Cuando sonó el despertador lo apagué de un manotazo. No podía ni quería despegar los ojos. Pero iba a tener que hacerlo, era domingo y el almuerzo familiar se imponía ante cualquier cosa. Tendría que posponer mi descanso hasta la noche, cuando volviera de mi turno en el Moscú. Maldita sea.
Me levanté chancleteando y con problemas de equilibrio. Maldije en todos los idiomas que conocía y en otros que inventaba mientras el agua tibia de la ducha terminaba de despertarme. Eran apenas las doce cuando salí de abajo del agua y me dispuse a desenporrarme el pelo. Gracias a dios, los almuerzos de los domingos eran bien pasado el mediodía. Encendí la radio y me distraje con cada anuncio publicitario que escuché. Solía permitirme el soltar la imaginación mientras realizaba la tarea de alisarme el pelo. Me imaginé comprando todas y cada una de las cosas que se ofrecían en la radio como si fuese una top model o alguien de un prestigio obnubilante para cualquiera. Aunque claro, de seguro una persona como la que imaginaba, no iría a la Cabaña del Abuelo Tomás a comprar panqueques frescos y queso de cabra, o a la rotisería a comprar los ravioles del día. Mucho menos con el glamour que lo imaginaba. Me reí sola de mis castillos en el aire.
Cuando salí fuera, el frío de pleno Junio me golpeó las mejillas. Me arrebujé en el saco y comprobé la cerradura de la puerta y las ventanas. Grande fue mi sorpresa cuando vi que Tomy yacía dormido en su auto en la vereda de mi casa. Había pasado la noche ahí.
-¡Tommy! –golpeteé con los nudillos el vidrio -¿Estás bien?
Abrió los ojos y miró en derredor sin ver. Se veía horriblemente demacrado. Cuando chocó con mi imagen, tardó en comprender donde estaba y porqué.
-¿Qué haces acá? –pregunté con la mejor cara que pude, aunque estaba preocupada y avergonzada. Debí haberme dado cuenta de que su auto no se había movido de mi vereda cuando lo despidiera a la madrugada. Abrí la puerta del acompañante y me senté a su lado. Dentro del auto se respiraba un agrio olor a alcohol –
-No quería volver a casa en ese estado. –susurró
-¿Al menos le avisaste a tu madre? Ella va a preocuparse.
-Le dije que pasaba la noche en casa de Karem.
Cavilé por unos instantes, mientras lo veía luchar por acomodarse en el asiento. Habría pasado horas en la misma postura, debía tener el cuerpo entumecido y dolorido.
-¿Tenés tu muda extra como decís? –pregunté. Tomy solía llevar en la baulera un equipo extra de ropa.
Una vez en el Moscú, se nos había descompuesto la máquina del café y el mismo se había ofrecido a repararla. Todavía no sabíamos cómo pero de golpe y porrazo, Tommy estaba bañado en café negro. En ese momento no hacía más de tres meses que trabajaba en el bar, así que no quiso salir de su puesto para bañarse y cambiarse. Se pasó el resto de la tarde atendiendo con la ropa chorreando café. A partir de ese momento, cada vez que salía de su casa llevaba consigo una muda de ropa. Por si acaso.
-Si –respondió, mientras me extendía las llaves –en el baúl.
-Bájate del auto, necesitas tomar un baño.
En cuanto estuvimos dentro preparé café y le serví una taza. Tomy parecía recién llegado de la guerra. Le temblaban las manos del frío, tenía los ojos vidriosos y la nariz rojísima. No podía creer que aquello le hubiese afectado de ese modo. En cuanto estuvo bajo el agua, avisé a mi familia de que me pasaría por la tarde, antes de mi turno en el Moscú sin dar más explicaciones. Pensé en que hacer o decirle a Tomy para animarlo, pero en cuantas más vueltas le daba, menos cosas se me ocurrían. Por lo pronto, tomé unos huevos y queso de la heladera y casi involuntariamente me puse a hacer omelettes. Al menos tendría algo que ofrecerle para comer.
-No era necesario que te tomaras tantas molestias –dijo mientras comía con más ganas de las que yo había visto nunca. Le dejé mi parte también. Al terminar sus mejillas habían tomado color. Mientras comía había recuperado un poco su personalidad habitual. Habíamos hablado de sus proyectos de estudio y de sus ganas de hacer un viaje por Europa.
-Tenías que comer algo ¿No? –le extendí una servilleta. Una película brillante de aceite le rodeaba la boca. -¿Hoy te toca a la tarde en el Moscú?
-Si –dijo como regresando a la realidad –de siete a doce ¿A vos también? –preguntó, pero ya sabía la respuesta. Todos mis turnos eran sus turnos exceptuando el del sábado. Asentí. –Paso a buscarte a esa hora.