Simplemente Nina

Cápitulo 25

   En cuanto llegué a mi casa, el mal humor que venía arrastrando del Moscú, pareció arreciar contra mi cordura. En el momento en que iba a agarrarlo todo a las patadas, recordé a mi madre diciendo “Los problemas de afuera, se quedan afuera”. Bien dicho. La casa cerrada y lejos de mis preocupaciones durante días, habían dejado una cuota de humedad importante, desorden, mugre y un frío desopilante. Abrí las ventanas. No podía llevar a nadie a ese basurero helado. Comería y luego echaría manos a la obra. Pero no. No correría esa suerte. Mi humor acabó por desmoronarse, cuando abrí la heladera y dentro solo había botellas de agua y zanahorias pasadas. Hecha una furia me encerré en el baño y permanecí bajo el agua caliente hasta que la extinguí toda.

  Una vez fuera noté que mi humor se había aliviado. Nico había logrado enloquecerme con sus sermones de la mañana. Aunque, me costara o no admitirlo, tenía razón en buena parte de lo que decía. Maldito sea. Malditos todos.

  En la siguiente hora y media me dediqué a ponerlo todo en su lugar con la mayor paciencia que fui capaz de rescatar de mis sentidos alterados. Luego me encaminaría a hacer la compra, antes de que anocheciera y el frío fuese peor. Aún no había decidido qué hacer con Baltazar, con Tommy y con mi vida. Asique mejor, procuré dedicarme a lo que si podía darle una solución. Me enfundé en toda la ropa que pude y salí a la tarde fría de pleno invierno.

-¿No me digas que vas a una cita con otro chico? –me giré tan rápido que casi caigo de bruces. Baltazar en toda su altura se hallaba en la vereda de mi casa.

-Hola –balbucí –si a una cita con el supermercado –sonreí y supe que como una lela. Baltazar me devolvió la sonrisa.

- Como no respondiste el celular y tampoco escribiste, pensé que te había pasado algo y decidí acercarme hasta tu casa.

-Perdón –me disculpé –hace rato salí de trabajar y francamente olvide el celular por completo. Mi casa era un caos.

-¡No tenés que darme explicaciones! –Dijo –¡te alcanzo!

  Revoleó las llaves del auto y e hizo ademán de que suba. Suspiré y dejé que las mariposas, que a mi criterio parecían pájaros embravecidos acabaran por darme vuelta el estómago.

¡Gracias por leer!

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