Sin Almas 2 © Los Gaía

LOS ANILLOS

El efecto de la aparición de Adam fue como un balde de agua fría. Tensa, triste y desesperada me saqué de los brazos de François. Sin entender el profundo silencio, observé con terror el infierno desatado justo frente a mis ojos: una llama gigante ardía por todo el castillo sin llegar a quemar nada, mientras los cuerpos inertes estaban inmovilizados por sus flamas. Y de pronto, me pregunte, ¿cómo llegué eso?

—¿Nina? —dijo François con cuidado.

—Llama de vuelta a tu Llama, François. Acepto tu oferta.

—No sabes cómo me alegra oírte pronunciar esas palabras, Nina. Pronuncia y repita mis palabras exactas: Yo, Nina de Villaret aceptó como legítimo esposo a François de Aspa.

—Yo, Nina de Villaret aceptó como legítimo esposo a François de Aspa…

—Para honrarlo y quererlo hasta que la muerte nos separe.

—Para honrarlo y quererlo hasta que… la muerte nos separe.

Sin perder tiempo François me atrapó y sus labios presionaron los míos en un gesto de posesión y victoria. Poco a poco, la Llama se retiró y la vida volvió en el castillo como si nada.

—Podrías al menos sonreír, parece que estás de luto —dijo François cortante.

Escuché sin contestar, y de inmediato le ofrecí una tímida sonrisa. Mi mente estaba en otro lado, atrapada en el tiempo con Adam. Nunca lo había visto enojado, y jamás pensé que sería conmigo. Miré a François, y lo sorprendí mirándome, podía ver en su mirada una cierta admiración e incredulidad, pero también una fría determinación. Y no pude evitar pensar en Adam, cada palabra pronunciada me rompía el corazón.

—Nina, ven conmigo. Tenemos que hablar —dijo François con amabilidad.

En silencio, nos levantamos, su mano en la mía, cruzamos todo el patio interior hasta llegar en el castillo. Apenas pisamos la puerta principal, François soltó mi mano con mucha delicadeza y luego cerró la puerta detrás de nosotros.

—Ahora que estamos solos, podemos conversar. Sentémonos en la sala —me propuso François trayéndome hasta allá.
Una vez sentados, él me miró de una forma indescriptible que me pareció durar años.

—Tengo mucha paciencia, Nina, y juró que la tendré contigo. Seré compasivo, y tierno porque eres mi esposa. Pero, te lo advierto, no toleraré un solo momento que pienses más en él —me advirtió alzándome la barbilla con su mano—, si lo veo o lo escuchó una vez más en tus pensamientos, Nina, te castigaré.

—Me obligaste a casarme contigo, François. Y sabías muy bien mis sentimientos por Adam. No me pidas lo imposible —dije levantándome para irme.

—Te irás cuando yo te diga —ordenó François tomándome por los hombros con más fuerza de la necesaria.

—¿O qué, François? No vamos a empezar nuestra boda de esa forma. Me niego.

—¿Te niegas? Eres mi esposa, Nina. Y negarte a mí, es un idea que no debe cruzar tu mente, ¿entiendes?

—Él que no entiende, ¡eres tú! ¡Suéltame!

—¿O qué, Nina? —Me desafío François con mis propias palabras.

—Eres un cínico —espeté intentando salirme de sus garras. Pero más intentaba zafarme, más François aprovechaba para acercar su cuerpo al mío. Podía sentir su emoción, los latidos de su corazón acelerarse, su respiración entrecortada, y las imágenes de nosotros desnudos en la cama… —¡basta!

—No te gusta lo que ves, Nina. No te gusta ver el efecto que tienes sobre los hombres, sobre mí, tu esposo. Los anillos no mienten, Nina. Compartes mi deseo, lo puedes ver, lo puedes sentir, y hasta vivirlo. ¿Por qué luchar, Nina? Podríamos ser una pareja feliz si solo lo intentaras. Un beso, te pido, un solo beso. Sin ningún pensamiento, tu y yo, solos, sin nadie para juzgar, sin testigos.
Su voz me hipnotizó, la visión de nosotros besándonos con pasión sumergió mi mente acelerando mi corazón. El anillo, en mi dedo me quemaba cada vez que intentaba recordarme los abrazos de Adam. Quería zafarme, pero los brazos de François eran como una cobra que aprieta, y aprieta, más fuerte hasta dejarte sin respiración. Quería, solo quería pensar en su voz, aunque enojada, necesitaba escuchar su enojo de nuevo para no dejarme vencer. Los ojos de François, ahora hervían a rojo vivo, e intenso, y todo mi cuerpo pareció responder a su invitación. Desesperada intenté decir su nombre, gritarlo, pero me quedé sin aliento. Apreté mis dientes, mis ojos y mis puños rechazando la oferta tan tentadora, luchando contra François y Llama y el anillo. Pero los tres juntos me quemaban, y no sabía cómo defenderme era como el contacto del mismo fuego con el agua, y ahora yo hervía disolviéndome por la condensación.
Y de pronto, mi cuerpo ya no era el mío, y nada más estaban los sentimientos de François tan intensos, tan poderosos y nítidos con una claridad que nunca pensé conocer algún día conocer. Y no tuve la menor duda, ninguna, François era ahora mi esposo.
Mi legítimo esposo.
Sus labios tocaron los míos con ternura y pasión, un fuego nuevo emergió dentro de mí, abrasador, devastador, enrollador hasta sentirme yo misma como esa llama, dejándome llevar por el baile del fuego intenso. Sus labios entre los míos, su boca aprisionando la mía mientras su lengua se unía a la mía sin ningún pudor. Y supe en ese momento que estaba perdida.




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