Sola.
Estaba completamente sola.
Por un segundo quise hablar con mis dos únicos amigos de la infancia: Bangchan y Seungmin. Pero era bastante tarde y, a esta hora, no iban a tener ganas de salir.
Vivimos en un pequeño pueblo que es parte de Seúl. Nos conocimos con tan solo tres años de edad. Por suerte, nuestra amistad ha ido creciendo a lo largo del tiempo, hasta ahora.
Nuestra zona es media-baja. Hay tanto gente rica, como muy pobre. Aunque abundaba más el segundo tipo. Por lo general, la gente aquí era muy normal, y bastante agradable. Se vivía con tranquilidad.
Si, mis padres tenían un gran trabajo, realmente, en cuestiones de dinero, estábamos muy bien. La razón por la que, de todas las casas en las que hemos vivido, conservamos esta como la "principal" es porque era donde vivían mis abuelos. Además, yo crecí y me crie aquí.
Volví a mi comida.
Dentro de lo que cabe, me quedé satisfecha con el ramen.
Apagué la tele, la cual estuvo todo este rato encendida, y me fui a mi dormitorio.
Este era básicamente como todos los que he tenido: Una cama al fondo a la derecha pegada en la esquina, una mesita de noche a la izquierda de la cama, una ventana y un escritorio en la pared de la izquierda. En esta si que tenía un armario. Este estaba en la pared que daba a los pies de la cama. Otra diferencia de este cuarto es que había más cosas como unos pocos juguetes de mi infancia en una leja, tres peluches sobre mi cama, libros, mi piano eléctrico sobre un trípode y un caballete donde ponía los lienzos para pintar.
Encendí mi portátil y puse música mientras cogía mi paleta de colores y continuaba aquella pintura. Era abstracta. Llevaba tiempo intentando terminarla, pero, a causa de mi normal ausencia en la casa, no podía acabarla.
En esta, precisamente, quería representar la soledad. Con unos simples y finos trazos, intentaba que las personas, al verla, sintieran algo revolverse en su estómago.
¿Cruel? No....simplemente arte.
No me di cuenta de la hora durante todo el tiempo que estaba entretenida. Pero, para mi suerte, eran casi las cuatro de la mañana.
Y el lienzo estaba prácticamente acabado.
Recogí todo y coloqué cada pintura de nuevo en mi caja. Esta estaba llena de manchas de los diferentes colores, al igual que mis pinceles. Manchas que no se iban aunque frotara una y otra vez. Y, en realidad, me gustaban como quedaban. Parecía el material de una pintora profesional.
Una vez lavé las cerdas de los pinceles y quité las manchas de mis manos, me puse el pijama y me lancé a la cama.
Apagué las luces, a excepción de la pequeña lamparita que había en la mesita de noche.
Cogí uno de los libros que tenía allí amontonado.
Ni siquiera recuerdo cuando los leí o siquiera si los leí.
Lo abrí por la primera página y una nota se deslizó por el aire hasta caer sobre mi regazo.
Tenía una letra de niño pequeño, era bastante ilegible.
"No quiero esto. Lo odio. ¿Por qué me abandonan?"
Eso se repetía una y otra vez.
- Tsk....tonta y llorona mini Songi – dije irónicamente mientras volvía a poner el papel en el libro.
Lo dejé donde estaba y me recosté.
Era verdad. De pequeña lloraba cada día en este mismo colchón, en esa misma posición.
No entendía por qué era la única niña, entre mis amigos, que no tenía a sus padres con ella. Ellos nunca venían a mis presentaciones escolares, bailes, o incluso graduaciones.
Eso, para una niña de 5, 6, 7, 8...años, era de lo peor que le podía pasar.
Y más aún cuando no entendía el por qué.
Eso era.
Eso era soledad.
¡Hasta aquí el capítulo de hoy!
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AUTORA DE: Kaori, la esfera mágica.
EDITORIAL: Ediciones Arcanas.
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