El reloj marcó las cuatro de la tarde y ni siquiera comenzaba a alistarme. Si bien la cosa me tomaría menos de diez minutos, pues era rápido en ese sentido, debía considerar otros factores que podían retrasarnos: el tráfico de la cuidad por ejemplo, la fila que debía hacer para recibir el listón de acceso y bienvenida, la revisión obligatoria de seguridad... etc. Al recordarlo me apresuré y saqué la ropa del armario con mucho cuidado: no deseaba que por algún motivo se manchase, se arrugase, o algo peor. Enseguida me coloqué la camisa, el pantalón, la chaqueta, las medias, los zapatos y el reloj, y me miré al espejo. A pesar de que no era un tipo que presumía de poseer grandes músculos o tener una cara bonita, me veía muy bien. El cambio de ropa y de look había sido tan radical, que casi no pude reconocerme. Me veía muy distinguido y elegante. Y como la elegancia y distinción también demuestran personalidad, después de todo, valió la pena gastar ese dinero.
De pronto, al revisar el último de los cajones de mi mesita de noche, donde guardaba dinero en efectivo, encontré una foto de Laura. La foto aún se conservaba nueva y me mostraba a ella, sonriente, sentada al filo de un muelle, con el mar azul detrás y el sol en su gran majestuosidad. No reconocí ni pregunté el lugar donde se había retratado o la razón que la llevó a realizar aquel viaje, pero recordé que la había robado de su mochila, días después de conocernos, para llevarla conmigo a todos lados, pues me había enamorado de ella. Enseguida me puse nervioso nuevamente y comprendí que quizás desde esta noche no solo sería dueño de una fotografía inerte, sino de la persona de carne y hueso que se escondía tras ella. Algo en mi interior insistía que tenía todo para conseguirlo y solo era cuestión de divertirme y déjame llevar.
Salí de mi habitación motivado, con dos billetes de veinte dólares y fui a la cocina por un vaso de agua, para tranquilizarme. De paso aproveché para tocar a la puerta de Lucy, quien no había dado señales de vida desde que se encerró hace dos horas atrás.
— El taxi está por llegar, apresúrate...
— Cinco minutos, por favor –respondió con voz chillona–.
Hacía tanto ruido dentro, que más que una habitación de una señorita normal parecía un campo de batalla. Intente mirar por la pequeña abertura entre la puerta y la batiente, pero no logré divisar absolutamente nada fuera de lo normal.
— ¿Necesitas ayuda? –pregunté algo preocupado–.
— ¡Dije que cinco minutos! –respondió con un grito tan ensordecedor que fue suficiente para darlo por entendido–.
— Ok, ok, afuera te espero...
Fui a la cocina y me serví un vaso de agua junto con un cubito de hielo.
Mientras esperaba por mi hermana y por el taxi, volví a ojear minuciosamente la foto de Laura, que la había colocado en el bolsillo interior de la chaqueta con mucha precaución para que no se extraviara. Estuve tan concentrado en ella que hasta llegué a percibir que en sus ojos guardaba un brillo especial que no podía describirlo con palabras. Era esa sensación de un contacto espiritual e invisible con tu alma gemela, un cortocircuito recorriendo cada rincón de mi sistema nervioso. Incluso se me pusieron los pelos de punta cuando advertí que movió una ceja. "Me estoy volviendo loco", me dije a mi mismo en voz baja y agitando la cabeza. En realidad necesitaba quitarme este peso de encima ya, sino quería terminar encerrado en un manicomio.
— ¿Y cómo me veo? –preguntó Lucy de repente interrumpiendo mi prolongado letargo–.
Para cuando me di media vuelta por poco me desmayo al ver tanta sensualidad en el atuendo y el look de Lucy. Si bien no me agradaba mucho que se vistiera tan despampanante de vez en cuando, esta vez tuve que resignarme a aceptarlo por obvias razones: era una fiesta juvenil y las adolescentes se vestirían como lo mandaba la moda actual. Debido a que también podía presumir de sus atributos físicos, llevaba puesto un vestido lacre ceñido al cuerpo que le cubría hasta las rodillas, un escote un tanto provocativo que casi no cubría sus hombros y parte de la espalda, así como tacones rojos y una cartera del mismo color para combinar. Había recogido su cabello hacia arriba en una especie de moño acaracolado y utilizaba un tono suave de maquillaje en su rostro, con un labial color ciruela intenso. Simplemente espectacular.
— Si no fueras mi hermana, sin pensármelo dos veces ligaría contigo –dije bromeando, aunque también como un cumplido. Ambos solíamos usar la ironía como arma para matar la tensión–.
— Si no fueras mi hermano sucedería lo mismo que con Laura –dijo con intenciones malévolas–. Así que no presumas de intrépido y valiente, y vámonos...