Ingresamos nuevamente a la fiesta, pero esta vez tomados de las manos. Vimos a la distancia a Juan sostener a Lucy en su pecho mientras bailaban y ella aferrada a él intentando no dejarlo escapar. Laura me miró, sonrió y me pidió que nos acercáramos para acompañarlos. Para cuando llegamos, Lucy me propinó un golpe certero con la palma de su mano sobre mi estómago, en señal de su malestar por haber atacado a mi mejor amigo. Pero no pasó a mayores. Enseguida Juan y yo, como caballeros, estrechamos nuevamente nuestras manos, mientras Lucy y Laura se obsequiaron un abrazo. Los cuatro disfrutamos toda la noche al ritmo fenomenal de la música y el latir de nuestros corazones enamorados, combinado con unas cuantas cervezas para refrescarnos.
En la madrugada nos movilizamos a un restaurante cercano para alimentarnos y reponer fuerzas, y luego Juan me pidió permiso para llevar a mi hermana a casa, mientras yo dejaba en la suya a Laura. Él prometió comportarse como un caballero y ella me suplicó que le concediera unos instantes de privacidad. En principio me pareció una idea bastante descabellada, aunque Laura después influyó para que los dejáramos solos. Ellos tomaron un taxi a nuestra casa, pues quedaba a una distancia considerable y era peligroso a esas horas de la madrugada, mientras Laura y yo decidimos ir caminando, pues su casa, por el contrario, estaba a pocas cuadras. Además, queríamos aprovechar la frescura del ambiente para darle un toque más romántico a nuestra nueva relación.
Frente al portal de su casa las horas se hicieron eternas y pudimos disfrutar de un concierto de caricias y besos que nos dejaron casi sin aliento. Ella me comentó el suplicio que había tenido que vivir durante este tiempo que me había comportado como un cobarde, y yo le conté mi sufrimiento por no haberle podido decir la verdad con anticipación. Y si bien el destino al final logró unir los cabos que días atrás estaban sueltos, en nuestra mente y en nuestro corazón quedaran grabadas las huellas del sacrificio que tuvimos que afrontar antes de cantar victoria. Y eso lo hace más emocionante aún.
Porque doce horas atrás había montado una película dramática en mi imaginación, donde resultaría perdedor y en la que se derramaría mucha sangre; y doce horas después, todo quedó en el olvido.
Porque Laura pasó de ser una completa desconocida, a ser el amor de mi vida en cuestión de segundos. Lo demás, fue solo añadidura.
Porque era Laura. Simplemente Laura.
FIN