La operación que en un inicio iba a durar media hora, o a lo sumo 40 minutos, comenzó a alargarse más de la cuenta.
Una hora…
Dos horas…
Tres horas…
Y yo no recibía ninguna noticia de mi hermana. Entonces, cuando ya casi se cumplía la cuarta hora, un doctor salió del quirófano, preguntó por el familiar de la paciente, y se acercó a mí. El médico no me dio tiempo ni de hablar, cuando la siguiente pregunta salió de su boca.
—¿Usted cree en Dios?
Un nudo se formó en mi estómago, pero con la mayor solemnidad le respondí que sí.
—Entonces, comience a pedirle a Dios por la vida de su hermana —sugirió el doctor—. Su vesícula era una bomba de tiempo, porque solo la tocamos y se reventó. Tuvimos que tomar varias acciones para retirar la bolsa y que las piedras no se cayeran, pero algunas se escaparon y… prácticamente tuvimos que meterle las manos en las entrañas para poder sacárselas. También, tuvimos que revivirla en una ocasión, porque su corazón dejó de latir. Si ella logra sobrevivir dos horas luego de la operación, entonces la pasaremos a la sala de recuperación; de lo contrario… sugiero que vayan buscando la caja para entregarles el cuerpo.
—Gracias por la información, doctor —dije mientras lo veía alejarse y atravesar la puerta.
Nuevamente estaba sola ahí, frente a esa puerta que daba al quirófano, con mi biblia en la mano, una oración en la boca, y la responsabilidad de mantener la cara para que, en el momento en que viniera mi hija, no se diera cuenta de todas estas impactantes noticias.
Me encaminé hacia el estacionamiento y una botita navideña que adornaba la puerta me dio la bienvenida. En ella, descansaba un pequeño regalo, y yo, tratando a toda costa de no pensar en nada malo, salí por esa puerta y fui a buscar a Helena.
Un suave murmullo se escapó de mis labios.
—Sería lindo que tuviera un milagro adentro.
***
Noche buena (Hospital)
Luego de hablar con mi hija, y negarme a tomar la comida que me trajo, porque estaba con náuseas por los nervios, volví al hospital para seguir a la espera de noticias por parte del doctor.
Recuerdo los tiempos intermitentes que tenía mientras leía la biblia, avanzaba de un lado a otro por el pasillo, y me volvía a sentar para volver a leer. Y así, las dos horas pasaron, cuando el cirujano salió por la puerta del quirófano, me observó a los ojos, y suspiró aliviado.
—Su hermana está bien.
No me había percatado que estaba conteniendo el aliento en ese punto, sin embargo, luego de escuchar esas palabras, suspiré llena de alivio, y el peso en mi pecho se aligeró. Entonces, el doctor continuó explicando.
—Su hermana está un poco delicada —aclaró—. No la moveremos a la UCI, pero vamos a tenerla en observación. Por favor, no permita que se levante, y acate todas las sugerencias que le dejaremos con la enfermera, para que ella se recupere por completo.
—Muchas gracias, doctor. Que Dios le bendiga —dije mientras le tomaba las manos.
—No hay de qué. Solo recuerde que debe estar muy pendiente de ella durante lo que resta de la noche. No deje que hable, se mueva o se levante una vez se despierte.
—Está bien.
Fui con la enfermera hacia el lugar en donde estaba mi hermana, y al verla, le di gracias a Dios por esta nueva oportunidad que le daba. De inmediato, nos movieron a una sala colectiva, pero en esta ocasión era un cuarto grande y sencillo que no estaba decorado como el anterior. En este, se encontraban diez camillas con pacientes a ambos lados de la habitación, sumando en total 20 personas en el cuarto.
Para cuando nos instalaron en esta sala, ya eran las 11:30 p.m. y yo aún no había comido.
Los nervios ya habían pasado, y ahora, como si me estuviera reclamando por ignorarle durante tanto tiempo, mi estómago comenzó a gruñir y a retorcerse con un hambre atroz. Sentía como se pegaba a mis tripas y mi columna, en un pobre intento de hacer que me moviera.
Me había negado a aceptar la comida que Helena me trajo, y ahora, estando al pendiente que mi hermana se despertara (porque aún estaba sedada), no podía ir al cafetín del hospital y comprar algo decente para comer. Estaba ajustándole la vía intravenosa que goteaba demasiado rápido cuando… Sucedió algo que no sé si llamarlo un milagro.
Había una madre junto a su hijo en la cama al lado de la que estaba mi hermana. Un familiar le había llegado a dejar comida a esta señora. Y tal vez ustedes se preguntarán, ¡¿cómo hicieron para meter comida en un hospital a esa hora?!
Hasta yo me sigo haciendo esa pregunta.
Ignoré la imagen de los depósitos de comida, e intenté reprimir el deseo de oler ese delicioso aroma a carne. Estaba comenzando a acomodarme en la dura silla en donde iba a dormir, cuando escuché la voz de alguien quejándose.
La mujer vio la cantidad de comida que le llevaron, y frunció el ceño.
—¡Qué barbaridad! ¡¿Acaso creen que soy un cerdo?! ¡¿Cómo me voy a comer todo esto?!