Simplemente Laura

27

Todo el mundo bailaba y se movía entusiasmadamente al ritmo de la música pegajosa que ponía el Dj (incluyendo mis amigos, Lucy y Juan). Yo, de mi lado, permanecía varado junto a la barra que habían montado en el ala derecha del coliseo, tomándome un trago para agarrar fuerza y esperando el momento preciso para acercarme a Laura. Habían transcurrido alrededor de sesenta minutos desde que comenzó todo el alboroto.

Durante aquella instancia en la barra (donde me hice conocido de varias muchachas hermosas que intentaron llevarme a la pista de baile y a las cuales rechacé rotundamente), había rastreado a Laura minuciosamente para cerciorarme de que todo transcurriera con normalidad: por el momento, ninguna situación parecía fuera de lo común (más que el baile con uno de aquellos tipos desagradables y unos cuantos vasos de cerveza para refrescarse).

Cuando terminó la segunda ronda de música, mis amigos regresaron a formar un grupo cerca de la barra. Desde la distancia, Juan me hizo señas para que solicitara un par de bebidas, alegando que después juntarían para pagarlas. Me di media vuelta hacia la señorita de cabellos rojos que estaba atendiendo y le pedí seis cervezas personales que luego se las entregué en las manos.

— ¿Por qué eres tan aburrido? –preguntó mi hermana con algo de preocupación, aferrada a la mano de Juan–.

Al parecer, ambos por fin habían logrado un acuerdo para comenzar una relación amorosa. Sus rostros lo reflejaban todo: jamás los había visto tan felices juntos. Aquello hizo que me sintiera más tranquilo y confiado, en vísperas a lo que sería mi próxima batalla sangrienta con Laura: mi hermana ya había resuelto su situación sentimental.

— No lo presiones tanto... –respondió Juan dándole un toquecito en la cintura–. Su momento está por llegar.

— Por cierto, Laura preguntó por ti –agregó Rafael–.

— ¡Es verdad! –asintió Jaqueline–. Me pidió que te dijera en secreto que en cinco minutos te esperaría en la puerta principal, no sé para qué cosa.

— ¿En secreto? –bromeó Lucy–.

Enseguida la piel se me puso de gallina y un pequeño cortocircuito recorrió mi sistema nervioso, sobresaltándome.

— ¿Alguien me podría indicar quién esa tal Laura? –refutó Lucy muy confundida–.

— La niña del vestidito lacre y grandes ojos saltarines cafés que nos interrumpió descaradamente cuando se acercó a preguntarme si éramos hermanos –comentó Juan–.

— ¿En serio? –exclamó con semblante de tragedia–.

— Así de imbécil es tu hermano, no te preocupes –añadió Carlos irónicamente–.

— Pues parece un poquito caprichosa e interesada, ¿no?

— Un poquito nomás –continuó Jaqueline en tono de burla–. Ya la conocerás en el camino...

— ¡Por Dios Lucy! No le hagas caso a este montón de trogloditas –dije hirviendo en coraje–. Bien que todos me han estado apoyando en esto desde un principio. Especialmente tú Juan...

Tal fue la manera tan violenta en la que me expresé, que todos guardaron absoluto silencio.

— Perdón –dije tratando de enmendarlo–.

— Cinco minutos –agregó Juan mirando su reloj–.

— Allá –señaló Rafael con el dedo índice–.

Entonces vi a Laura caminar entre la multitud hasta el lugar que le había señalado a Jaqueline. En verdad, mi momento había llegado.

— Suerte hermano –añadió Lucy con un cálido abrazo–. Lo de hace rato solo fue una provocación, ya sabes, para hacerte sentir coraje. La ira es más provechosa en este tipo de situaciones: elimina el nerviosismo y el miedo al fracaso. Y no te preocupes, ella me parece una muchacha muy simpática. Un tanto loca y distraída, pero es bienvenida a la familia, si así lo decidiste.

Sus palabras por poco me sacan una lágrima.

— Gracias...

Me obsequió otro abrazo fraterno.

— Ahora ve, con confianza...




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