Simplemente Nina

Cápitulo 1

    Debería haberme puesto una ropa menos vistosa para salir a caminar. La gente me había reconocido. No es que eso fuera tan difícil. Desde hacía un mes que no dejaba de ser la tapa de las revistas más vendidas del país. Actriz talentosa, escritora del éxito de ventas literarias del momento y novia del flamante Fabricio Casanova, el modelo y actor que enloquecía a las adolescentes y que por supuesto se había enamorado perdidamente de mí. Y ahora que la gente al pasar susurraba mi nombre y se volvía a verme entre risitas, contaba los pasos para llegar a mi Audi, antes de que una avalancha de personas se me tire arriba literalmente, para pedirme un autógrafo. ¿Quién no quisiera una vida como la mía? Spa, ropa nueva todos días, invitaciones a los eventos más importantes de la farándula, gente admirándome aquí y allá. Wow, soy una inmensa privilegiada.

   O, una inmensa tonta. Cada vez que me quedo pérdida en mis cavilaciones sueño esto. Siempre igual. En todos mis castillos de aire soy una especie de belleza exótica de profesión actriz y/o escritora con un novio monísimo y muerto de amor. Siempre igual, siempre lo mismo. Debería actualizar mis sueños.  Siempre son el mismo rollo. Siempre son sueños. Claro que no soy actriz, ni una gran belleza y por supuesto no se me da para nada bien el escribir. Mucho menos el actuar. Me vuelvo con aire de culpa hacia la ensalada que me estoy devorando, y comienzo a destrozar la imagen de una soñada yo de a poco, para que duela menos o más, aún no lo sé. Soy de humilde condición, rellenita, no tengo demasiados talentos, quizás ninguno más allá de el de mirar durante jornadas olímpicas novelas viejas y románticas, no tengo novio, mucho menos enamorado, y la belleza nunca estuvo entre mis pertenencias. Nunca. En cuanto soy consciente ya he acabado con lo que me quedaba en el plato y la ensaladera. Se suponía que iba a guardar la mitad para la noche.

   Me incorporé sintiéndome desganada. Hacia un día qué había empezado la dieta y ya la rompía. Me había prometido no decaer una sola vez más, y no terminaba de hacerlo que ya encontraba el modo de cagarla. Se suponía que el primer día de régimen no tendría que estar soñando acerca de todo lo que no soy ni seré nunca. Sabía de antemano, que eso solo me conducía de cabeza a la angustia oral, logrando acabar con toda la comida de la casa, a veces sin ser del todo consciente. Estaba jodida si una vez más rompía mis propias promesas. No podía seguir haciéndolo o acabaría destrozando lo poco que me quedaba de cordura.

    Mi celular sonó. La alarma que ya era una costumbre diaria activar a la hora de la comida, me avisaba que en media hora arrancaba mi turno laboral de la tarde. Había optado por recurrir a esa técnica, dadas mis grandes capacidades para caer en sueños e imaginaciones a menudo y perder conexión temporal por tiempos indeterminados. Ya había llegado tarde más de tres veces al trabajo por salir de mis ensoñaciones cuando debería haber estado en mi puesto hacia al menos diez minutos.

  Dejé en el fregadero el plato y la ensaladera, no los lavaría ni a punta de rifle. No tenía ganas de absolutamente nada. Llevaba una semana presa de un desmotivador desgano.  Un año atrás no hubiese imaginado que el vivir sola me afectaría de este modo. Imaginaba mi vida a pura fiesta, haciendo mis propios horarios, pasándola con la gente que quería en el momento que quisiera. Eso en realidad era solo una parte de la vida, el resto no lo había tenido en cuenta. Y no era capaz de reconocerlo públicamente, sería como firmar mi propia acta de defunción.  El trabajo, las cuentas, la limpieza, y la soledad fuera de los momentos de fiesta con amigos, son también parte de la vida. Si yo dejaba una taza sucia cuando me iba en la mañana, allí estaba a mi regreso. Nadie me despertaba a desayunar, nadie me esperaba a almorzar ni cenar, nadie prendía la calefacción para recibirme con tibieza del trabajo. Extrañaba horrores mi casa, aunque lo trataba de disimular lo mejor posible. Mi madre sufriría de saberlo. Y lo cierto es que ahora no podría dejar el apartamento después del esfuerzo que me había llevado tenerlo y pagarlo. Así las cosas. Tendría que soportar hasta que fuese costumbre. Veo esa solución como la más próxima. Hoy día es más fácil acostumbrarse, que encontrar a alguien que te haga compañía.

   Miré mi rostro en el espejo, regaló de la abuela para la inauguración de mi hogar. Estaba ojerosa y el delineador se me había corrido bastante. El pelo oscuro y lacio se me pegaba a la nuca. Fea, re fea. Pensé en acomodármelo, pero no hallé las suficientes ganas. Tomé la campera y salí a la calle.

¡Gracias por leer!

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