Sin Almas 2 © Los Gaía

30. Ajuste de cuentas

François, necesitamos conversar con tu antiguo jefe”, dijo la Llama.
François asintió con la cabeza, los últimos acontecimientos de días no lo dejaron sentarse con la familia real. Tiempo era de conversar con la dama, su señor, y Pierrino, sí Pierrino, por cierto ¿a dónde se había metido?

—¡Vicente! —Espetó François en las paredes de la oficina.  Su furia se esparció como un temblor por todo el castillo esparciendo su grito en cada muro de piedras blancas por toda la inmensa propiedad.

Vicente no se hizo esperar. Nada bueno podía salir de ese encuentro esta vez. Ya sabía lo que el jefe le iba a preguntar, y no quería ser la persona que le iba a entregar la mala noticia. Sin perder ni un segundo, abrió la puerta de su oficina sin tomarse el tiempo de cerrarla. Hacer esperar al jefe empeoraba su situación ya precaria. Vicente estaba más que consciente del estado de ánimo de François, y por lo visto los demás también; cada par de ojos lo miraron como si hubiese sido sentenciado a muerte; la compasión y la preocupación se leían en cada rostro.
Corriendo, Vicente recorrió el enorme e infinito pasillo, bajó las interminables escaleras de mármol, para finalmente cruzar el enorme patio interno del castillo donde la fontana del león escupía la misma triste y pesada agua gris salpicando los bordes de cemento verdosos. De reojo observó el lúgubre cielo y sintió la fría brisa soplar, el ambiente sombrío del castillo era la viva imagen de su dueño, sin ternura, sin compasión, solo quedaba una frialdad que borraba la alegría y la felicidad. Desde la llegada de François, el aire era más pesado, los colores más oscuros, y el ambiente eléctrico. Ya ninguna sonrisa se dibujaba en los rostros tensos del personal y de la familia.
Una vez más, sus piernas subieron las escaleras hasta llegar al frente de la puerta enorme y pesada de la oficina del Patriarca, dudó en colocar su mano para empujarla. Soplando, Vicente realizó la tragedia que se abatía sobre ellos. Adentro, justo detrás de esa inmensa puerta, allí, encerrado en esas cuatro paredes estaba su líder: el más desalmado de todos los Gaía. Inspirando a fondo, la imagen del abuelo de Nina volvió en su mente.

—Vas a abrir o te vas a quedar allí frente a mi puerta hasta echar raíces, Vicente —fustigó François, desde su oficina.

Sin una palabra, Vicente entró mientras la puerta se abrió bajo el poder mental de François.

—No tengo excusas —se disculpó Vicente de inmediato, consciente que su castigo estaría cerca de no tratar esa discusión con un sincero arrepentimiento.

—Pierrino, Vicente: ¡Pierrino! ¡De todos, tenía que ser Pierrino! Cualquier miembro de la familia me hubiese importado menos, ¡pero no Pierrino!

—Me acabo de enterar, hace días que no veían ningún movimiento en su casa.

—¿Desde cuándo?

—Yo…

—¡Desde cuándo!

—El baile —sopló Vicente súbitamente abatido y arrepentido. Sin atreverse miró de reojo a su jefe, tenía los ojos rojos de descontento, su respiración irregular, y los puños crispados.

—¡El baile! ¡Desde el maldito baile! —vociferó François al levantar los brazos con rabia. A metros de distancia, con solo la intensidad de su mirada hecha fuego, François clavó a Vicente contra la pared sofocándolo. La Llama no tardó en hacer el resto y tomando el control se deslizó lentamente del iris de François para penetrar la mente de Vicente—. Ahora estarás bajo la mirada e inspección de la Llama: no habrá secretos que no sepa; todo lo que veas, lo veré; todo lo que pensarás, lo sabré. Si me fallas una sola vez, te mataré en la plaza al frente de todo el mundo. Pero solo por hoy, únicamente porque me has sido leal y cumplido te voy a enviar con los reclutas para que los entrenes. Por hoy, reemplazaras a Julien. ¿Algún problema, Vicente? No te da miedo un poco de competencia, ¿verdad? —Vicente solamente alcanzó negar con la cabeza—. Está bien, puedes disponer. Gracias por pasar. —Apenas dicha la última sílaba, Vicente cayó de rodillas, liberado. Caminó despacio y desubicado hasta la puerta y justo antes de salir, François lo llamó de vuelta—. Tienes tres días para decirme dónde está Pierrino. Tres días Vicente. O lo encuentras, o te mató personalmente —advirtió François pausado pero letal sin siquiera levantar la mirada, concentrado en firmar los últimos decretos.

 

Vicente salió de la oficina sacudido emocionalmente, el patriarca anterior era autoritario pero justo, mientras que François… “Ni siquiera pienses en Henry, tu patriarca es François acéptalo”, sentenció la Llama dentro de su cabeza.
Paralizado, Vicente sintió su cerebro girar y girar sin parar: “mejor que te vayas acostumbrando, anda pierdes tiempo hay que ir por Julien”.
En un estado hipnótico como un títere, Vicente caminó hacia el gimnasio intentando entender qué es lo que tomó posesión de su mente. “No hay nada que entender Vicente, ahora me perteneces. Estás bajo mí poder y harás todo lo que te diga. Créame, te conviene. Ahora, camina”. Y sin pensarlo, Vicente caminó hasta alcanzar el gimnasio. Giró la perrera y abrió la pesada puerta de metal roja. Al cerrar el eco repercutió por toda la sala llamando la atención Julien. Éste lo miró, y con su mano izquierda le permitió venir; mientras que con la derecha inmovilizaba su contrincante por el cuello.




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