New’s estaba lleno hasta los topes. Tenía la sensación de que si entraba alguien más las paredes cederían. O al menos era lo que se me ocurría pensar mientras mis amigas bailaban con unos chicos que las habían invitado. Miré sus vasos abandonados en la mesa que habíamos logrado agarrar en aquella parte de la disco. Tenía que aprovechar aquellos tragos al menos. Esa era la parte que odiaba de salir a bailar: el momento de los lentos. Nadie, pero nadie nunca jamás me había invitado a un lento.
Barrí con la mirada el tumulto de gente salpicada de luces de colores. Cabeza con cabeza, respiración con respiración. La amargura hizo mella en mi estómago. Tommy era un estúpido. Uno puede buscar la soledad, pero también es cierto que ella, a veces lo busca a uno. Porque daba igual cuanta gente hubiese en New’s esa noche, la soledad era aquello, estar rodeado de gente y seguir sintiéndose solo.
-A falta de personas, buenos son los tragos –me dije.
-Nina compartime algo –Nico se acercó a la mesa y se sentó desparpajadamente-¿No bailás?
-Parece que no. –le extendí un poco de Garibaldi.
-Esta difícil la cosa –rió –yo tampoco enganché pareja.
-¡Nos tenemos el uno al otro! –me levanté de improviso y le extendí la mano –nunca bailé un lento y antes de dejar de salir quiero saber que se siente.
Bailamos largo rato, pero no como hubiese querido. Nico hacia demasiados comentarios estúpidos en mi oído y no hice más que reírme. Además el alcohol ya había comenzado a propagar sus efectos secundarios en los dos y me fue imposible concentrarme en saber lo que era bailar pegados. Bailamos lentos y todo lo que vino después. Mis amigas dejaron a sus parejas solo para acompañarnos. Y la noche que pensé sería un fiasco terminó mejor de lo que esperaba.
-No voy a volver a salir sin vos –le dije a un Nico ya destrozado a las seis de la mañana.
-Sin mí no hay noche Nina –la gangosidad se había instalado en sus cuerdas vocales y emanaba un intenso olor a alcohol.
Nos dimos por enterados que la noche terminaba, cuando la disco encendió todas las luces altas y blancas. Siempre me dió rabia, que la música se cortara de un segundo a otro y a la magia de las luces, y la oscuridad precedieran, las malditas luces blancas. Era ahí cuando todos los presentes, contándome entre ellos, sufrían el síndrome del vampiro en apuros y todos querían salir primero escondiéndose de la luz que dejaba ver lo que nadie quería mostrar. La cola para pagar las benditas chequeras en el New’s era siempre un hastío. Empujones, peleas, manoseo y malos olores la hacían aún peor. Esa noche había sido precavida y las había abonado antes. Al menos no haría esa cola, pero no me salvaría del guardarropa y de la cola de salida a paso de caravana. En cuanto estuvimos fuera aspiré el aire frío como si fuese la última vez que lo hiciera en mi vida. Emanaba de toda yo un intenso olor a cigarrillo, perfume, alcohol y transpiración. Vaya combinación. Observé que Nico apenas podía ya moverse y avanzaba a paso lento junto con mis amigas que parloteaban como cotorras.
-Nina –Tomy surgió de la nada delante mío que luchaba para prenderme el saco que ya me iba muy chico-
-¡Tommy! –exclamé sorprendida -¿Dónde estabas? –tenía aspecto de haber pasado la noche expuesto al frío y no dentro de la disco.
-No salí –dijo, y parecía muy cansado o angustiado. Tuve el impulso de preguntarle el motivo, pero me quede quieta y callada mirándolo. –me peleé con Karem –susurró.
-Uf –solté, era lo primero que había sospechado. Tenía las mejillas hundidas y la línea de agua de los ojos enrojecidos. –no será definitivo.
-No sé –musitó arrebujándose en su campera matelasé negra. -¿Te llevo a casa?
-Quizás Nico… -me dí vuelta y vi que Nico ya cruzaba la calle con mis amigas y les hice señas de que siguieran –dale vamos –acepté.
Con ese acto me granjearía las cargadas de Nico y de mis amigas el resto del fin de semana, lo sabía, pero sospechaba que Tomy necesitaba hablar con alguien. Y él había estado en mis peores arrebatos de soledad. Durante el viaje a casa no pronunció una sola palabra. Quizás se hubiese arrepentido de ofrecerse, parecía hecho polvo.
-Tengo café caliente dentro –comenté cuando me bajaba.
-Sí, acepto –susurró con un atisbo de sonrisa en las comisuras de los labios.
Tommy a la luz de la mañana naciente estaba más deshecho de lo que lo había visto nunca. Pero no acoté nada al respecto. Dejé que decidiera si quería hablar o no.