Simplemente Nina

Cápitulo 51

  En cuanto entré al bar, y eso jamás se lo confesaría a nadie, me sentí más en casa que nunca. El fin de semana con Baltazar había sido hermoso y agotador al mismo tiempo. Por más que lo intenté, no logré sentirme cómoda completamente en ningún momento. Estaba casi segura de que Baltazar no había notado nada, pero a cambio me había llevado un cansancio más agotador que el que me llevaba los días de blinis. Lo primero que ví al traspasar la puerta, fue el cuerpo delgado y alto de Tommy. Estaba encorvado sobre las cuentas del bar y ni bien me sintió llegar miró en mi dirección. Noté algo extraño en el nomás verlo. Una incomodidad en sus hombros o en sus ojos, siempre tan transparentes para mí.

-¡Hola Tommy! –saludé.

-¡Nina! ¿Cómo te fue? –quiso saber. Sentí un aguijonazo de no sé qué en el medio de las entrañas. Nunca anteponía nada antes del “¿Cómo estás?”. Pero aun así me obligué a pensar que eran ideas mías. Seguro le llamaría la atención hasta el propio Mirko que yo tuviera una cita con alguien, más si se trataba de alguien como Baltazar.

-Bien –dije sin dejar traslucir demasiado.

-Me alegro –respondió, estudió mis ojos un segundo y volvió a lo que estaba haciendo.

-¿Cómo estuvo tu fin de semana?

-Tranquilo –me extendió una taza de café con crema que no había visto que tenía allí –Desayuná.

-¿Cómo sabías que vendría sin haber tomado nada?

-Debe ser porque te conozco desde hace mucho tiempo –sonrió –y sé que sos una dormilona.

  Con esa sonrisa ya había borrado de un plumazo a Baltazar y sus esfuerzos por hacerme feliz todo el fin de semana. Y eso era de lo peor.

-¿Cómo dice que le va a la novia de américa? –preguntó Nico saliendo de la cocina y trayendo consigo un exquisito olor a huevos revueltos. Eran las siete de la mañana, pero eso no me generaba ningún inconveniente a la hora de comer.

-Bien –dije nuevamente –me fue bien.

-Ponele onda Nina –se burló Nico -¿O será que Balty es más aburrido que chupar un clavo? –dijo imitando mi voz. Entonces cruzaron sus miradas en una expresión única de camaradería. Fue un instante, una milésima de segundo, pero allí estaba.

-Idiota –mascullé sin enojarme revoleándole uno de los repasadores. Fingí que todo iba bien, y que no me había dado cuenta de nada. Pero lo había notado. Sabía que en mi ausencia algo había sucedido. Algo en sus miradas, en la forma en que me observaban y esperaban mis respuestas, buscando algo, que en definitiva no habían encontrado. Lo sabía por la sonrisa satisfecha de Nico, la sonrisa de “te lo dije”. Pero a mí no me tenía que demostrar nada.

   Entonces entendí que me había engañado rotundamente si creía que Nico se quedaría con mi última palabra. Eso no sucedería jamás, porque jamás de los jamases se daba por vencido. No podía asegurar nada aún, porque no estaba segura de nada. Una percepción no era prueba de nada. Pero lo averiguaría. Porque a Nico se le había metido entre ceja y ceja que Tommy era el hombre para mí. Y no se detendría ni ante mi propio cadáver. Y aunque una parte de mi pareció cobrar vida ante este pensamiento, la otra se retorció. La primera, tenía la esperanza de albergar aunque más no sea, la ilusión de una relación con Tommy, aunque fuese idílica y novelesca al extremo, rescatada del olvido por el intrépido amigo que salva a los enamorados que han sido destinados. La otra, más pequeña, se resistía a ser atropellada por los caprichos de mi amigo, y veía la realidad tal y como era. Si había decidido dar un paso al costado era porque esa decisión era la adecuada, y nadie debía ni podía interferir en eso.

   Se me revolvió el estómago. Nico me había seguido hablando, pero nada de lo que había dicho, había sido oído por mí. Nada. El olor a huevos revueltos me descomponía ahora mismo.

-Voy a preparar los sándwiches para el medio día –dije como una autómata y salí disparada para la cocina. Ni era la hora de preparar los benditos sándwiches, ni nada que se le parezca. Pero fue todo lo que logré decir. Sentí sus ojos clavados en mi nuca. Y sin ver pude percibir los gestos de Nico como si los dibujara en mi piel. Maldito idiota. Aun así no volví mis pasos atrás.

¡Gracias por leer!

©Todos los derechos reservados a Melina Sol Gual




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