Sin Almas 2 © Los Gaía

6. Cacería

Caminando junto a mi abuelo escuché sus palabras con atención.

—Las únicas personas que me trataban a como se debe era tu abuela y tu madre. Como extraño a tu madre, Valentina. La complicidad que compartíamos, nuestras charlas, y nuestros planes para levantar el legado de la familia. En fin, cambiemos de tema. Mañana es tu baile y te presentaremos a toda la comunidad y la familia. Es un acontecimiento de lo más importante y muy formal, hay muchos protocolos que seguir. Mañana quiero que pases el día con Madame.

—¿Pero y qué paso con lo de esta noche?

—Seguiré el consejo de Madame. Esperaremos a que estés iniciada y familiarizada con tu herencia. Mientras tanto te entrenaremos, la verdad es que quise molestar a esa mocosa. Ahora si vas correrías peligro.

—¿Peligro? —susurré sorprendida.

El Patriarca se detuvo tocando la calavera de cristal de su bastón como si este le pudiese contestar a una pregunta silenciosa.

—¿Te asusta la muerte Valentina? —dijo tomando su bastón poniéndolo justo debajo de mi barbilla estudiando el menor fallo en mi mirada.

—No —conteste fríamente, antes de añadir—, ¿de qué se trata?

—Nuestra familia, de tú familia Valentina, es la guardiana de un pesado y honorable legado. No siempre fuimos lo que somos hoy. Hace mucho tiempo fundamos el Orden de los Hospitalarios, ¿los conoces?

—Sí, fueron una de las ordenes pilares en los tiempos de los Templarios, no eran militares como ellos, los Hospitalarios buscaban recibir y curar a los enfermos. Luego con el tiempo tomaron también las armas.

—Es correcto, por allí va el asunto. Nuestros ancestros buscaron el bienestar, y lo seguimos haciéndolo hoy a través de múltiples organizaciones no gubernamentales sin ánimo de lucro y ciertos grupos farmacéuticos. Nuestra desgracia y mayor orgullo se sebe a Los Templarios, nunca te equivoques con ellos, siempre fueron, siempre son y siempre serán nuestros enemigos. Cierto es que primero quisimos unir nuestra orden con la de ellos, pero ellos eran malignos imagínate que en aquel entonces revivían a las almas muertas.

—¿No son supersticiones? —pregunté escéptica.

—Me pregunto si no sería más prudente que tú vengas con nosotros —pensó el Patriarca en voz alta.

Acto seguido, él sacó su celular y se alejó un par de minutos antes de volver.

—Vendrás con nosotros esta noche. No participarás, pero observaras y después me dirás si todavía crees en las supersticiones. En cuanto al baile lo atrasaremos un poco, tenemos una emergencia y no le hará nada mal a la familia poder descansar un poco. Vamos, vete a tu cuarto y cámbiate, ponte algo deportivo y totalmente negro, tomate un buen café para que te quedes despierta.

—Pero Blanche se enojará —conteste preocupándome.

—No te preocupes —contestó mi abuelo riéndose francamente—. Cierto es que tu abuela enojada es asunto serio pero nada que yo no esté acostumbrado. Vamos, anda ve a vestirte.

—¡Gracias abuelo! —me exclamé abrazándolo, y me fui corriendo hasta mi habitación.

Una vez en mi habitación recuperé el aliento, atravesar todo el patio y subir las escaleras de un tiro alteró mi pulso. Sin perder tiempo busqué en el armario una ropa cómoda y negra con unas deportivas tenis, una tira para atar mi cabello y listo. Bajé las escaleras corriendo, saltándomelas, e incrementé el ritmo al cruzar el enorme patio.
Al otro lado, en las afueras, cerca de las imponentes rejas, un grupo de unas veinte personas se reunía aglomerados alrededor de mi abuelo cuya voz daba las instrucciones. De inmediato paré de correr y caminé rodeando la fuente cuyo chorreo rítmico y fluido contrastaba con el silencio tenso y respetuoso del grupo a la voz autoritaria del Patriarca. Yo me quede al final, detrás de todos, esperando. Al terminar, él me llamó. —Nina, ven aquí. Te presentó a Julien, él será tu guardaespaldas y tu entrenador. No podrás ir a ningún lado sin él. Julien te entrenará y te protegerá. Escucha lo que te dice, aprende lo que te enseña y observa lo que te muestra. Julien te confío a mi nieta —terminó por ordenar antes de liderar el grupo hacia las afueras.

Decir que Julien era apuesto sería equivocado, pero de él emanaba una tranquilidad mezclada con una buena dosis de calculada frialdad. De inmediato, entendí que no se debía jugar con él. La felicidad de patrullar se convirtió en una especie de nerviosismo, de pronto entendí que ese no era un paseo lindo de noche, pero una verdadera excursión militar.

—Si no quieres tener problemas conmigo harás exactamente lo que te digo sin dudar, sin preguntar ¿está claro? —preguntó Julien escupiendo las palabras visiblemente disgustado.




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