Simplemente Nina

Cápitulo 71

   Su cara se petrificó. Ni un solo músculo siquiera se movió. Solo las estatuas de granito podían conservar un gesto tieso durante tanto tiempo. Solo él me había visto. El resto de los invitados paseaban por el enorme  salón charlando entre ellos, comiendo y tomando.

   Yo me había imaginado todo como en las películas. Que él estuviese en el fondo del salón y que me viera nomás entrar, y que el resto de la gente se congelara y me observara ni bien pusiera un pie en la sala. Pero no fue así. Los demás no se percataron. Y eso fue de lo mejor. Baltazar en el medio de la pista recibía a sus invitados, y no estaba solo. Una chica lo tomaba de la mano y hablaba entre sonrisas con la gente que se acercaba a saludarlos. Pero si me vió en cuanto entre. Debió haber sido el color de mi vestido que al contacto con las luces de colores y la luz negra parecía desprender una luminosidad acuosa de lo más fantasmal.

   Avancé despacio. Porque por más decidida que estuviera, verlo allí había sido como una puñalada en el centro del cuerpo. Y el dolor se desparramaba. Pero no lloraría. No le daría ese gusto. No me vería mal. Había ido allí para que él se sintiese pésimo. Él. No yo. Aunque sabía que luego en la soledad de mi casa lloraría hasta que la cara me quedase como una salchichón. Maldito sea, maldita vida, malditos todos.

  La chica en un momento me vió, y para mi sorpresa frunció el gesto y su sonrisa se borró. Me había reconocido. ¿Pero cómo? ¿Podía la cosa ser más cruel de lo que era? ¿Acaso sabía que la engañaba y que me engañaba? Ella se volvió y lo miró. Contempló con terror como Baltazar me sostenía la mirada y su piel iba perdiendo color. 

  Llegué hasta ellos. Me miraban, los miraba. El aire se había extinguido para los tres.

-Nina –oí balbucear a Baltazar, y luego la tan rastrillada frase –yo te puedo explicar… -pero no, no lo dejé continuar. En cambió solté de un solo golpe la ira que había acumulado todo ese tiempo. Sí, la dejé ir.

  Una cachetada. Una sola. Bien dada. El estrépito hizo que por fin los demás se giraran a ver lo que ocurría. El color volvió a sus mejillas.

-Jamás hubiese pensado que eras tan poco hombre –dije. No grité, pero mi voz se oyó firme. Audible. Letal. Noté a su madre, porque no podía ser otra avanzando entre la gente. Iba a defenderlo, pero alguien la frenó en seco.

  Lo miré una vez más a los ojos. Había de todo allí. Pero no iba a creerle esta vez. Desconocía sus motivos, pero me valían madre. Me giré como un rayo y salí del salón.

   Me había liberado. Un peso enorme había abandonado definitivamente mis espaldas. Pero allí donde antes anidaba la ira, había un hueco. Enorme y frio que me perforo el alma. Corrí por el patio, como huyendo de mi misma, del mundo. Si hubiese podido correr hasta el polo sur lo hubiese hecho con ganas. Pero no. No pude. Unos brazos me detuvieron a tiempo. Prácticamente me barajaron en el aire. Reconocí su perfume aún en la confusión y el dolor.

Tommy.

  Mi Tommy. Me sostuvo entre sus brazos cuando estallé en un llanto desgarrador. Me condujo por las calles frías hasta el auto. Nico estaba allí también. Nadie dijo nada. Nada de nada. Solo estuvieron allí para mí.  Me llevaron a casa y pasaron la noche conmigo. Llore, llore como nunca antes. Por mí, por Tommy, por mi trabajo, por Baltazar y por lo que sea. Lloré y limpie mi alma de dolor. Entonces me quedé dormida.

¡Gracias por leer!

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