Simplemente Nina

Cápitulo 39

-¿No te parece buena idea?

-No sé Nina –dijo Nico no muy convencido –Todavía me cae pesado lo que dijiste el otro día.

-¿Acaso no tengo razón?

-Sí, tenés toda la razón –dijo resignado. Esta era la primera vez que me reconocía ganar una batalla entre nosotros. Lástima que no me emocionaba nada celebrarla.

-No creo que esta cena afecte en nada mi decisión. Me siguen doliendo mis ilusiones rotas. Pero ni modo –dije resignada –me las hice yo solita.

-¿Estás segura que este no es un pretexto para verlo?

-¡Segurísima! –dije y puse en el horno las empanadas que habíamos estado haciendo – ¿Acaso no lo veo todos los días en el bar?

-Es cierto –respondió. 2-0. Otro golazo que no festejaría jamás.

-Lo veo mejor ahora que su mamá se está recuperando. Más tranquilo, liberado. –dije. Nico ni me miraba, no tenía ánimos de saber si le mentía o no. Había hecho añicos su misión de emparejarnos a Tommy y a mí. ¡Con toda la energía que había puesto en ello!

-¿Vas a decirle lo de Baltazar? –preguntó.

-Cuando lo que sea que tengo con Baltazar pueda llamarse de algún modo se lo voy a decir.

   La cocina quedó en el más puro silencio. Incómodo silencio. No entendía qué era de aquella situación lo que tanto angustiaba a Nico, o si consideraba que me había vuelto más idiota que nunca.

-Me acaba de llegar un mensaje –dijo al cabo de unos minutos de silencio. –De Tomás –agregó al ver que no le respondía.

-¿Qué dice? ¿No va a venir a cenar? –pregunté mientras terminaba de pintar la otra bandeja de empanadas.

-Dice que Karem fue a buscar sus cosas a la casa y que cuando ella se vaya, viene para acá.

-Bueno –respondí como si no me importara, aunque fuese mentira. Quería que Nico creyera que estaba decidida a dejar atrás mis ilusiones con Tommy. Quizás así lo creería yo también.

-Nina –llamó para que lo mirase –Nina –insistió – ¿Pensás que él va a dejar atrás a esa idiota si no lo ayudamos?

-¿Y qué tal si no quiere dejarla atrás Nico? Es problema de él, no nos podemos meter.

  Nico puso mala cara y no dijo nada más. Me di cuenta de que se escribieron un rato más y luego Nico guardó el celular para ya no sacarlo. Las empanadas estuvieron y se hizo la hora del partido que íbamos a mirar los tres juntos, más allá de que a mí el fútbol me diera lo mismo. Empezó y transcurrió el primer tiempo sin noticias. Las empanadas nos habían salido exquisitas, y al cabo de un rato Nico había vuelto a ser el mismo de siempre. Hasta que el celular le volvió a sonar en modo llamada.

-¿Desconocido? ¿Ha esta hora? –dijo mirándome intrigado.

-Atendé, por ahí es una admiradora –bromeé.

-Hola –contestó. Luego dijo sí a un par de veces y su piel comenzó a ponerse pálida. Pensé en su abuela, pero no.

-¿Nico que pasa? –me miró de un modo que no puedo explicar, pero si entender. Algo grave acababa de suceder.  

  Se levantó y comenzó a ponerse la campera. Las empanadas se me retorcieron en el estómago. Algo iba terrible. Me levanté y tiré todo en el fregadero, apagué la tele y tomé mi campera. Lo acompañaría a donde fuera.

¡Gracias por leer!

 

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