Sin Almas 2 © Los Gaía

15. Sin control

Mi entrenamiento

Durante la noche, soñé, con él, otra vez.

Igual que antes, antes de que yo me fuera, antes de que nos dejáramos de hablar, antes que su presencia fuese únicamente en mi imaginación, el producto perfecto de mis más profundos deseos. Su mirada de color miel me envolvía para atormentarme. En mis sueños, sus ojos siempre me recordaban a los girasoles que capturaban la luz del cálido sol, absorbiendo cada uno de sus destellos para regalarlos a sus seres queridos. La intensidad de mi incontrolable deseo por sentir bajo la palma de mi mano su piel, por oler el perfume de su cuello, por probar el sabor de sus labios y sentir su aliento contra el mío que las lágrimas desbordaron por mis ojos cuando finalmente, después de tanto anhelo y espera, escuché su voz.
En mi imaginación, cuando estábamos juntos, mi cristalina risa era como una gota de agua caída sobre un pétalo soleado después de una tormenta; ninguna tristeza, solo el estado mismo de la complacencia por encontrar al fin mi lugar en ese mundo. Un sentimiento tan profundo y natural como el mismo océano cuyas olas bailaban al ritmo de las mareas moviéndose al compás de su atracción con la luna.

Pero un amor tan incierto como irreal, luchaba cada noche para no caer en la oscuridad del olvido, en vano.
No obstante, la seguridad de sus brazos y la honestidad de su sonrisa me devolvían recuerdos de mi pasado encerrado en mi mente como un amor imposible, un amor inventado por mi mente para luchar contra mi soledad. Pero, la calidez de su mirada me hacía sentir en casa, él era mi hogar, mi jardín secreto. Y mismo si tantas veces lo negué e ignoré el dolor sentido por su ausencia y su silencio, seguía indudablemente amándolo. ¿Acaso alguna vez terminaría? ¿Acaso él existía de verdad? ¿Cómo un sentimiento tan profundo, no fuese mutuo? ¿Acaso la vida era así de cruel? No quería seguir pensando en él, soñando con él, amándolo a él. Pero esos momentos robados me daban en esos instantes paz, tranquilidad, y satisfacción pura.

Soñar con él cada noche, era una locura. Aun así, nuestra historia no dejaba de ser un sueño frustrado, sabía que no era real. Maldiciendo la violencia de mis emociones me cuestionaba sin cesar su origen, ¿acaso la imaginación era capaz de crear amor? ¿Y si él estuviese en algún lado soñando exactamente lo mismo?

Finalmente y ante todo, lo devastador no eran las noches, sino el despertar: cada mañana, mis párpados se abrían para comprobar, una vez más, el espacio vacío en mi cama, el espacio vació en mi corazón pesado y lastimado. Un maravilloso sueño, otro más, una tortura más, una proyección imposible de nuestro futuro juntos. Mi corazón latía para volverlo a ver, por sentir su cercanía, escuchar el tono de su voz, oler el aroma de su piel dorada, y abrazar su mirada donde nuestros mundos eran uno solo. La adversidad del espacio que nos separaba convertía mi decepción en una pena infinita e inmensa. Yo no era fuerte, no poseía el valor para enfrentarme a la intensidad de mis sentimientos por él, y tampoco para remediar al espacio que nos separaba. El fracaso, mi fracaso por ir detrás de lo que mi corazón anhelaba en lo más profundo, siempre terminaba igual: mi mente protegía a mi cobarde corazón olvidándolo para siempre, hasta el próximo sueño.

Al levantarme, mi obvia mala fe negó la lucha de mi corazón por latir a un paso regular, mientras todo mi ser quiso volver a soñar o fingirlo. Sacudí mí mente, necesitaba una ducha rápida y un enfoque distinto para distraerme y olvidar… todo.

 

Cuando Julien me vino a buscar yo ya estaba lista, cansada y de mal humor. Caminamos en silencio y si él noto mi mal genio no le hizo caso. Sabía que íbamos al gimnasio y una vez más cuando me acerqué a las puertas estas se abrieron solas: ¡sabía que las habían automatizado!

Julien se quedó un momento parado detrás de mí y calladamente me llevó hasta el saco de boxeo. Mire al saco y a él pensando que me iba a mostrar algo. Julien simplemente cruzó los brazos retrocediendo. Lo mire sin entender.

—¡Patea! —me ordenó.

Retrocedí, no quería pelear.

—¡¿Qué me vas a decir que no quieres darle una golpiza al saco!?

Negué con la cabeza.

—Valentina…

—¡Me llamo Nina! ¡Nina!

—Está bien Nina, ¿acaso no estás cansada de no controlar nada?

Lo mire como si me hubiera abofeteado. Él tenía razón así me sentía: usada. Usada por el hombre de mis sueños que no era uno, por mi familia que no era realmente mía; por mis padres y su ausencia, y la muerte que arrebata siempre a los que uno más amaba.

—Que los demás agarren lo que necesitan de ti: ¡golpea Nina!

Y golpee tímidamente.

—¡Que no tengas a tus padres contigo!

Las lágrimas en los ojos, me quede paralizada. Julien se me aproximó amenazante y escupiéndome en la cara: ¡Golpea! Y golpee más duro.




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