-¡Buen día señorita! –escuché al otro lado de la línea. Casi por instinto miré el reloj con el único ojo que había logrado abrir. Las siete en punto de la mañana.
-¿Tommy? ¿Paso algo? –pregunté con la voz áspera y varonil de mis amaneceres.
-Vas a llegar tarde al trabajo dormilona. ¡Arriba!
Me senté en la cama de un golpe. Estaba dormida, pero no perdida. No tenía trabajo desde hacía una semana y no había conseguido nada tampoco.
-Si es un chiste es malísimo –dije -¿Qué estás haciendo a esta hora de la mañana?
-Afuera de tu casa, esperando que me abras para desayunar e ir a trabajar.
-¡Tommy ya estuvo! –Dije cortante –no me causa gracia –y corté la comunicación. ¡Las siete de la mañana! ¿Estaba loco o qué?
Entonces comenzó a aporrear la puerta.
-¡Maldita sea Tommy! –dije abriendo la puerta -¿Qué demonios pasa con vos?
-¡Uffff que humor! –exclamó nomás verme. Estaba recién bañado, perfumado y cambiado. O era una broma de lo peor o se había vuelto loco.
-¿Qué significa todo esto? –dije sin preocuparme de que me viera en calzones, con el pelo revuelto y cara hecha un asco.
-Significa que tenemos que llegar temprano a nuestro nuevo trabajo.
Enarqué las cejas. Aquello parecía ir enserio. O eso o de veras se había chiflado.
-Nina, anda vestirte. Tenés que acompañarme a un lugar.
Apenas logré tragarme un mate súper dulce que me enchufó Tommy mientras salía de vestirme y pintarme a las corridas. No tenía idea de a donde iríamos, si estaba drogado o había perdido la razón. Pero de todos modos iba a seguirlo. Mi estado mental como se verá tampoco era el mejor. En cuanto estuve lista, salimos a la calle. Ya no hacía tanto frio como para helarte. El clima se empezaba lentamente a caldear y la primavera se comenzaba a presentir en el aire tibio. Tommy tarareó todo el camino. Traté de adivinar varias veces a donde nos dirigíamos, pero nada. De a ratos presentía que estaba siguiendo un patrón absurdo. Iba a pedirle explicaciones, cuando de pronto vi que tomaba el camino de siempre. Lo mire y comencé a sospechar de que a Tommy le pasaba algo raro, aunque se viera normal.
-¿Acaso estamos yendo al Moscú?
-El Moscú cerró sus puertas –dijo como si aquello fuera ajeno a él.
-¿Entonces?
-Vamos a nuestro nuevo trabajo.
-¿Es decir? –insistí.
Entonces estacionó en la esquina del Moscú. Iba a protestar. Pero lo noté. Se veía diferente. Pintado de otro color. Había obreros trabajando en la fachada. No entendía nada.
-¿Qué es esto?
-Mi papá compró la llave del local Nina. El bar no va a cerrar sus puertas, solo a cambiar de dueño –sonrió con una felicidad que no le había visto nunca. Le quedaba hermosa – ¿Aceptas seguir trabajando con este humilde camarero?
Me quedé petrificada en el asiento. Tommy sonreía. Con la sonrisa que amaba, con el brillo en los ojos que amaba y en la cara que amaba. Se acercó a mí. Su perfume me envolvió.
-¿Qué decís Nina? ¿Aceptas quedarte conmigo?
¡Gracias por leer!
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