Simplemente Laura

29

Encaré a Juan inmediatamente supe era cómplice de Laura. La noticia, que me había tomado por sorpresa en ese momento, me causó un gran malestar y provocó que perdiera los estribos y me alterara con todo el mundo (incluso estuve a punto de golpear a uno de los organizadores, cuando se me atravesó accidentalmente por el camino). Una vez estuve cerca de él solo bastó una mirada penetrante y un movimiento de cabeza para pedirle que me acompañara. Pero me imaginé que había sospechado algo cuando lo vi hablándole a mi hermana al oído y después besándola. Dos minutos después nos encontrábamos cara a cara en el patio detrás del coliseo.

— He de suponer que Laura te lo ha contado todo, ¿no? –agregó con un tono de voz vacilante y palabras entrecortadas–.

No lo pensé dos veces y lancé un puñetazo que cayó directamente en su rostro, con tal fuerza que fue suficiente para derribarlo. Una vez en el piso, y debido a que tenía mucho coraje acumulado en el cuerpo, me cegué completamente e intenté continuar golpeándolo hasta acabarlo. Entonces le propiné sin compasión un par de patadas potentes en el tórax y la cabeza.

— ¡Alex por favor, detente! –exclamó indefenso y con evidente desventaja–. ¡Reacciona! ¡Soy yo Juan, tu amigo y hermano del alma!

Yo, que continuaba desorientado y enfurecido por aquel patético desliz de su parte, hice caso omiso a sus palabras y continué, hasta aquel punto donde Juan tuvo que sacar sus dotes de luchador profesional para defenderse. Mientras tanto, ya le había lastimado el labio y la ceja derecha, que sangraban levemente.

— ¡Ya basta Alex, es suficiente! –replicó levantándose de un brinco, raudo, prepotente y eufórico–.

Entonces recuperé el sentido del tiempo y el espacio y recordé inmediatamente que mi contrincante era más corpulento y ágil que yo en combate (pues Juan asistía regularmente al gimnasio y practicaba Taekwondo), por lo que contuvo con increíble rapidez mis ataques e incluso me inmovilizó, apretando enérgicamente con sus brazos mi tórax.

— ¡Juan por favor espera, soy yo! –dije reaccionando rápidamente, casi quedándome sin aire y con un dolor intenso en los brazos y las costillas–.

Mi amigo, quién no se confiaba de mi actitud y mucho menos de mi repentina sinceridad, continuó asfixiándome hasta casi reventarme. Solo fue cuando mi cuerpo empezó a debilitarse y a ceder, debido a que el cerebro no recibía suficiente oxígeno en la sangre desde el corazón, que decidió compadecerse de mí y liberarme (lo que provocó que cayera de rodillas en el pavimento suplicando el perdón de mis culpas).

— ¿Por qué tú, Juan? –pregunté aun recuperando el aliento–. ¿Por qué con Laura?

— ¿Qué? –preguntó confundido–. Laura y yo no...

— ¡Lo sabías todo maldita sea! ¡Todo!

Juan entendió entonces por donde iba la cosa y permaneció en absoluto silencio unos segundos como muestra de aceptación de la culpa. Luego dijo tratando de justificarse:

— Te juro por lo más sagrado del mundo que solo fui cómplice de Laura en esta pequeña prueba. No he estado implicado en nada de lo que sucedió antes, te lo aseguro.

— ¿Pero por qué? Se supone que eres para mí casi un hermano.

— Esa fue la razón fundamental que me motivó a tenderte esta trampa. No quería que te sucediera lo mismo que sucedió alguna vez conmigo y... ya sabes.

— Tú... tú fuiste quien lo planeó todo...

— Así es. Quería probar que escondes un carácter más fuerte y resistente de lo que aparentas.

— Entonces el desplante, la omisión de la pista, los muchachos que fingían seducir a Laura para provocarme celos y convertirse en mis enemigos... Ahora todo tiene sentido.

Juan dirigió su vista perdida a ninguna parte. Entonces continuó diciendo:

— Laura temía enamorarse de un tipo frío, débil, frágil y vulnerable, características del comportamiento que así te reflejaban. Había intentado de todas las formas posibles hacerte salir de tus casillas, quería que le pidieras explicaciones. No podía permitirse entablar una relación tóxica con un conformista. Cuando supo que todos sus esfuerzos fueron en vano, que parecía que tenía que resignarse a perderte, recurrió a mí como última salida. Por lo que me pidió, como tu mejor amigo y confidente, que tomara cartas en el asunto, en base a las referencias que tenía de nuestra amistad.

— Sin embargo, yo prefería continuar siendo un sujeto conformista y pasivo, antes que alguien capaz de asumir riesgos y afrontar las consecuencias de sus actos.

— ¡Correcto! Fue entonces cuando se me ocurrió que necesitaba un comodín, una persona con la que pudieras expresar todos tus sentimientos. Quizás no tenías el valor suficiente para encarar a personas ajenas a tu entorno, lo que es lógico. Nadie sabe lo que el otro puede traerse entre manos. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones los seres humanos tendemos a desquitarnos con las personas que más consideramos o queremos, porque son más vulnerables a nuestro comportamiento y lo conocen. Debido al grado de confianza y afinidad que cultivamos con el paso de los años, nace la subjetividad, pues aceptamos y toleramos ciertas conductas que debería mantenerse alejadas de nuestro alcance.

— Y al final el comodín eras tú. Evidentemente el enterarme de aquella noticia provocó que reaccionara: había explotado algo dentro de mí y tenía que liberarme de aquello que me oprimía frenéticamente.




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