—Buenos Días querida Blanche, entra pasa. ¿A qué se debe el honor de tu visita?—dijo el Patriarca sorprendido, antes de añadir— ¿cómo has amanecido?
—He tenido mejores noches. Converse con Nina esta mañana —anunció Blanche.
—Entonces, ya despertó, ¿cómo te fue?
—Quiso saber quién es su padre.
—Era de suponerse, ¿algo más? —preguntó el Patriarca, repasando su agenda de la semana sin siquiera levantar la vista.
—Querido, como abuela, te pido que le des una oportunidad de conocerla y que sea parte integrante de nuestra familia.
El Patriarca se quedó pensativo mirando a su esposa, mientras deliberaba sacó su pipa y la prendió con un fosforo, lentamente sacó una cuantas bocanadas para ganar tiempo.
Desde la muerte de Diana, Blanche se encerró en sus apartamentos negándose a dirigirle la palabra. Blanche lo odiaba y lo culpaba personalmente por la muerte de su hija Diana poniendo fin a su amor y amistad por él.
Hoy, por primera vez Blanche volvía a tener su semblante de antes, volvía a la vida, y lo único que le pedía, de todo lo que él estaba dispuesto a ofrecerle sin pensarlo dos veces, era justamente lo que no podía a darle. Proteger a esa niña, a esa bastarda, la razón misma de la muerte de Diana, de su hija y la causante de la traición de su madre con su familia. ¡Maldición! El plan era muy sencillo: estudiar a Nina, usar su sangre, y luego matarla.
Pero ahora, él sabía, él estaba advertido: su esposa estaba ya emocionalmente implicada con esa niña. Y esa niña era entonces su única esperanza de recuperar el amor de su querida esposa. ¿Acaso podría volver a perderla? Una sola oportunidad, pedía una sola.
—Lo pensaré —contestó a su esposa encendiendo nuevamente su pipa mientras su esposa salía sin dirigirle la palabra.
¿Y si esa bastarda fuese igual o mejor aún que su madre? Sería un real desperdicio matarla. Una segunda oportunidad para una persona que nunca tuvo una. Y si ella fuese igual o inclusive más talentosa que Diana, le serviría a él y a su familia. En todo caso, a lo peor, si no funcionaba siempre dar marcha atrás y nadie podría reprochar al bondadoso Patriarca por darle una oportunidad.
Pensándolo bien, puede que almuerce con ella. Pasaría tiempo con ella, la mediría, la pondría a prueba con los entrenamientos dignos de los mejores; y si ella fallaba, la mataría él mismo con sus propias manos.
Satisfecho con su decisión, tomo su bastón de cristal apoyando su gruesa mano derecha sobre la calavera y salió por el jardín. Necesitaba planificar, pensar, elaborar nuevos planes. Sonriendo, sacó a su perro con una febril y frágil ilusión de poder recuperar la complicidad que tuvo con su hija a través de su nieta.
Después de todo hasta un Patriarca podía soñar.
***
Cuando me desperté estaba en la misma cama de antes. La desesperación asaltó mi mente. Pensé estar en una de mis pesadillas donde había caído en otra dimensión con personas desconocidas. Perdida, mi corazón se apretó dentro de mi pecho. La cabeza me mareaba, no entendía nada de lo que sucedía. El pánico me sumergió, intenté recordar algo, lo que sea para agarrarme y evitar caer en el vacío oscuro del olvido. Los nervios empujaron mi cuerpo a levantarse y caminar en círculos para pensar. Una solución, siempre había una solución, pero no la encontraba. Esa sensación de estar atrapada y retenida contra mi voluntad me martilló la mente, cortándome la respiración. La habitación comenzó a girar alrededor mío hasta hacerme perder el equilibrio. Caí, incapaz de levantarme, mi mundo colapsaba.
El sentimiento de una perdida sin igual golpeó mi corazón, las lágrimas me sumergieron. Sentía una falta terrible, como si algo sustancial me hubiese sido arrancado, algo tan vital como respirar. Aire, necesitaba aire; sofocada mi garganta comenzó poco a poco a nublarme la vista y mis manos comenzaron a temblar. Tenía que recuperarme, concentrarme, luchar contra mí misma, respirar hondo, profundo, calmar mis nervios anormalmente sacudidos por algo que mi mente no lograba distinguir. Mi último recurso fue abrir la ventana y dejar el aire frío impactar mi rostro, al instante sentí su bofetada irritar cada poro de mi rostro. Y respiré de nuevo, alimentando mis asfixiados pulmones. Hondo, respiré profundo dejando escapar las lágrimas quemándome mis ojos cerrados. El tacto del viento frío remplazó otras caricias que mi cuerpo extrañaba, su zumbido congeló mis orejas trayendo el eco de un pasado cuya voz extrañaba. ¿Cómo podía extrañarlo y no acordarme de él?
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Editado: 09.12.2018