Sin Almas 2 © Los Gaía

11. EL REMEDIO

Blanche miró a su nieta dubitativa. No veía cómo su nieta iba a poder lucirse mañana con esa herida en su brazo.

—¡Es realmente una desconsideración y un disparaté que hayas ido allá sin decirme nada! —se enojó Blanche.

—Abuela, yo no tengo la culpa, no sabía…

—No sabías blablablá… Mañana es tu baile de presentación y no estás en condición para presentarte.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Nina preocupada.

Blanche caminó en círculos pensando. Nina se quedó callada, ya comenzaba a conocer a su abuela para saber cuándo callarse y cuándo hablar: esta ocasión callarse era lo más prudente.

—No tengo más remedio —dijo al fin, jalando la cuerda de su apartamento llamando a su mayordomo.

Al instante su mayordomo apareció tocando a la puerta esperando que Blanche le ordené entrar. Una vez adentro el mayordomo esperó a que su señora le diera las instrucciones.

—Quiero que prepares mi auto. Vamos a salir mi nieta y yo —ordenó Blanche.

—Va a necesitar el pase de su esposo —dijo calmamente el mayordomo.

—Jean, no necesito ningún pase de nada y de nadie —anunció tomando el teléfono para llamar a su esposo—: es Blanche, sí. ¿Qué es ese cuento de pase? —Hubo un silencio en el cual ella golpeó el piso con el tacón de su zapato con impaciencia— ¿acaso Usted me pidió mi opinión cuando sacó a nuestra nieta de cacería? ¿Cómo que guardaespaldas? ¡No necesitamos que unos guardias nos sigan como perros! ¿Perros o nada? Bueno está bien traiga a tus perros pero no los quiero ver, ni sentir, ni escuchar ¡ni nada! —dijo al colgar sin despedirse.

Blanche se devolvió hacia mí los codos sobre su cintura sin mirarme realmente.

—Necesito a mi paloma Jean.

Jean simplemente salió del cuarto en silencio mientras Blanche tomó un pedazo diminuto de papel y escribió unas palabras con una pluma y tinte de verdad.

— ¿Por qué…?

—Porque querida el tinte y esas plumas no son rastreables; y la paloma es el correo más seguro que existe. Tienes mucho que aprender Valentina —dijo Blanche riéndose.

—Se podría… acaso… ¿me podría llamar Nina? Es que realmente no logró identificarme con Valentina.

—Claro querida. Vámonos ahora, Jean recogerá el mensaje y lo enviará. No perdamos más tiempo y vayamos afuera. De paso tomarás tu abrigo Valentina.

Iba a protestar pero inmediatamente me callé por timidez, falta de carácter, miedo de defraudar o inclusive peor, causarle pena a mi abuela. Después de todo, y ¿si Valentina fuese mi verdadero nombre? Los límites entre lo que fui y lo que era comenzaba a difundirse poco a poco, y adentro de toda es euforia ya no sabía quién era yo, y a dónde pertenecía.

 

 

Pierrino comía en la sala cuando un picoteo sobre la ventana lo hizo pausar sus cubiertos. Se quitó la servilleta de sus regazos y secándose la boca se levantó para abrir la puerta a la paloma de su abuela.

—Hola, ¿cómo estás? —dijo acariciando al pájaro, el cual arrullaba entre sus manos—, ¿qué mensaje me trajiste?

Lentamente desató el pequeño cuero atado a la pata de la paloma y sacó el diminuto pedacito de papel: “Veámonos en la tienda, trae tu material”. Sopló al leer la nota, no necesitó ver la hora para saber cuándo su madre quería verlo. De por si con ella era lo mismo que con su padre, ¡todo para ayer! Miró su comida con cara de disgusto, tanto le costó prepárala. Enseguida, recogió todo y guardó su comida en el refrigerador. Luego se dirigió a su laboratorio y tomó su botequín ambulatorio, dirección la tienda.

No le tomó mucho llegar al centro de la ciudad. Aun así dudo mucho que su madre ya estuviera allí, de modo que paró en medio de una cafetería y pidió por un cappuccino. Luego se encaminó hasta el supermercado para aprovechar y comprar el vino que le hizo falta a su almuerzo, y aprovechar que nadie lo estuviera siguiendo.

Cuando salió, sin ver nada sospechoso, caminó hasta la tienda. Allí estaba un guardia armado vestido de negro con una gorra que ocultaba el rostro: Julien.

—¿Tú, aquí? —dijo Julien.

—Blanche me pidió venir —dijo mirando a su maleta.




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