Simplemente Nina

Cápitulo 36

   Me despertó el sol entrando por las rendijas de la ventana y dando de llenó en mi cara. Abrí apenas los ojos: las nueve y media. Me estiré juntando ánimos para levantarme, y entonces lo noté. El peso de un brazo descansaba sobre mi cintura. Un sacudón de electricidad terminó de ponerme alerta. Me giré lentamente, mientras hurgaba entre mis recuerdos aún dispersos, lo que había hecho la noche anterior.

Tommy.

   Sí, Tommy descansaba a mi lado. Respirando junto a mi nuca, su brazo rodeando mi cuerpo. Me detuve a mirarlo unos momentos, sin culpa ni recato, porque él no se enteraría jamás. Estaba sonrojado, debido a que al estar tan pegados, tendría calor. El pelo revuelto, castaño claro, le caía por la frente, ocultando un poco sus ojos finos, con forma de almendra, hasta casi rozar sus labios carnosos. Sus pestañas largas se movían apenas, reproduciendo el ritmo de los sueños que habitarían en su mente. Era hermoso. Terriblemente hermoso. La adrenalina y la ansiedad revolvieron mi estómago en una milésima de segundo.

  Me levanté. No quería permanecer a su lado un minuto más. Tendría que olvidarlo. La angustia ganó mis entrañas. O lo olvidaba, o me enloquecería. Entré al baño, y medio a susurros, medio para mis adentros, defenestré a Karem a insultos. Por su culpa era todo lo malo que le ocurría a Tommy. Por su culpa y su estúpida existencia, Tommy no se fijaría jamás en mí.

   Maldije utilizando todos los insultos que conocía y otros que inventaba. Maldita Karem, maldita vida, malditos todos. Y maldita yo también, por haber permitido que pasara aquello. Despertar a su lado, era una probadita de un dulce que no podría degustar jamás.

-Nina –Tommy entraba en la cocina rascando sus ojos, tratando de despertarse –perdón por el atrevimiento. Te dormiste, y no quise despertarte para que me abrieras.

-No te preocupes. Está bien –dije tratando de sonar cordial, después de todo él no tenía la culpa de que yo me enamorara – ¿Mate?

-Claro –dijo – ¿Me tengo que lavar la cara?

-Yo creo que sí –dije y le alcancé una tostada con manteca y mermelada.

-Debería irme a la clínica –vociferó desde el baño –mamá debe estar preocupada.

-Desayuná y vas. Avísale que te quedaste dormido y listo. Lo va a entender –le aconsejé.

-¡Gracias Nina! –Dijo regresando a la cocina – ¡No podría tener una amiga más buena que vos! –con ese comentario se me terminó de destruir el corazón.

¡Gracias por leer!

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