Este era el primer domingo que no asistía a un almuerzo familiar. El primero. Había llamado mientras Nico se duchaba, diciendo que estaba mal del estómago y mamá no había preguntado nada más. Eso sí, se aseguró de pasar por la tarde. En cuanto los dos estuvimos presentables, preparamos sándwiches de queso y nos recostamos a ver una película online. A las cinco de la tarde arrancaba el turno en el Moscú: día de familias. Sinónimo de día pesado de trabajo.
-Me extraña que Tommy no haya venido a buscar sus cosas o al menos se haya comunicado con alguno de los dos.
Nico sonrió con malicia.
-Conmigo se comunicó –algo dentro de mí se estrujó.
-¿Qué? –dije, sentí que algo desconocido me apretaba la garganta.
-Me pidió que le lleve su ropa al Moscú. Se cambia allí. –Volvió a mirar mi cara de seguro descompuesta –No por nada te felicité. Mordió el anzuelo.
-¡Dejá de decir pavadas! Seguro tiene su explicación. No te voy a hacer caso. –Nico sonrió y no dijo nada más. Extraño. Seguro lo hacía para exasperarme.
Me levanté, ya no tenía ganas de ver ninguna película. El estómago se me había comprimido y todavía no sabía porque. Me dispuse a prepararme un mate. Registré mi celular, solo mi mamá me había escrito para avisarme que no me visitaría.
-Nina –Nico se asomó a la cocina -¿Estás bien?
-¿Por qué no iba a estarlo? –retruqué. Me daba rabia el saber que a él no lo engañaría. Aun así hice mi mayor esfuerzo.
-No sé, decime vos –puso su mejor cara de búho. Era su mohín cuando quería sacarte información.
-Estoy muy cansada, eso es todo. Son varios días de no parar.
-Está bien, cuando quieras decirme la verdad ya sabes dónde encontrarme.
-¡Sí, en mi cama mirando el Titanic!
-Justamente –dijo desapareciendo de nuevo. Maldito.
¡Gracias por leer!
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