Sin Almas 2 © Los Gaía

MI MASCARA (SEGUNDA PARTE)

En ese momento volví a mí misma. Sin palabra alguna, los dos me ayudaron a levantarme. Si bien es cierto estaba un estado letargia total, mi memoria y el recuerdo de las palabras de Pierrino se grabaron en mi mente.

—Hay una fiesta que atender —dije calmada.

—Ten, cuando te sientas confundida, y desorientada sabes que un nuevo ataque está por venir, no esperes que se te salga de las manos, abre la botella y respira hondo, eso te ayudará en calmar las cosas cuando tengas que luchar contra… lo que sientas en ese momento —resumió Pierrino, sin decirle que finalmente Valentina estaba luchando contra la voluntad de su propia madre.
Blanche trajo el maquillaje y volvió a retocar todo desde el inicio. Era mucho más sutil que la maquilladora y más pronunciado de lo que yo estaba acostumbrada.

—Si te sientes cansada, podrás retirarte después de algunos bailes y de tu coronación. Pero de verdad te gustará el baile Valentina, lo hice especialmente para ti, como mi regalo de bienvenida a mi nieta que tanto adoro. Por favor Valentina nunca lo dudes —admitió Blanche cuya voz ocultaba difícilmente todas las emociones que su corazón sentía. 
Sin esperarme a una prueba de amor tan súbita y profunda de mi abuela que no lo pensé ni un segundo, abracé fuertemente a mi abuela, la cual me le devolvió con mucho cariño.

—Andando —dijo finalmente Blanche, bajo la sombría mirada de Diana en el rincón más oscuro de la habitación observando cuidadosamente a su madre—. Aquí está tu máscara, sígueme. No,  por aquí —me dijo Blanche, agarrándome del brazo tomando las escaleras para subir hasta mi dormitorio. Allí, mi abuela se encaminó hasta mi mesita de noche, empujándola, inmediatamente la  mesita se deslizó silenciosamente—; por aquí Valentina.
Sorprendida y emocionada seguí a Blanche por el pasadizo. El sonido de mi corazón no parecía calmarse en absoluto. Compartir esos insignificantes secretos con mi abuela en mi habitación, solamente las dos, era sin duda uno de mis mejores momentos.
Al salir del pasadizo caímos en la biblioteca, esa revelación me dejo sin habla, tanto camino recorría yo para llegar justamente aquí. Rápidamente, mi mente elaboró un nuevo itinerario, nada me impedía ahora, discretamente de indagar a altas horas de la noche los misterios de los conocimientos de los libros susurrándome, llamándome nuevamente; hipnotizada cerré los ojos dejándome llevar por los murmullos de sus llamados, como una canción de cuna cantada en canon, apaciguándome.

—¡Valentina! —me llamó Blanche, al otro extremo de la biblioteca. 
Volviendo al presente, baje las escaleras con paso apresurado para alcanzarla a la par de la mesa de ajedrez. Ella levantó la pesada torre de marfil blanca del tablero oscuro al mismo tiempo que un viento frío entraba por debajo de la tapicería bordada.

—Cuando la hayamos atravesado, estaremos justo en la entrada del salón principal, justo detrás de las cortinas. ¡Presta atención Valentina! —Me regaño Blanche por estar, tan absorbida por el entorno—. Escúchame bien, vas a entrar justo detrás de mí. Espera a que te anuncien. Ahora, frente en alto, párate derecha, hombros hacia atrás —me dijo apuntándome con su abanico cerrado.

Justo en el momento de salir, mis manos comenzaron a temblar, mi corazón latió como un tambor haciendo eco en todo mi pecho, y mi garganta se secó nada más con saber que detrás de las cortinas azules espesas de terciopelo estaba toda la sociedad esperándome… a  mí.

—Respira hondo Valentina —me aconsejo Blanche, antes de llamar a la encargada de recepción ordenándole que nos anuncié.

—Querida familia —dijo la voz en el micrófono —es un honor presentarle a nuestra Matriarca, la señora Blanche acompañada por su nieta Valentina.

Ínfimamente despacio las cortinas se abrieron revelando la suntuosa acrópolis: lo primero que me llamó la atención fueron los gigantescos faroles iluminando generosamente el gigantesco patio interno; pero lo más impresionante ante todo, era el ambiente tan eléctrico, estático, mágico, resaltado por un fondo de mil y una noches de un azul oscuro profundo decorado con lucernas centellando por todas partes, y en el medio, justo en el medio, una fuente con un ciervo en su centro de bronce majestuosamente esculpido cuyo chorro dorado combinaba con las arabescas sobre las máscaras negras de los hombres impecablemente vestidos. Las damas por su lado poseían máscaras dorabas con arabescas y pétalos que combinaban perfectamente con el azul casi morado de las tapicerías que cubrían el exterior de todas las ventanas. Todo parecía salir de un cuento de hadas. Y justo del otro lado de la plaza, tan imponente que casi ni lo había visto: el trono. No era como ningún otro trono de reyes, los asientos de cristal reflejaban todas las luces de la plaza; y para alcanzarlo mariposas de múltiples colores aleteaban acompañándome hasta el trono. Estaba tan deslumbrada que ni siquiera me sentí caminar; la impresión de flotar sobre la alfombra eclipsó a toda la masa mirándome a mí solamente.
Imperceptiblemente, al avanzar hasta la fuente, el agua cuyo chorro era fluido y constante, comenzó a debilitarse cambiando repentinamente de rumbo dando espirales vivaces alrededor mío de un color rojo tan intenso como mi vestido, y espectacularmente toda la sala viró al rojo y dorado como mi máscara bajo los aplausos y la sorpresa de todos. Mis abuelos parecían aplaudir imitando a sus invitados, ¿será que yo también debería pararme y hacer lo mismo? Pero las repeticiones con mi abuela fueron claras: seguir hasta el trono. Y eso hice. Cuando me senté, mire al cielo donde las estrellas centellaban, cuando de pronto cientos de fuegos artificiales explotaron y todos sin excepción miramos hacia arriba gozando del espectáculo. Mi abuela y yo nos tomamos las manos enguantadas felices de estar juntas.




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