Sin Almas 2 © Los Gaía

3. ¿A dónde estoy?

¿A dónde estoy?

Desperté  con el brillo del sol sobre mi cama. Aturdida, recordé el sonido de un estruendo y una ventana quebrándose. De inmediato, mire la ventana intacta. Otro de mis misterios sueños. Mi corazón volvió a palpitar de miedo y angustia, no sabía a dónde estaba. ¿Cómo llegué hasta aquí? La habitación era ciertamente de un lujo desmedido e inútil. La cama, por ejemplo, podían caber más de tres personas sin jamás tocarse. Estuve por levantarme, cuando alguien tocó a la puerta.

—¿Valentina?                                                                    

“¿Valentina? ¿Quién rayos era Valentina?” Al no saber no conteste a la voz de la mujer. Ella volvió a tocar la puerta y seguí sin contestar totalmente desamparada sin saber qué hacer, me hundí aún más en la cama, debajo de las cobijas.

Con una lentitud calculada, la puerta de madera brillante y blanca se abrió. Un rostro apareció con cierta timidez seguido por su cuerpo y el ruido de sus zapatillas de tacón bajo sobre el suelo marmoleado.
Su porte era elegante, ella llevaba un vestido de color cobrizo y café de un corte impecable junto con unos zapatos que combinaban perfectamente con su collar de perlas nacaradas. Su pelo gris parecía resaltar sus ojos de un color que jamás había visto, era como si su iris reflejara el mismo sol de mi ventana. Ella se acercó hacia mi cama sin ninguna prisa.

—¿Cómo estas Valentina?

Mis músculos se tensaron; ella se percató y se detuvo observándome con cuidado. —Me llamó Blanche —se quedó callada un momento antes de continuar—, soy la madre de tu madre: tu abuela.

De la sorpresa, mis ojos brincaron, las palabras “madre y abuela”  hicieron que mi corazón empezará a latir frenéticamente, mis labios se quedaron sellados.

Blanche caminó un pie tras otro hasta lograr sentarse sobre el borde de la cama con calma.

—Te pareces mucho a ella, de muchas maneras sin ser exactamente iguales.

Emocionada, escuché quieta y callada todo lo que Blanche me contaba memorizando y guardando cada pedazo de información como un tesoro precioso en mi corazón.

—Pero de seguro ya lo sabes —terminó por decir sonriéndome con cariño y tristeza.

“No, no lo sabía, no sabía… nada” pensé callada. La vi soplar y esperé jugando con las sabanas de satín nerviosamente.

—¿Quieres que llame a tu doctor? ¿Te sientes mejor?

—Sí —susurré.

—Pensé que nunca ibas a dirigirme la palabra. Dime en qué te puedo ayudar Valentina.

—¿Valentina? —me atreví a preguntar.

Blanche me miro sorprendida agrandando sus ojos mientras vi su labio inferior temblar. —Sí. Era el nombre que le gustaba mucho a tu madre y pensé que así te había llamado. ¿Cómo te llamas?

—Nina —dije tratando de articular.

—Nina —repitió Blanche pensativa— muy lindo nombre, muy parecido a Valentina.

A mí no se parecían para nada, pero no se lo mencioné. — ¿Cómo llegué aquí? —dije tanteando el terreno.

—Te… recogimos a dura costa. Nina, es una muy larga historia y de ahora en adelante tendremos mucho tiempo para ponernos al día. ¿Qué dices? —Asentí con una tímida media sonrisa—. Vamos, desayunaremos en mis apartamentos. Ten, ponte esto —dijo recogiendo una bata dentro del inmenso armario de puertas corredizas de la misma dimensión que mi cama—, y sígame.

Obedecí, aliviada y preocupada. No conocía a nadie, ni a esa señora, y puede que nada de lo que me contaba fuese verdad. Ese lugar me resultaba para nada familiar, ni siquiera parecía ser el mismo país. Temblando me puse la bata ofrecida por Blanche sobre la cama, ella abrió la puerta de mi habitación y me miro tiernamente.

— ¿Lista?

Asentí una vez más sin hablar, y Blanche cruzó el umbral de la puerta. Una vez en el pasillo la respiración se me cortó, no estábamos en una casa como pensé pero en… un castillo de piedra cuyos pasillos estaban repletos de arcos gigantescos.

—Si miras de esa manera hacia arriba te vas caer. Cuidado con las escaleras usa la rampa.

Las escaleras estaban hechas de mármol con destellos de colores grises y puntos purpura, la rampa se incorporada delicadamente a la pared moldeada a la perfección. Un buen momento subimos la escalera de caracol de vueltas interminables. Cuando por fin llegamos, dos grandes puertas celosamente guardadas por dos guardaespaldas se abrieron.




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