En la casa en la que vivíamos había una reliquia familiar que había pasado de generación en generación: un collar de diamantes de 1818.
- Has sido tú, ¿verdad? – me cogió del brazo con brusquedad.
- ¡No! – respondí – ni siquiera sé dónde estaba guardado.
- ¡Cállate! ¡Sólo sabes mentir! – me lanzó al suelo.
- Nosotros le vimos cogerlo – comentó Hyunjin.
- Seguramente lo vendió en alguna tienda de empeños para poder sacar algo de dinero. ¿De dónde crees que habrá sacado esos zapatos nuevos?
Si, tenía zapatos nuevos – después de tres años – pero habían sido un regalo por parte de Aneth, la anciana vecina a la que le hacía los recados y con la que pasaba gran parte de las tardes. Fue la única persona que se acordó de mi cumpleaños y me dio este maravilloso regalo. Nuestra amistad abuela-nieto había crecido tanto que parecía que lo éramos de verdad. Pero, por desgracia, la abuela Aneth murió hace unos meses a mí lado. Ambos sabíamos que ese momento llegaría, pero no nos pusimos tristes, estuve a su lado en todo momento hasta su último suspiro y ella disfrutó de cada instante, de todo el cariño que le di y de todos los momentos que pasamos unidos como familia, aunque realmente fuéramos vecinos. Se fue de este mundo con una sonrisa. Y aquello me dio la vida.
- Han sido un regalo – aseguré.
- ¡Mientes! – tal y como me imaginaba....no me iban a creer. Lo único que servía era cerrar la boca y que digan lo que quieran.
- ¿¡Qué ocurre cariño!? – preguntó mi padre al entrar y ver a mi madrastra llorando desconsolada.
- Es...es ese niño, ¡es un ladrón! – me acusó.
- ¡No fue así papá! ¡Yo no tengo nada que ver! – solté sin más.
Mi padre nos miraba a los cuatro sin entender qué ocurría.
- Ha robado el collar de la familia y lo vendió para comprarse esas zapatillas que lleva puestas – contó, falsamente, Han.
- ¿¡Qué!? ¿¡Que has hecho, qué!? – nunca escuché a mi padre gritar tanto como en ese mismo instante.
- No fue así, créeme papá.
- ¡Eres un niñato insolente! – me golpeó en la cabeza tan fuerte que necesité unos segundos para recomponerme.
Seguidamente se abalanzó sobre mí y me quitó los zapatos de la abuela Aneth. Sin pensarlo dos veces, los lanzó a la hoguera.
- ¡No! ¡¿Qué has hecho?! – dije. Era lo único que me quedaba de Aneth y pronto las lágrimas comenzaron a bañar mi rostro.
Esta vez yo me abalancé sobre la hoguera y, sin importarme si me quemaba o no, metí las manos en las llamas para recuperar aquel valioso tesoro. Mi piel estaba enrojeciéndose y dolía, pero no tanto como el vacío que estaba sintiendo en mi corazón.
- ¡Escoria! ¡Tuvimos que abandonarte aquella vez! – me dio una patada en el costado - ¡Te irás a la sala!
La sala....mi cara reflejó el pánico puro. No quería ir allí. Me daba miedo estar allí.
En esta casa había un sótano que no se utilizaba, estaba lleno de humedad, goteras, telas de araña, trozos de cristales, hierro oxidado, ratas.... Mi padre lo usó para amenazarnos a los tres si nos portábamos mal cuando éramos pequeños.
Nunca me imaginé que, realmente, lo utilizaría.
Me cogió del pelo y me arrastró hasta aquel lugar y me lanzó por las escaleras.
- ¡Olvídate de salir de aquí! ¡Púdrete! – dijo escupiendo y, después, cerró la puerta bajo llave.
Grité.
Lloré.
Supliqué.
Pero nunca nadie me respondió.
Entonces, ¿de qué servía hablar?
¡Que tengáis unas felices fiestas y comed mucho esta noche! ¡Nos os ahoguéis con las doce uvas jajajaja! ¡Hasta aquí el capítulo de hoy!
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AUTORA DE: Kaori, la esfera mágica.
EDITORIAL: Ediciones Arcanas.
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