Finalmente había amanecido cerca de las nueve y cuarto de la mañana. Nunca había visto una noche más recelosa que aquella en irse. El frío era terrible, y daba la sensación de que si te quedabas más de diez minutos a la intemperie sin moverte, los huesos se te volverían de hielo.
Esa mañana es Moscú estaba solicitadísimo. Los estudiantes no paraban de beber café. Algunos en el correr de la mañana habían comprado hasta tres cafés con leche. Debía ser terrible tener que concentrarse con ese frío, o estarse quietos dentro de las enormes aulas de la universidad. Gracias a la clientela, me había perdido el hecho más importante de la mañana. Karem había ingresado al Moscú del brazo de otro chico, según ella compañero y le habían pedido al mismísimo Tommy dos cafés y requesón dulce con tostadas. Pero ese no era el problema, Karem había fingido no conocer a Tommy. Nico me lo había contado todo en cuanto pude salir de la cocina y dejar de armar emparedados rusos y calentar crema para los cafés especiales. Me quedé de una pieza y sentí que me dolía a mí también. Ya sabía yo que esa Karem era una imbécil. Tommy no dijo una sola palabra, pero su rostro se veía sombrío y ya no volvió a comunicarse con ninguno de nosotros dos por el resto del turno.
Yo tampoco sabía bien que decirle. Mi discurso se agotaba en los momentos rancios. Daba la sensación de que para lo único que servía era para hablar bobadas. Nico me dijo que era el momento de hacerle la zanjadilla a Karem y quedarme con Tommy, lo que le granjeó una buena bofetada, que le valió por ello y por lo de la noche anterior. Intenté en vano ocultar mi preocupación por él, aunque no me daba muy buenos resultados.
-Supongo que un mozo no es digno de ella –me susurró de un momento a otro mientras lavaba tazas. La clientela a las tres de la tarde se había reducido a dos personas que estudiaban mientras degustaban una sopa de vegetales y pollo al estilo ruso.
Me volví hacía él pero solo mastiqué aire. No me salía nada.
-Tranquila –dijo –era obvio que Nico estaba escuchando, y es aún más obvio que iba a contártelo. Ella buscó la mesa correcta para montar el numerito.
-¿Qué vas a hacer ahora? –pregunté sabiendo que él no tendría respuesta a ello.
-No lo sé. De momento no quiero ni verla.
-¿Te escribió o algo?
-Nada. Supongo que no le importo más.
-Decididamente no entiendo a esta chica Tommy. O es muy aniñada o…
-O eso Nina –me miró a los ojos. Los tenía vidriosos y una peligrosa mezcla de odio y dolor se derretía en ellos –no le importo.
-¡Cálmate Tommy! –Tomé sus manos –sentate un momento. Mirko no está, podés descansar un rato. Nico y yo te cubrimos.
Me giré y le preparé una lágrima.
-Hoy te apapacho yo a vos –le sonreí y sus ojos se derrumbaron, junto con sus hombros.
Como pude le abracé. Nunca había visto en mi vida llorar a un hombre. Por esa estúpida cosa de que los hombres no lloran. La cuestión es que me sorprendió e instintivamente me dispuse a sostener su cuerpo con el mío. Temblaba considerablemente y las lágrimas calientes humedecieron el hombro de mi camisa. Sentía su mandíbula apretada contra mi cuello. Todo su ser tratando de no sucumbir ante la rabia. Casi podía sentir su energía acumulada, su dolor, como un ente que amenazaba con estallar de un momento a otro. Esa mañana estaba tan animado, que verlo así me daba unas inmensas ganas de abofetear a esa mocosa insolente. Maldita sea.
-Quizás deberías pedirte la tarde. –sugerí en su oído.
-No tengo ganas de ir a casa a hacerme la cabeza con todo esto. Prefiero seguir sirviendo café en tu compañía.
-Está bien –dije palmeándole el hombro.
Nico entró en ese momento, y su rostro se convirtió en una máscara de burla y sorpresa cuando se cruzó con mis ojos. Pero cambió de expresión cuando vio el rostro de Tommy.
-No le hagas caso viejo –murmuró –ella va a volverte loco peor si sabe que te afecta.
A partir de ese momento, la relación entre mis dos compañeros o se terminaba de desvencijar o mejoraba considerablemente. Tomy se frotó los ojos y todo su cuerpo reacciono a la voz de Nico, se enderezó de a poco y vi en sus ojos el más puro desamparo. Me separé de él unos pasos sin saber que hacer o decir. Contuve la respiración mientras Tomás meditaba la respuesta.