La iniciación
Cuando Carolina me despertó, era de noche, me sentía descansada y relajada pero débil.
—Son las drogas —dijo Carolina—, te mantendrán en un estado secundario, te ayudarán.
—¿Ayudarán a qué? —pregunté con la voz grave dormida.
—A no entrar en pánico —terminó por decir Carolina preocupada.
—Quiero ver a mi abuela, ¿dónde está mi abuelo?
—Blanche está en cuidados intensivos, y el Patriarca está en una reunión con los jefes de la familia —me informó Carolina seriamente.
—¿Es grave?
—Los chismes cuentan que destituirán al Patriarca por François, lo siento Valentina. Todos lo sentimos.
—¿Por qué? El ataque no fue su culpa.
—La política tiene razones ocultas que nosotros no podemos entender porque no nos informan. Lo que está en juego no es el puesto de tu abuelo Valentina, es el futuro de toda nuestra raza. Piensan que François dará un nuevo enfoque e impulso a la familia.
—¿Qué pasará con mi abuelo?
Carolina miro el piso evadiendo mi mirada negándose a contestar a mi pregunta.
—¿Lo matarán? —pregunté diciendo lo peor que podría ocurrir.
—No, no lo matarán.
—¿Entonces qué?
—El cargo de Patriarca es vitalicio, Valentina.
—¿Vitalicio? ¿De por vida? Entonces… no entiendo.
—Cuando un nuevo Patriarca asciende su predecesor muere. Los Patriarcas no mueren hasta que se les sustituya.
—¡Morir! ¡Qué hay de mí! ¡De mi abuela! ¡No! Lo odio, odio a François —dije vehemente.
—¡Cállate Valentina, no quieres que te oigan! No entiendes cómo funcionan las cosas por aquí, eres tan… impulsiva e ingenua. Lo lamento tanto —dijo finalmente antes de salir de mi cuarto.
—¿Me odias? —preguntó François apareciendo de la nada.
—No tengo razones para estimarte —repliqué secamente, sentándome sobre la cama.
—Todavía no, pero lo harás en el futuro —dijo François seguro de sí mismo—. Puedo hacer que la transición sea amena o dolorosa, tú escoges.
—¿Amena? ¿Dolorosa? ¡Deja de hablar con acertijos! Y decimé las cosas tal como las piensas en lugar de ocultarte debajo de esa fachada de cordialidad y falsa preocupación. Eres un farsante, un hipócrita, un manipulador, y un traidor sin valores ni principios, François —dije escupiéndole su nombre en su cara.
—Ten cuidado con lo que dices y pides, Valentina. No estás en posición de exigir y tampoco de entender lo que está en juego. En tu lugar me quedaría con la boca cerrada.
Quería matarlo, aquí mismo. Estrangularlo con mis propias manos. Apretar cada dedo de mis manos sobre su cuello hasta ver el color de su cara abandonar su rostro. Detener los latidos de su corazón bajo la presión de mis manos sobre su yugular impidiendo que el oxígeno alimente su cerebro. Quemar sus pulmones por la falta de aire. Observar cómo su vida dependería de mi buena voluntad, le haría creer que lo salvaría liberando la tensión para luego volver a apretar definitivamente.
—Eres un libro abierto Valentina, ¿lo sabías? —me dijo seriamente avanzando hacia mí, implacable.
—Dudo que mis pensamientos sean muy distintos de los demás —dije burlándome de él.
—Deseos Valentina, simplemente deseos.
—Que no te quede la menor duda, soy de las personas que cumplen sus deseos.
—Se requiere frialdad para matar a un ser humano con sus propias manos —susurró François acercándose aún más.
—Ya he matado al cazador, o se te ha olvidado. Y sí un ser humano François, pero tú careces de humanidad.
—¿Humanidad? ¿Matar? No podrías matar a nadie a sangre fría Valentina, reaccionaste y te lo probaré —Y de repente, François agarró mis manos con fuerza y las colocó alrededor de su cuello—. Allí lo tienes, ahora cumple con tus deseos y mátame. Solamente tendrás esa oportunidad Valentina, no la desperdicies.
El contacto de la piel de François, me quemaba los dedos y mi corazón latía a un ritmo desenfrenado. Sin poder intenté apretar mi agarre pero mis manos temblaban, mi voluntad flaqueaba.
Tenía que matarlo, ahora.
Ahora o nunca, debía morir. Era él o mi abuelo. Su muerte liberaría a todos, desesperada, apreté mis manos lo más que pude alrededor del cuello de François.
Él no se movió, dejándome apretar su cuello hasta disminuir su pulso poco a poco. Y él ni se inmutó, quieto y sereno midió mi voluntad con su vida. En sus ojos, pude ver su determinación tan afilada como un cuchillo en probarme que me equivoqué mientras su sonrisa parecía satisfacerse con cada apreté alrededor de su cuello. Como si cualquier decisión mía fuese obra suya; si lo mataba entonces sería parte de su oscuridad y si no lo hacía probaría ser una cobarde.
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Editado: 09.12.2018