Lo único que Richard deseaba con absoluta necesidad era estar en su oficina a solas. Durante todo el trayecto en su auto intentó controlarse evitando conversar con quién sea. El resto del personal lo sabía, y nadie le dirigió la palabra, nadie se atrevió.
Apenas entró al castillo de Carcasona, Richard caminó con prisa hasta su oficina. Una vez adentro, se sirvió un vaso de oro con una mezcla de plata. De una vez se lo tragó para servirse otro, y uno más, y luego otro. Nada lograba calmarlo, fracasado, fracasó, su orden estaba dividida y Adam seguía siendo una amenaza. De la rabia apretó la mano crispándola alrededor del fino vaso de cristal, fisurándolo poco a poco, hasta que el vidrio cedió hasta romperse en pedazos esparciendo el líquido sobre la alfombra azul rey. Justo en ese instante alguien tocó a la puerta. Sin darse la pena de contestar, agarró otro vaso sirviéndose la misma mezcla, con una pizca de rodio.
—Que sea una buena noticia, David —advirtió Richard de malhumor.
—Tenemos un prisionero, dice llamarse Pierrino —dijo David apurado.
—¿Y?
—Me pareció oportuno contarle.
—¿Nada más?
—No, ¿habría algo más?
—¿Qué será? Puede explicarme ¿por qué Adam no está muerto en las justas, y Víktor ganador? ¿Por qué no lograron liquidarlo en Carcasona antes de la fiesta? O qué tal, ¡¿por qué Adam volvió a escapar esta noche?! —espetó finalmente Richard tirando su vaso sobre la pared rompiéndose al instante, derramando aquel líquido dorado y plateado sobre la cerámica blanca y negra...
Bajo el ataque de cólera de su jefe, David mantuvo la calma esperando el mejor momento para contestarle. Cuando Richard lo miró directo a los ojos, David inspiró hondo antes de contestar: —Usted presenció al igual que yo las justas, nadie pudo prever lo que sucedió, los dos caballos se rehusaron a seguir con su carrera, ambos se cayeron al mismo tiempo dejando tumbados a sus caballeros. Adam y Víktor salieron ilesos por ese motivo, no hubo enfrentamiento, el público vio una señal y decidieron salvar a sus caballeros. En la emboscada, antes de la fiesta, y esta noche no es por incompetencia nuestra, y Usted lo sabe. Ethan y Robert son Inmortales capacitados, de los mejores entrenados por nuestra raza, añadiendo a William el Inmortal más perceptivo y el liderazgo de Adam nos estamos enfrentando a un grupo difícil de destruir. Si no es casi imposible para serle bien honesto. Para lograrlo debemos buscar su punto débil.
—¡No hay tiempo! ¡Ellos están dividiendo mi Orden! Ya lo puedo ver en las miradas de muchos su lealtad flaquear, al igual que en los tuyos; y no me mientas David. Seré testarudo pero no ciego.
—Richard, me conoces, seré siempre honesto con quién sea. Y con todo el debido respeto, muchas personas no entienden sus últimas decisiones. Por fin el Oráculo ha designado su líder y lo quiere destruir, ¿por qué?
—Nuestra misión ha cambiado, David. Ya no somos únicamente una orden religiosa. Somos devotos del Bien, por su finalidad. Y nuestra meta final es salvar al Paneta. Adam no entendería nuestros métodos, y nos censurará, nos llevará a nuestra perdición.
David meditó las palabras de su jefe, percibía un fondo de verdad y honestidad en su explicación. Y sin conocer los detalles de sus planes logró entender el fondo del problema.
—¿Lo ha intentado? —preguntó súbitamente David.
—¿Cómo dices? —preguntó Richard sorprendido.
—Pregunté, si lo habían intentado —repitió David simplemente.
—No, no lo hemos hecho —murmuró Richard.
—A lo mejor esa batalla no es necesaria, Richard. El Oráculo nunca se equivoca, nos manda a la persona adecuada para una situación específica. Puede que Adam sea la persona correcta, la que te hace falta para terminar tus fines. Y no a la inversa. Imagínate un Adam con su equipo como aliado a tu causa, y la meta del Orden.
—Seríamos imparables —pensó Richard perdido en sus pensamientos.
—Exactamente Richard, exactamente.
—Lo meditaré.
—Cuando quiera. Ahora, si me disculpa tengo que visitar a nuestro prisionero, Pierrino. Me da curiosidad saber quién es, ¿no le parece? Enviaré a alguien para que limpie todo eso —dijo David con el gesto de la mano—, y caminando hasta el bufet se sirvió un vaso para él y para su jefe. Se lo tragó seco, sin hielo, y sin una palabra salió, cerró la puerta de la oficina de su jefe y caminó sobre la alfombra azul rey de los pasillos del castillo.
Las luces de los candelabros iluminaban cada rincón. Sin perder tiempo, se dirigió hasta el gimnasio y vistió su traje de esgrima. Ese deporte siempre lo calmaba, le permitía centrarse sobre su gesto, un gesto perfecto en el instante exacto liberando su mente de cualquier otro pensamiento, cualquier preocupación, convergiendo toda su energía en la punta de su espada. Estaba por estirarse cuando una paloma picoteó la ventana buscando una apertura, cuando su pico por fin dio con la perilla y entró en la sala volando hasta el antebrazo de David. De inmediato, David quitó el mensaje de la fina pata de la paloma, desenrollándolo el pedazo de papel, alcanzó leer: en espera. De una vez botó el mensaje en la chimenea echándolo al fuego al opuesto de la sala, y acarició la paloma para luego dejarla levantar sus alas libre.
Miró a la paloma mover sus alas blancas y salir discretamente como si nunca hubiese venido. El mensaje no tenía sentido, algo debió salir mal. No era el momento de quedarse en retaguardia, atacar con todo lo que tenían era la estrategia correcta para hacer dudar a Richard. Frustrado, decidió seguir con lo acordado, y apegarse al plan estrictamente.
Decepcionado volvió a estirar cada parte de su cuerpo tensó y resentido por la pelea de esta noche. Estaba por terminar, casi, cuando llegó su entrenador para comenzar con la sesión. Sonriendo, le dio la bienvenida saludándolo con su espada, e de inmediato las espadas comenzaron a entrechocar. Justo en ese instante su mente volvió a escaparse de la pelea pensando en Pierrino, ¿por qué no estaba enterado? ¿Por qué no lo habían informado? ¿Tenía que ser cauteloso con él?
Electricidad: —¡Ay!
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Editado: 09.12.2018