— ¡Así que los has hecho! –exclamó Laura con una sonrisa placentera esbozada en su rostro de oreja a oreja–. Has sido capaz de golpear a tu mejor amigo por mí...
— ¡Tampoco creas que me siento orgulloso por aquello! –dije en principio algo molesto, aunque luego me tranquilicé de a poco–. Si me hubieses explicado desde el inicio tus planes, nada de esto hubiese sucedido.
— Nada de esto hubiese sucedido, tú lo has dicho. De no haber recurrido a este método, ahora mismo no estuviéramos aquí, enfrentando nuestros miedos. De no haber sido por mí, ahora mismo no mantuviéramos esta conversación.
— Pudiste hacerlo más sencillo –agregué descaradamente, aun conociendo la respuesta por simple lógica–. Solo era cuestión de decir que sí...
— ¿Decir que sí a qué? –exclamó un poco alterada y en voz alta–. Todos los días te la pasabas mirándome con esa cara de idiota y no te atrevías a invitarme un café por lo menos. ¿Acaso no prestaste atención a los rumores que circulaban por el curso en los que se decía que me gustabas desde el primer día que te conocí?
Aunque la respuesta haya sido para mí como un balde de agua fría, debido a su carácter de despiadada y cruel, era el fiel reflejo de la realidad. Ella tenía razón al momento de sentirse decepcionada conmigo: aunque hubiese volteado el mundo al revés para conquistarme, seguramente jamás lo habría notado, todo por cobarde y egoísta. Punto.
Así que no tenía nada que reprocharle. Nunca supe tomar la iniciativa, y por lo tanto, éstas eran las consecuencias de mis actos.
— Me gustas... –dije espontáneamente con voz entrecortada, después de permanecer en completo silencio por varios segundos–.
Me sorprendí porque jamás me había dirigido a ella con esas palabras, especialmente conociendo que era la que verdaderamente me gustaba. Al notarlo, mi voz instantáneamente se quebró y mi cuerpo empezó a temblar como gelatina.
— ¿En serio? –agregó, en medio de una sonrisa incrédula–.
— Eh... sí... –repliqué con un suspiro luego de haberme delatado–. Siento haberme comportado como un idiota. Como un cobarde.
Ella no me dio tiempo ni tan siquiera para mirarla fijamente a los ojos y disculparme, pues de un momento a otro me besó. Como me había agarrado desprevenido me sobresalté y demoré unos cuantos segundos en asimilarlo. Enseguida sentí su cálido aliento recorrer mi paladar y mis mejillas, y su lengua bailar con la mía al ritmo armonioso de sus dulces y delicados labios. Mi cerebro perdió el control sobre las hormonas que regulan el placer, por lo que no pude evitar excitarme. Inconscientemente la había apretado con fuerza contra mi cintura y le había mordido el labio inferior levemente (por lo que reaccionó apartándose un poco de mí, quejándose de un pequeño dolor).
— Tranquilízate –dijo ofreciéndome una sonrisa de satisfacción mientras me tomaba de los pómulos–. Sé que la espera ha sido larga y que estamos ansiosos, pero...
No le di oportunidad para que terminara de pronunciar las últimas palabras y esta vez tomé la iniciativa en el beso. La agarré por la cintura sin soltarla y ella se aferró a mi cuello impetuosamente, besándonos de manera apasionada alrededor de tres minutos. Así por otros cinco. Por otros diez. Por otros quince. Por otros veinte. Hasta que nos sentimos desahogados, tranquilos, completos, satisfechos.
Fue, sin duda alguna, la experiencia más placentera e inolvidable que he tenido durante toda mi vida.