En el mismo pasillo, contemplo a la Luna de Sangre con cierto miedo y admiración. Ahora entiendo porque la Luna nunca fue el satélite de la Tierra: todo lo contrario. Ella es nuestra creadora, ella es nuestra Diosa. Nosotros pobres mortales, pobres hombres, todavía albergamos la pretención de poder algún día conquistarla.
—Ella nunca fue nuestra, ¿verdad?
"Claro que no, François".
—Y ahora, ¿qué sigue?
"Tú lo sabes muy bien, debemos servirle. Ese es nuestro destino. Todo ser tiene a su propio amo. Afortunado es él que sabe reconocerlo a tiempo".
—Nosotros nunca hicimos el cofre, ¿verdad?
"Hay una enorme diferencia entre la leyenda y los mitos. El cofre nunca fue de ese mundo".
—Al igual que Nina.
"Exacto".
—No podemos perder esa guerra.
"Opción, no es".
—El tiempo corre. Ahora sé lo que tengo que hacer.
La Luna de Sangre se adueñó de toda la luz que existía en nuestro palacio. Hundido en la oscuridad total, mi nuevo ser solo alcanza a ver un mundo brillante de tonalidades infinitas de gris. Sí, en una cuestión de minutos mi mundo cambió para dejar otra realidad tomar su lugar. Si me aterra, por supuesto, ¿quién no lo estaría? El terror me contrae mis tripas al punto de ni siquiera alcanzar a respirar, pero al mismo tiempo mi boca se estira en una sonrisa llena de promesas. Conozco mi misión, sé lo que me queda por hacer. La súbita revelación de mi verdadero ser eclipsa por completo ese miedo irracional. ¿Quién soy yo para temerle a esos mortales? La única persona temible es la misma que me es destinada, solo es cuestión de táctica y estrategia.
"¿Qué esperas, François?"
—Nada, estoy saboreando el momento nada más. Ya no hay reglas, ¿o sí?
"No."
—Perfecto —digo con calma, antes de avanzar hacia mi parada final.
La calma late dentro de mí como una armadura nueva de frialdad calculada. Sin prisa bajo las escaleras de caracol, cada pisada parece acompañar un nuevo mundo donde la luna vuelve a liberar la luz que ella misma tomo prisionera. Como si nada, las sombras volvieron en su lugar, la realidad que conocíamos no volverá; y yo tampoco. Una realidad donde los roles son invertidos, ¿dónde comienza la oscuridad y donde termina la luz? ¿Dónde comienza la guerra y termina la paz? ¿Acaso paz es sinónimo a felicidad? ¿Acaso la guerra es el equivalente a maldad?
El mundo ha cambiado y nadie se ha dado cuenta.
Abajo, la fiesta sigue su curso como si nada. Desde aquí, puedo escuchar y sentir las vibraciones de la música. Hoy estamos de fiesta, hoy es el cumpleaños del Patriarca.
De pronto, no puedo retener una risa de locura. Amo esa sensación, amo ese futuro que ya me pertenece; sin límites, sin reglas. Donde mi voluntad es el mismo cielo. Ahora, nada me detendrá.
Mi pasos me guían por los azulejos blancos y negros de la terraza. Sigo el recorrido hasta llegar a la ante sala del patio externo. Desde donde estoy puedo admirar a mi gente bailar al compás de las canciones, alegres, despreocupados, inconscientes. En la tarima hecha para la misma ocasión, el Partriarca y la Matriarca. Ambos en sus sillas de rey y reina conversan con calma mientras sus súbdito aprovechan el momento para tomar las migajas que sus benefactores quieren regalarles con el pretexto de un cumpleaños. Patéticos.
Claro, el espectáculo es digno de recordar para siempre. Todo decorado con una sutilidad digna del talento de nuestra Matriarca bajo el costo de sus generosos súbditos. Un fiesta mágica: copos de nieves suben hacia el mismo cielo helado; el agua se desliza por las paredes del castillo reflejando los rayos plateados de la misma luna; alrededor, las llamas de los faroles calientan el ambiente mientras el mismo aire equilibra el flujo de los copos y el fuego de las llamas; el todo bajo el ritmo de las delicadas notas de nuestros músicos.
Sin ser mojado, me recuesto contra el murral de piedra, la credulidad de la gente me asombra. La situación es tan absurda que solo puedo llegar a despreciarlos. Ellos nunca se imaginan la manipulación de sus vidas; sí, bailen, beban, riánse porque mañana el sudor de su frente deberá brillar para que ese mismo mundo siga en pie. Ese mundo donde no aprendieron nada. Gobernados por un rey y una reina igual de superficiales que su pueblo, todos no son más que unos aprovechados. La pareja Real, ¿acaso ellos han alcanzado algún objetivo desde la Orden del Temple? No, nada en absoluto. Solo toman lo que necesitan para vivir de las personas que viven para trabajar.
Patético.
Yo no seré de esos, no más. Seré mi propio dueño.
Con una calma calculada, bajo la escalera de cemento. A la par, el inmenso patio interior, las personas no tienen la menor duda de lo que va a ocurrir. Mis zapatos lustrados e impecables golpean cada peldaño, y sigo avanzando. En mi interior, el ruido de mis suelas parece tocar la sinfonía del apocalipsis que se acerca; por fuera, las risas y la bulla de las personas se mezclan al ritmo energizante de la música. Ajenos a lo que está por suceder, la alegría reina y guía el ambiente.
Un ambiente que estoy por destrozar.
Nada ni nadie volverá a verme de la misma manera, lo sé. Y eso es lo que quiero, romper los esquemas. Llevar a mi gente dentro ese palacio en un mundo digno de vivir.
El futuro es nuestro, el poder es mío.
Cuando llego al patio interior, mucha gente conocida para de reir, de hablar y me dejan avanzar. Es como si mi nueva personalidad les atrayera, devorados por la curiosidad, mi fuerza interior los contagia y uno por uno caen bajo mi irresistible encanto.
El poder es irresistible, ¿acaso no lo sabían?
l ser humano no sienten respeto para los perdedores, no. Ellos se arodillan frente al poder inmenso e incontestable.
Nunca. Jamás, serán devotos por la pureza de un alma.
¿Por qué?
La respuesta es sencilla: supervivencia.
El instinto del ser humano es su mayor enemigo, para poder sobrevivir serían capaz de cometer el peor crimen. Un crimen que yo estoy por hacer. Sí, soy un mortal o por lo menos lo era y por eso mismo sé que llevar mi raza al siguiente nivel no es una opción, es mi obligación, es mi deber.
Los súbditos del rey y la reina dejaron de bailar y de hablar, solo el ritmo de la múscia vacía vive dentro del patio del castillo. El rey y reina me miran con curiosidad, y tienen razón de hacerlo porque pronto acabaré con sus vidas. Llevaré a cabo el sacrificio que nadie, nunca se atrevió a hacer: tomaré sus mirerables vidas. Será una muerte brutal, ellos no podrán detenerla; ni siquiera con sus guardaespaldas.