-¿Entonces no le dijiste todo todo? –preguntó Nico casi a los gritos, como si yo fuera sorda.
-No Nico, ya te dije que no. ¿No querés llamarme cuando llegues a tu casa mejor? –a través de la línea podía oír bocinazos y frenadas. Nico nunca había sido el mejor manejando, mucho menos si iba hablando por celular. Además yo iba camino al hospital, y si ya era distraída sin ningún motivo, hablando por teléfono por esa zona tan concurrida, era prácticamente un peligro en potencia.
-¡No! –Dijo terminante –a mi abuela la pone mal enterarse de cosas así. Comienza a imaginarse que me pasa a mí y no me deja en paz durante días –por el tono de voz, supe que estaría revoleando los ojos. Nico hacía un acting cuando hablaba –Me alegro de que te hayas avivado de decirle lo estrictamente necesario a ese pesado.
-Es nuestro jefe –dije significativamente –No le conté todo, pero no podía ocultarle que Karem iba en el auto al momento del accidente. Él no sabía que se había separado y yo no se lo dije. En todo caso que se entere por Tommy cuando regrese o cuando lo vea en el hospital.
-¿Te dijo que iba a ir a verlo?
-Sí, eso me dijo. Lo vi bastante preocupado.
-¡No le creas! –dijo. Nico odiaba a nuestro jefe.
-¿Sabes cómo esta ella? –dije, preguntando por mi mayor enemiga. Más allá de que la detestase, era una persona, y al igual que Tomás había sufrido un fuerte accidente. De milagro ambos habían salvado la vida.
-Por lo que me contó la mamá ayer cuando la cruzamos en la salida y actuaste como una rata –dijo echándome en cara mi actitud reservada y casi maleducada –está bastante mejor que Tomás. Más que nada tiene cortes y golpes, pero nada grave. En tres o cuatro días la dan de alta.
-¡Siempre sale mejor parada! –dije con un asco incontenible –¿A la turra le tiene que ir bien siempre?
-¡Nina fue un accidente!
-¡No lo fue! –exploté sin poder contenerme – ¡Si ella no hubiese estado fastidiando a Tomás nada de esto hubiese pasado! ¡Y lo sabés!
-Tranquila –dijo con tono preocupado –podemos hablarlo más tarde si estás en tu casa –se ofreció como si él fuera una especie de terapeuta. Era el colmo.
-Ok –respondí con fiereza. Estaba harta de todos. Lo que me faltaba era que Nico la defendiera. A la rata inmunda esa de Karem le tendría que haber tocado peor que a Tommy.
Estaba enojada. Furiosa. ¿Justo esa noche que íbamos a juntarnos a cenar se tenía que poner a verse con la idiota esa? ¿Justo esa noche tenía que ofrecerse para llevarla a la casa? ¿Por qué no la había ido a buscar el novio nuevo? ¿Acaso le habría confesado antes del accidente que su nuevo amor era uno de sus viejos amigos? ¡Tommy también era un idiota de lo peor!
Había llegado por fin al hospital. Y ahora mismo no sabía si entrar o no. Hacía frío para permanecer allí afuera, pero tampoco podía entrar con ese humor. Frente al hospital, había una pequeña plazoleta repleta de bancos y plantas, que milagrosamente había sobrevivido a la crueldad de aquel invierno despiadado. No lo pensé dos veces, me senté al sol.
Maldita vida, maldita mi suerte, malditos todos. Tenía que calmarme si pensaba entrar a saludar a Tommy. No podía aparecerme como una fiera allí, pensaría de seguro que me había enloquecido, o algo por el estilo. Me froté las sienes que latían al ritmo desacompasado y bravío de mi pulso en ese momento. Sístole, diástole. Aire que entra, aire que sale.
Al cabo de unos minutos me había calmado bastante, y decidí entrar antes de congelarme o que se acabe el horario de las visitas, si es que se podía visitarlo. Caminé por los pasillos tibios y con olor a desinfectante y lavandina, casi conteniendo los pasos. No estaba segura de querer verlo en el estado en que se encontraba. Aun así seguí avanzando. En cuanto llegué al sitio en el que se hallaba, hablé con una enfermera y me dijo que solo me permitirían verlo desde la ventanilla de su habitación. Su estado era todavía reservado, y no se lo podía molestar. La seguí por un pasillo largo y pulcro, en el que el aire era casi una película caliente y espesa cargada de olor a remedio. Se me dió vuelta el estómago cuando ella se detuvo frente a una ventanilla, yo venía al menos diez pasos más atrás.
-Aquí esta –dijo con una sonrisa –No le hable o golpeteé el vidrio. No le responderá, y quizás despierte a otros pacientes. Solo mírelo. Tiene cinco minutos.
El chocar con su imagen en aquella cama me desbarató. Las piernas se me aflojaron y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Tommy había salvado su vida de milagro. Reconocí el rostro que amaba, su gesto amable y tranquilo seguía allí, pero ahora lo adornaban cortes espantosos y golpes de color violáceo. Tenía demasiadas cosas conectadas a su cuerpo, y respiraba débilmente. Sus párpados no se movían ni un poco. Tommy estaba sumergido en un sueño sin sueños. En la nada misma.