Sin-Almas 3 © Almas Eternas

CAPITULO 5

Camino sobre los azulejos de mármol, mis zapatos lustrados brillan en la penumbra de la luna llena. En el pasillo del castillo, todos están dormidos, y me parezco más a un fantasma que el futuro Patriarca de los Gaía. "El futuro Patriarca" nada más con esa idea, mi sonrisa se dibuja, y me imagino sentarme en el trono frente a todos mis súbditos. Por fin, después de tantos años de servicios y sacrificios estoy cerca de mi meta.
A gusto, juego con mi bastón mientras atravieso bailando el pasillo. Está noche, la luna es tan cerca que parece darme la bienvenida.
De pronto me detengo, algo... pasa.
Siento algo, lejos, muy lejos, algo o alguien: una carretera, un auto, un cuerpo, una mujer, una vida, un corazón que late.
Paro de respirar.
Sangre, un respiro, y la luna.
Sin querer, volteo hacia la luna. Ella ya no parece darme la bienvenida, todo lo contrario. La miro, hipnotizado y escucho, atento, sus penas. Su pena es tan inmensa que el tiempo parece detenerse, el aire se congela, el frío desaparece; afuera, el silencio es total. 

Con mi manga, escurro el sudor de mi frente, ¿qué está pasando? Quiero irme de aquí, pero la Luna me lo impide.
¿Acaso quiere algo de mí?
Callado, la miro cuestionándola. Y en silencio, ella me contesta: poco a poco, el viento vuelve a levantarse, los arbustos se mueven, y el aire vuelve a circular, frío. Respiro, pero mi corazón inquieto late desenfrenado.
Y en un pestañeo, el brillo de la Luna se pierde hasta opacarse por completo. Hundido en la oscuridad, el miedo congela mis venas: en el piso de abajo las personas comienzan a acudir, apuntando con sus dedos al Ser Celestial. La impresión es general.

Al igual que ellos, no puedo despegar la mirada de la Luna Oscura. Había oído hablar de ella, pero nunca había sido testigo de una. La oscuridad de la Luna, o la Luna Oscura, absorba toda la luz a sus alrededores hasta que las propias sombras desaparecen.

—¿¡Qué ocurre?! —se inquieta el Patriarca—. ¡¿A dónde está Pierrino?! ¡¿François estás por allí?! 

Sí, estoy aquí iba a contestar, pero justo en ese instante un color púrpura comienza a rodear a la Luna.
Doy un paso hacia tras.
La Luna Oscura, se vuelve roja, tan roja que sin duda alguna estamos en presencia de una Luna de Sangre.
Otro paso atrás. Y otro.
Niego con la cabeza, no puede ser cierto. No ahora, no es posible.
Sin poder resistir, doy la espalda al Ser Celestial. Sin embargo, no necesito ver para sentir su calor. La temperatura del astro alcanza mis hombros. 

—François, me llama. 

“¿Escuché bien?”

—Me has oído.

—¿Quién habla? 

—Lo sabes muy bien, tú y yo ya nos conocemos. 

—No, nunca he oído tu voz. 

—En ese tiempo, no. Pero, en otro espacio de tiempo, sí. Y puedo decirte, François, que tú y yo haremos un equipo imparable. 

—Es imaginación mía, no existes... 

—Claro que sí existo, tu ojo humano no está hecho para ver el más allá. Mírame, acércate, y me veras. Con tus propios ojos, me conocerás. 

—Los astros no hablan. 

—Si llamas abrir la boca para que salgan sonidos, entonces no, nosotros no hablamos. 

—Eres un satélite de nuestro planeta, nada más. Estoy alucinando, eso es todo. 

—Cierto, François. La última vez que nos conocimos aparecí ante ti justo frente a esa pared. Parece que la idea de conversar con una pared te molestaba menos que un astro. 

—Y me creí esa locura —digo desconcertado— si funcionó de esa forma, ¿por qué cambiar los designios? 

—Acaso no lo sabes? Ya has tomado un reloj de arena, ya le has dado la vuelta. 

—Sí, y... 

—¿Es el mismo tiempo que desfila, François? 

—Por supuesto. 

—¿Estas seguro? 

—No puede ser de otra forma... 

—.... ¿y los granos de arena? 

—¿Qué pasa con ellos? 

—Quién dice que mantienen el orden, o que caen exactamente en el mismo lugar. 

—¿Qué quieres de mí? 

—¿Acaso no lo sabes ya? 

—¿Quieres que yo sea el Patriarca? 

—Para qué querer migajas si puedes ser un Dios. 

Con dificultad trago mi saliva con la boca seca. 

—Sabes bien que tu ambición no tiene límites, tus talentos son incontables. Así que François, ¿estás listo para abrazar tu destino? 

—Sí lo estoy.

—Devuélvete, confía en mí. 

Con lentitud me devuelvo, enfrento esa inmensa fuente de calor. 




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