El frío de las diez de la noche me obligó a cerrar todo y aovillarme en mi puf a ver la tele. Después de la conversación que había mantenido con Nico de camino a casa, había perdido toda gana de hacer algo. Era su forma de ver, lo cual no tenía por qué ser cierto y mucho menos importarme o en todo caso afectarme. Pero lo hacía. Lamentablemente era de la que se dejan herir por las palabras de todo mundo. Me veía a mí misma como un triciclo roto junto a ese chico. De todos modos, iría a ese paseo por el parque. Aunque sea, para averiguar sus intenciones. Mi escasa autoestima, gritaba desde mis entrañas, que si me había mirado e invitado, por algo sería. Y yo lo averiguaría. Los feos, también teníamos derecho a ser felices y a gustarle a alguien.
-¿Hay alguien en casa? –los nudillos de Tommy golpetearon con suavidad la puerta.
-Entra, hace frío –dije nomás verlo tiritando en el umbral. Traía un gran paquete de rotisería en las manos.
-Mis padres están de viaje y pensé que podía aprovechar la ocasión para que cenemos –musitó con una persuasiva sonrisa, que por cierto no era necesaria. No me negaría a cenar con el jamás de los jamases.
-Por supuesto –otra vez sonriendo como lela.
Enseguida pusimos la mesa y nos sentamos a comer. Tommy había llevado una enorme cantidad de papas fritas y milanesas de merluza. Amaba esa comida. Se lo había confesado la noche que Karem hizo aquel escándalo. Vaya dios a saber porque estaba hablando de comida. Mi amor por la comida no cesaba ni ante el chico que me gustaba.
- Tengo un chismerío para contarte –dijo mientras lo devorábamos todo.
-¿Qué cosa? –por el tono de voz estaba preocupado.
-Mi papá se encontró con Mirko en las termas donde esta quedándose.
-El sábado dijo que iría –después de cambiarnos los horarios se había marchado informándonos que no contáramos con él el resto de la semana venidera. Así era Mirko.
-Nuestro querido jefe, le confesó, que piensa vender el bar a finales de este año.
-¿Qué? –se me atragantó la comida. Si perdía mi empleo estaba frita.
-Dijo que aún no es seguro, pero ya tiene la idea en mente.
-¡Es una locura! –exclamé – ¡El bar funciona de maravillas! ¡Siempre está lleno de gente!
-No es por eso que lo piensa vender.
-¿Entonces por qué?
-El motivo parecer ser el aburrimiento –dijo haciendo un mohín –le contó a papá que su padre y su abuelo, el tal Dimitri, lo obligaron a continuar con el legado. Y que él piensa seguir sus sueños, y no perder toda su vida detrás de una barra.
-¡En su vida debe haber preparado un café!
-Al contrario, por lo que sé, trabajó ahí hasta que sucedió al padre frente al bar.
-No me lo imagino te juro.
-Yo menos.
-Vamos a tener que ir pensando en otro trabajo –dije y rogué para mis adentros que Mirko no lo vendiera.
¡Gracias por leer!
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