Quince días. Solo quince días. Eso era lo último que nos quedaba. Con Nico habíamos tirado cientos de curriculum. Nadie nos había llamado. Ni siquiera por error. El tiempo se agotaba. Cada día que pasaba era un paso más hacia el desempleo. Hacía la miseria que tanto había temido.
En ese mes que nos separaba del día en que la cuenta regresiva había iniciado, había ajustado mis gastos lo máximo posible. Y cuando decía lo máximo era lo máximo. De ese modo me quedarían unos pesos más para tirar cuando no tuviera trabajo. Eso inclusive me había llevado a pensamientos tan mezquinos como ir de vista a casas de amigas al atardecer o a casa de mi abuela para que me invitase a cenar. Una comida menos, era algo de plata menos que gastar. De los impuestos no podía huir, pero de la comida quizás un poco.
Volví a tomar mi cuaderno de gastos. Había ahorrado tres mil pesos. Haciendo bien las cosas y comiendo cosas rendidoras me alcanzaría quizás para quince días después del cierre del bar. Me restregué los ojos. No daba más de preocupaciones. Estaba harta.
-¿Nina otra vez con ese cuaderno? –Tommy me alcanzó un sándwich que se había tomado la molestia de prepararme.
-Tengo que hacerlo –dije, sintiendo como mis mejillas se sonrojaban. Me daba muchísima vergüenza, pero esa era mi realidad. Pobre. Re pobre.
-Vas a encontrar trabajo –dijo con una seguridad que casi se me contagia regresando a su trabajo de hacer sándwiches. Tommy era una presencia que siempre me hacía bien. Lo mire de reojo. Que el bar cerrara solo me ayudaría a una cosa: olvidarlo.
Después del episodio en que Baltazar nos había interrumpido, Tommy había estado conmigo más cariñoso de lo habitual. Y llegó a hacerme dudar muchísimo de mi decisión de seguir con Baltazar. Hasta hacía dos días, en que lo había visto charlando con Karem. Charlando bien, como dos viejos amigos. No voy a decir que eso me había roto el alma, porque ya estaba acostumbrada a soportar el amor de Tommy por ella, pero había servido para que las nuevas ilusiones que poco a poco lograban filtrarse a través de todos mis problemas y hacerme sonreír, fueran automáticamente sepultadas en la oscuridad de mis tristezas.
Ahora lo podría dejar ir. A mi amor por él, a mis ilusiones rotas. Si iba a ser feliz no lo sabía. Pero al menos lo estaba intentando. Me quedé unos segundos más observando su perfil armonioso mientras se afanaba en el trabajo. Era perfecto. Con cuantas ganas lo hubiera abrazado por detrás, escondiendo mi cara en su cuello. Haciendo mío su perfume dulce, mezclado con café y manteca. Sonreí. Y supe que era una sonrisa triste sin verla.
Definitivamente las cosas suceden por algo, y quizás el quedarme sin trabajo, me ayudaría a dejar atrás aquel amor imposible. Porque a Baltazar lo quería, pero nunca como a Tomás. Jamás.
-Mi papá me dijo que hay un posible comprador del bar –dijo de pronto –quizás lo mantenga funcionando o lo que es mejor decida conservar al personal.
Un subidón de adrenalina llenó mis venas.
-¿Estás seguro? –casi grité.
-Shhhh –dijo llevándose un dedo llenó de mayonesa a los labios –sí, pero no digas nada.
-¿Sabes quién es?
-No, no me dijo nada de eso. No sé si lo conoce –no me miró a los ojos. Lo conocía. Estaba mintiendo. Pero si no me quería decir era por algo. Quizás su padre le había pedido que mantenga el secreto al no tratarse de nada seguro.
-Está bien –dije haciendo caso omiso a la rojez repentina de sus mejillas –si sabes algo decime.
-Obvio que si Nina.
¡Gracias por leer!
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