Sin Almas 2 © Los Gaía

CONTROL TOTAL(SEGUNDA PARTE)

Adam, William y los gemelos observaban la ciudad de Toulouse mientras el auto particular con chofer los llevaba a la Hacienda del Maestro Principal, el señor Richard.

Al llegar, la seguridad era óptima, cada uno tuvo que bajar del auto, inclusive el mismo chofer; escanearon el auto, chequearon su peso, perros policías olfatearon cada rincón del vehículo. Finalmente procedieron con el chequeo de nuestras identidades, pruebas dactilares, de las retinas y de las venas de nuestras manos.

—Impresionante —dijo finalmente Adam, cuando el chofer entró en la ciudad de Carcasona.

—Sí, tenemos un sistema de seguridad muy eficiente —contestó el chofer ligeramente.

—¿Tuvieron dificultades en el pasado? —se preocupó Robert.

—Sí, como se imaginarán todos los integrantes de la élite se reúnen aquí, cualquier atentado sería una catástrofe.

—Muchos enemigos —insistió Ethan a su vez.

—El poder trae consigo repercusiones a veces incontrolables ­—explicó el chofer.

Los cuatro se miraron discretamente, ninguno convencido por la pobre explicación del empleado. Cuando finalmente llegaron a la casa el agrado fue total. Era de esas típicas casas rurales de la región, muy agradable, espaciosa, de dos pisos con un jardín amplio y una piscina. Inmediatamente todos se sintieron cómodos dejando a un segundo plano el tema de la vigilancia.

El chofer aparco el auto frente a la puerta de entrada. Inmediatamente salió del vehículo y abrió el cofre para sacar a las maletas mientras todos bajaban a inspeccionar los alrededores. William fue el primero a tender su mano al chofer para agradecerle el recorrido dándole una generosa propina.

—¿Acaso cree Usted que mis jefes no me pagan todo lo que necesito, y más? —Sin esperar la respuesta de William el chofer le ordenó: —guarde su dinero William, aquí todos vivimos cómodamente.
Luego, se subió de nuevo, y arrancó el vehículo alejándose de la propiedad. William se quedó parado con los billetes en la mano, un poco humillado pero después de unos segundos alzó los hombros y volvió a meter su dinero en su bolsillo.

—¡Tenemos más comida que en la casa de Adam! —se burló Ethan sirviéndose copiosamente.

—Si cuento con todos ustedes nos morimos de hambre —contestó Adam falsamente indignado.

—No creo que sea posible Adam —se burló Robert hablando la boca llena apuntándole con su tenedor, bajo el codazo cómplice de su hermano.

Adam simplemente abandonó el cuarto visitando la casa. Todos los espacios de la casa eran amplios y luminosos contrastando con las cortinas negras de las habitaciones. Entró en el primer cuarto esquinero, de inmediato Adam  notó la túnica blanca con la cruz paté roja sobre la cobija azul oscura, la cruz de la Orden del Temple. Intrigado, Adam continuó su inspección abriendo el armario, allí había una armadura completa: un impresionante yelmo hecho para proteger el rostro, era sumamente estilizado con arabescas talladas en cada borde de la parte del casco. La visera, puntiaguda encajaba perfectamente con el barbote, y la cimera igual de estilizada parecía ser muy filosa. El escudo igual de impresionante por su tamaño y peso traía también el escudo del clan de los dos leones junto con la cruz paté. Arriba, su espada estaba colocada dentro de un enorme estuche espeso de cuero blanco bordado con la Cruz roja de los templarios; el puño de madera tenía la figura metálica de un león con  la boca abierta a punto de saltar para engancharlo si es necesario. Con el pulgar, Adam chequeó el filo de la espada cortándose la yema apenas la rozó. Extrañado, Adam volvió a guardar todo en su lugar; las justas eran una leyenda entre los inmortales, su bárbaro espectáculo parecía ser cierto. A juzgar por la calidad y seriedad del material, los combates prometían ser elegantes, serios y brutales.

Desde abajo, Adam escuchó alguien tocar y Ethan abrir la puerta; la voz de una mujer resonó por la casa, no podía tener más de treinta años, traía consigo ropa envuelta en el plástico recién salidas de la lavandería.

Ethan, Robert y William tomaron los trajes y las invitaciones tendidas por la curiosa mujer al mirar por dentro de la casa hasta que Ethan, sin prestar atención, cerró cordialmente la puerta. Cuando finalmente Adam se decidió a bajar en el salón todos se estaban alistando, al ver el sofá agradablemente vacío él se dejó caer encima rendido; todo aquello era demasiado para él: Nina, la Orden, William, todo parecía un nudo gigante que no lograba extirparse. Frente al mini bar de vidrio en la esquina de la inmensa sala pintada de blanco, Adam se sirvió un vaso de oro, sin dudar vertió el oro líquido de 24 quilates en la copa de cristal y se sentó agotado. Necesitaba recargar energías, el estrés tendía a disminuir la luz de su sistema. Desde el primer trago, el efecto rejuvenecedor y la energía no tardaron a surtir sus efectos. Sin pensarlo, cerró sus ojos y aprovechó para descansar su agitada mente. Cuando un grito escuchó proviniendo de arriba, el brinco de Adam sobre el asiento casi iba a derramar el líquido si no fuese por sus ágiles reflejos. Sin pensarlo, Adam tragó de un tiro todo y se dirigió a los cuartos de arriba.
En el segundo cuarto de arriba, William se caía con un vaso entre sus manos, de inmediato Adam sostuvo a William antes de caer sin lograr alcanzar al vaso cayéndose en el piso en un estrepitoso ruido. Las contracciones de los músculos de William forcejaban el agarre de Adam, mientras la sangre brotaba a chorros de su herida.




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