El bar no abriría ese día hasta las diez de la mañana, hora en que la procesión de amigos de los padres de Mirko, cuál de todos más estirado, comenzarían a circular por allí, en el tradicional festejo a San Petersburgo. Pero antes, y esa parte solo nos concernía a los empleados, tendríamos una reunión con Mirko. Para ello usaríamos el bar.
-Ya terminé de preparar el café. ¿Vos cómo vas con los sándwiches? –me preguntó Nico.
-Bien –mi ánimo ya rozaba el suelo.
-Nina, anímate –me instó –no sabemos qué va a decirnos. Por ahí nada que ver.
-Prefiero imaginarme lo malo y después llevarme una sorpresa –respondí. Nico rodó los ojos. Mi dramatismo lo hartaba.
-En el caso de que tengas razón, estoy seguro de que nos va a dar tiempo de hallar otro empleo. –Dijo zamarreando mis hombros –saca esa cara.
-Están listos los sándwiches –dije colocando la bandeja enorme a su lado –sirvamos las mesas y esperemos a ver que nos dice.
Nico no dijo nada más. Además, más allá de que lo disimulara él también estaba preocupado. Eran tiempos duros, y el trabajo escaseaba hasta para la gente con estudio y experiencia. Y yo lo único que sabía hacer era ser camarera.
Con Nico y Tommy repartimos el desayuno improvisado para el resto del personal que ya había terminado de congregarse en el bar y esperamos impacientes que Mirko tomara la palabra. Estaba histérica a más no poder. Y el cansancio de no haber dormido en toda la noche no me estaba ayudando en nada.
-Buenos días chicos –dijo al fin. Titubeaba –Lo que vengo a decirles hoy no es algo que haya decidido de buenas a primeras. En lo absoluto –silencio –me llevo de echo casi un año tomar esta decisión, y que conste que es la más difícil que tome y voy a tomar en mi vida. Hace muchísimos años mi abuelo fundó este lugar y tanto él como mi papá lo llevaron al éxito, porque amaban esto. Y a su debido tiempo, como todos bien saben, me lo delegaron, heredaron.
El silencio dentro del bar era como una película fría sobre la piel. Nadie se perdía una sola palabra de aquello. Los ojos de mis compañeros parecían querer perforar a Mirko. Tommy se había enterado gracias a su papá y por ende yo también lo sabía. Pero para el resto, aquello sería un baldazo de agua helada en la cabeza. Lo último que te podía pasar era enterarte de que te ibas a quedar sin trabajo. Aquel discurso era tal y como lo imaginaba, como lo había pensado cada noche después de que me enterara que Mirko no era feliz como el dueño del bar.
-Pero, más allá de que los mejores momentos de mi vida están dentro de este bar, considero que ya es hora de hacer realmente lo que me gustó toda la vida. –nos miró y pude ver un brillo de lágrimas en sus ojos. Eso ablandó un poco mi ira –es difícil renunciar a lo que te delegaron, pero también es difícil soportar toda una vida sin elegir lo que de verdad amas. Hasta donde sé, tenemos una sola vida, y no quiero perderla haciendo algo que no elegí. –secó una lágrima. Nunca nadie lo había visto así. Era la primera vez que veía gestos humanos en su persona –Voy a comprender el desconcierto y hasta el enojo que cada uno de ustedes tenga. Porque es innegable que el Moscú es el bar con más éxito de la ciudad, y a más de uno le va a llamar la atención que cierre sus puertas.
-¿Qué va a ser de nosotros? –preguntó Nico, y tras de él muchos murmullos más se elevaron.
-No voy a cerrar mañana –explicó –el Moscú cerrará sus puertas –siguió como si el bar decidiera extinguirse solo –solo cuando todos sus empleados hayan podido ser reubicados. –los cuerpos de mis compañeros se relajaron. Al menos la cosa no pintaba tan horrible –puedo hacer recomendaciones, tengo muchos contactos interesados en mis empleados porque conocen su eficacia. El bar funciona como funciona gracias a ustedes.
Mi corazón estaba astillado, pero al menos estas últimas palabras me habían dejado un poco más tranquila. Algo era algo. Casi pegué un salto en la silla cuando una mano tomó la mía con afecto o compasión. Todavía no lo sé. Tommy había tomado mi mano y me miraba con algo que no supe identificar en los ojos.
Por más que lo intenté, mi mano se cerró sobre la suya. No puedo culpar a mis sentimientos de desesperación frente a lo que pasaría con el Moscú, ni la decisión que había tomado con Baltazar, ni nada. Que el tomara mi mano era algo que llevaba esperando toda una vida. Entonces comenzó la cuenta regresiva.