Simplemente Nina

Cápitulo 27

    A las ocho y media de la noche, el frío era mortal. Se había levantado un viento que solo podía anunciar alguna tragedia. Mientras Baltazar me llevaba de regreso a casa, íbamos oyendo la radio, en la que pedían por favor que quien sea que anduviese por allí retornase a su casa o se quedase dónde estaba. Era muy peligroso andar por la calle. Me vi en la obligación de decirle a Baltazar que podía estarse en mi casa hasta que pasara el temporal.

-No te preocupes –dijo –vivo relativamente cerca. Mi madre debe estar preocupada, no aparezco en casa desde la tarde.

-¡Está bien! ¡Pero tené cuidado por favor! –pedí. Tenía miedo de que le ocurriese algo malo, aunque en parte me sentía aliviada. No sabía si Nico y Tommy seguirían con el plan dadas las condiciones climáticas, pero si lo hacían no me gustaría que se cruzasen justo en mi casa. Nico me mataría.

-No te preocupes Nina, sé cuidarme. –sonrió del modo en que hacía alborotar a mis pájaros estomacales como locos.

-Bueno –concedí con una sonrisa también, sabía yo que de lela –Y gracias por acompañarme a hacer mis compras y al cine.

-Debería agradecerte yo por compartir tu tiempo conmigo –dijo acercándose. –Me gustas Nina –dijo de un momento a otro dejándome clavada al asiento –y mucho.

  Sin vacilar un momento me besó, y listo. Así de fácil. Un beso tibio, suave y dulce. Acto seguido no supe que decir. La nada inundaba mi mente. Todo mi ser había quedado en suspense. Estaba haciendo el ridículo ¡Cuando no! Le correspondía, y estaba segura de que Baltazar lo sabía.  

-¿Nos vemos mañana? –preguntó, omitiendo mi catatonismo temporal.

-¡Claro! –respondí como un minuto después, y con una voz de babosa total. No podía lograr que las palabras se formasen en mi mente, ni hablar en mi boca.

-Genial –dijo mientras me bajaba del auto como en una nube –Que descanses Nina.

-Igualmente –dije saludando con la mano.

   El auto arrancó y desapareció calle arriba. A pesar del viento helado y el temporal me quedé unos segundos como embobada en la puerta sonriéndole a la nada misma.

-¡Ya sabía yo que habías perdido la chaveta Nina! –Nico cruzaba la calle a los saltos. Tenía la nariz roja -¡Entremos! –Chilló.

¡Gracias por leer!

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