El parque a esa hora de la tarde se veía igual de hermoso que en los cuentos de hadas, o en las novelas románticas que nunca me cansaba de ver. El sol se filtraba a través de las ramas desprovistas de hojas y los caminos de piedra. Hacía mucho frío, pero dentro de mi saco de piel y gracias a mis nervios alterados revoloteándome en el estómago, apenas si lo sentía. Baltazar me había pasado a buscar por casa en su auto y habíamos venido a dar un paseo como lo acordáramos. Gracias a dios, Mirko no había regresado de su viaje a las termas, lo que me había facilitado que Nico me cubriera sin que nadie lo notase. La noche anterior, había estado a punto de contarle a Tommy de mi cita con Baltazar, pero Nico me había impedido que lo hiciera alegando que era una tonta. Según él, inventaría una mentira que decirle cuando Tomy se diera cuenta de mi ausencia. La cual yo debía continuar, por mucho que me desagradase.
-Entonces de haber podido hubieses estudiado lo mismo que yo –Baltazar llevaba media hora preguntándome cosas sobre mi vida. Quería saberlo todo. No es que eso me molestase, en lo absoluto. Pero no quería que en la primera cita se diera cuenta de que era una aburrida.
-Sí, esa era la idea. Pero no podía pagarla. Si algún día consigo un mejor empleo prometo estudiar lo que me gusta –confesé.
-Por supuesto, te encantaría. Es una carrera hermosa.
-¿Por qué nunca te veo en el bar? –Arriesgué -¿No sos de tomar café?
-La verdad es, que prefería ir a casa a almorzar o merendar. Ahora ya tengo un motivo para quedarme –sonrió y sentí que la cara iba a quemárseme.
-El café es bueno –admití.
Estalló en una carcajada y yo reí también con él. Continuamos charlando y paseando por los senderos, hasta que el frío nos obligó a regresar al coche. Baltazar me invitó a Maroon a tomar algo. Por suerte no notó lo histérica que me había puesto con solo recordar la suerte que había corrido la última vez que me había pasado por allí.
-Si mañana tenés tiempo podemos volver a encontrarnos –disparó en cuanto nos sirvieron un café con leche humeante.
-Claro –rebusqué en mi bolso de mano la ficha que había compuesto Nico con mis horarios laborales, a fin de que no me volviese a confundir. –mañana puedo pero más tarde.
-¿Horarios nuevos? –sonrió.
-Si –sonreí –suelo aprendérmelos después de varios meses. Y tampoco es seguro.
-Cuando puedas está bien –dijo. El chico ideal, después de todo, quizás existía.
¡Gracias por leer!
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