En cuanto escuché los golpes en la puerta, abrí los ojos sobresaltada. Y del mismo modo me senté en la cama. Miré la hora: ocho menos cinco. Recordé mi vida y mis datos personales diez segundos después. Fue ahí cuando comprendí que Tommy era quien había golpeado la puerta. Me levanté a los tumbos y abrí de un tirón la puerta. Tommy me miró sorprendido y con un asomo de sonrisa en la comisura de los labios. Estaba perfectamente peinado y perfumado. Además bien vestido. Si veía eso estando medio dormida, no quería imaginarme cuando me hubiese lavado la cara. Las malditas palabras de Nico de seguro habían echado raíces mientras dormía.
-Perdón, me dormí. No tardo nada –dije invitándolo a pasar.
-¡Buenos día Nina! –dijo ya sonriendo abiertamente.
-Buenos días –dije ya de camino al baño –ponete cómodo.
-¿Con eso querés decir que empiece el mate?
-¡Sos muy bueno captando mensajes subliminales! –grité.
En cuanto me ví al espejo, casi tengo un ataque de vergüenza. El pelo todavía húmedo se me pegaba al cuello y la cara, y el maquillaje del día anterior, que no me había molestado en quitar, bajo la ducha se había corrido y así había pasado la noche. Además, lucía el camisón rosa que me había regalado la abuela que había sido de ella. Si a Tommy le pasaba algo conmigo, hasta ahí había llegado.
Me limpié la cara y puse maquillaje nuevo. Me calcé un jean negro al cuerpo y una camisa vaquera, sin quitarme aun mis garras de dormir de los pies.
-Bueno, perdón. Se ve que anoche se me olvidó poner la bendita alarma.
Tommy ya había arrancado el mate, cortado torta y abierto las ventanas. Todavía era de noche. Maldito invierno.
-Me imaginé que iba a pasarte eso. Por eso vine antes.
Lo miré de refilón mientras tomaba un mate. Sin duda alguna se había cambiado más que de costumbre.
-¿Y cómo pasaste tu día de blinis? –preguntó.
-Hermoso. Siempre la paso bien esos días.
-Me gustan también. Es un trabajo terrible, pero me gusta.
Un silencio que se me tornó insoportable nos invadió de pronto. Fue en ese instante que odié a Nico más que nunca. Sus estupideces me estaban bloqueando frente a mi compañero y amigo. A ese tonto le iba a costar caro. Ya pensaría en como desquitarme.
-Tenemos algo pendiente Nina –murmuró.
-¿Qué cosa? –se me atragantó un trozo de torta en la tráquea.
-La cena que te debo. –sonrió.
-No me debes nada, de verdad –dije llenándome la boca con torta.
-No voy a discutirlo. ¿Cuándo cenamos?
-Cuando quieras –dije tímidamente.
-¿Este viernes podes?
-Claro.
-Perfecto –sonrió –ahora hablemos del menú.
¡Gracias por leer!
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