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Caminamos alrededor de quince minutos hasta llegar a una tienda de ropa masculina llamada "El Caballero Elegante". Por el diseño de la fachada y la estructura de la entrada (compuesta íntegramente de paneles de vidrio transparente, sobre un marco de concreto en color negro), se podía intuir que era un local bastante amplio y lujoso, exclusivo para personas de clase alta; lo que me llevó a cuestionarme seriamente sobre la hipótesis de Juan acerca de los “precios razonables”.

Como la tarde era calurosa y asfixiante, debido a que el sol, gracias a la mínima presencia de nubes en el cielo, brillaba canicularmente; estaba empapado en sudor y muerto de sed (ya que nunca nos detuvimos en el camino a comprar una botella de agua o tan solo a descansar).

No supe si fue el clima extremo, el desplante de Laura, las parejas que paseaban sonrientes tomadas de la mano por la calle, o la combinación de todos estos factores, lo que provocó que de repente me sintiera muy desmotivado y deprimido. Casi que no pronuncié palabra alguna mientras hacíamos el recorrido al local, y mi rostro denotaba a leguas decepción y melancolía.

Cuando Juan se disponía a entrar en el local, él, más decidido y dinámico que yo, a pesar de no ser el implicado; me quedé inmóvil sobre la acera. Distraído. Desorientado.

— ¿Sucede algo? –preguntó mi amigo extrañado, apoyando su mano en mi espalda en señal de camaradería–.

— Creo que deberíamos parar con esto... –dije de pronto con un dolor profundo en el alma–. Cada vez estoy más convencido de que para Laura solo soy un capricho, un juguete, una vanidad. Un objeto que puede utilizar a su gusto y antojo para engrandecer su ego cuando lo desee...

— ¿Acabas de escuchar lo que estás diciendo? –refutó Juan estupefacto–. Hombre, ¿de repente qué mosquito te ha picado?

— ¡Acaso no lo comprendes! –exclamé ofuscado por la ira y la desilusión–. ¿O es que no te fijaste en la manera tan despiadada como me trató esta tarde?

— Por favor hermano tranquilízate... Tampoco es para tanto.

— Por Dios, ¿te volviste loco? ¿Crees que esto es un maldito juego para mí?

— Ok, ok... haré como si no hubiéramos tenido esta discusión antes, sí... –dijo intentando enfriar las cosas–. Y ahora tú, vas a escucharme.

Lo dijo con tal seriedad en su rostro, que sus ojos enseguida se encendieron violentamente como dos inmensas llamaradas explosivas. Jamás había notado tal reacción en su comportamiento y en su manera de expresarse, por lo que inconscientemente cedí. La aceleración en los latidos de mi corazón disminuyó y la adrenalina fue desapareciendo lentamente. Ahora, más que asemejarme a un cazador furtivo y salvaje, parecía una presa inofensiva y vulnerable, lista para ser víctima de un mortal ataque.

— ¡El que no lo entiende eres tú! –agregó apretando la mandíbula con fuerza–. Laura te está poniendo a prueba...

Esas palabras, que en principio no encerraban sentido alguno para mí, luego se fueron aclarando con su minuciosa explicación.

Entonces me mantuve en silencio escuchándolo atentamente, sin interrumpirlo.

— No cometas el mismo error que cometí yo hace tiempo atrás con Emily –dijo en tono intenso–. Y solo porque te considero como un hermano te voy a contar un secreto que a nadie me he atrevido a contárselo por temor a ser juzgado. Aunque debes prometerme que quedará guardado entre ambos. Es acerca de cómo terminé mi relación con ella...

Entonces el ambiente se tornó un poco más tenso e incómodo que antes. Juan iba a sincerarse.

Quise cumplir la promesa sellando el pacto de palabra, pero como todavía continuaba en estado de shock, no me di tiempo para reaccionar. Aunque obligué varias veces a mi cerebro a enviar mensajes instantáneos al resto del cuerpo para que éste recuperara el movimiento, todos fueron en vano.

— Dos semanas antes de terminar con Emily, ella me invitó a cenar a uno de nuestros restaurantes favoritos, pues tenía algo urgente que platicar conmigo. Lo recuerdo perfectamente. Era un lunes. Nueve y media de la noche...