahora está buscando a su príncipe azul... –en el rostro de Juan se esbozó una sonrisa burlona–.

— Por lo que escucho, tú también tienes idea de lo que estás hablando, ¿no? Ahora dime, ¿cuál es tu cuento de hadas favorito?

Entonces la conversación se detuvo abruptamente. Juan mostró su lado más oscuro y hostil, sin antes haberse sonrojado y también puesto nervioso. Si bien yo ya conocía de memoria esa faceta de su personalidad, a veces me sentía culpable por provocarlo.

Hoy, sin embargo, más que nunca tuve la conciencia tranquila, porque sabía que nos habíamos gastado un par de bromas pesadas de lado a lado. Por lo tanto, equitativamente, estábamos a mano.

— Cambiando de tema –replicó con un tono de voz apagada, como si estuviera despertándose de un shock nervioso –. ¿Cómo demonios piensas que vas a resolver ese maldito problema del baile, eh? Ambos sabemos que para eso sí que vales una mierda...

Me alegró que solo bastaran un par de minutos para que todo volviera a la normalidad. A Juan, el único de los verdaderos amigos que aún conservaba de la infancia, se le había esfumado el coraje de momento. Y es que solía suceder cuando teníamos una pequeña discusión. La ira no duraba más allá de cinco minutos.

Aparte de todo, porque más allá que considerarlo un simple amigo, lo veía como mi hermano. Desde críos nos habíamos guardado tantos secretos, habíamos compartido tantas experiencias juntos; que con el paso de los años nos acostumbramos a comportarnos como si fuésemos una familia.

Y fue precisamente por aquello que nadie más se llegó a enterar de lo del papelito morado. Nadie. Los otros tuvieron que conformarse con saber que tenía una cita el viernes y nada más. Así, sin ahondar en detalles.

— No te preocupes –dije algo confiado–, creo que todavía me queda un as bajo la manga. Bueno, eso espero... En tal caso, tendré que sacarle el máximo provecho.

— No quisiéramos que se repita el episodio del año pasado, ¿verdad?

— Jamás... jamás. No al menos en esta vida.

— Y bien, ¿se puede saber entonces a quién demonios vas a recurrir esta vez?

— A mi hermana. Sí, mi hermana. Es la última de las opciones que me queda por esta vez...




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