Saliendo de la conferencia, tomé un taxi y volví a casa. Allí encontré a mi hermano, esperando en la puerta de mi edificio con una expresión de fastidio en su cara.
Mi hermano Gabriel y yo nos parecíamos en temperamento, un tanto impulsivos los dos, aunque él era más práctico y radical, mientras que yo era más emocional.
—¿Para qué te compras un celular si no vas a atender las llamadas? —fue lo primero que me dijo.
—Fue solo una llamada, podrías insistir un poco más antes de quejarte.
Pasé por su lado y abrí la puerta dejándolo entrar, él hizo un gesto raro antes de hablar.
—¡¿Una llamada?! —reclamó sacando su propio celular para agitarlo delante de mí—. ¡Cinco llamadas! Y no hice más para no parecer un demente.
Me reí con cinismo mientras esperaba que bajara el ascensor.
—¡Pero si te paraste en mi puerta como un demente!
Entramos al ascensor y me di cuenta.
—Solamente recibí una llamada —comenté.
Empecé a buscar el celular en mi mochila, seguro de que no vibró luego de ponerlo en silencio.
—Creo que me fue mal en el examen —comenzó a contarme—. No estudié los temas indicados. Algunas respuestas hasta las inventé.
Salimos del ascensor al llegar al cuarto piso. Yo seguía revolviendo en mi mochila.
—Si me iba bien comenzaba a trabajar en la revista. Yo ya les había dicho a todos que el examen lo tenía aprobado hace rato. Creí que me iba a ir bien.
Gabriel finalmente se calló para ponerme atención.
—Perdí mi celular —anuncié.
Entramos al departamento y por si acaso vacié el contenido de la mochila en el piso pero no estaba.
—Te compras otro y ya —dijo mientras se acomodaba en un sillón—. Lo mío sí es un problema.
Escuché su drama del examen y la mentira, sin mucha atención, distraído por mi reciente pérdida, hasta que su propio celular sonó. Lo miró y luego me miró a mí.
—Es de tu celular.
Tomé el suyo y atendí. Del otro lado una voz monótona explicó que encontró el celular en una conferencia y que quería devolverlo a su dueño.
—Yo soy el dueño del celular.
—¿El enfermero?
Y con eso supe quién lo encontró.
—No soy enfermero.
No hizo caso de mi aclaración.
—Puedes venir a buscarlo en mi trabajo.
Mencionó un hospital y me dio los datos necesarios para encontrarlo en ese lugar. La conversación terminó sin ceremonia pero igual no pude contener una sonrisa.
—¿Tan feliz te hace encontrar ese celular? —fue la rápida observación de Gabriel.
—No el celular —repuse con alegría—. Tengo un buen presentimiento con la persona que lo encontró.
—Me causaría gracia si no tuviera un problema en serio.
Una vez más siguió contándome sobre su examen.
***
Al día siguiente salí de mi trabajo temprano en busca de mi celular. De buen humor por la curiosa situación, pensaba, jugando, que el destino estaba provocando ese segundo encuentro.
El sitio era un hospital público, lugar donde me sentí un extraño. Por la posición económica de mi familia más el hecho de que trabajaba en un centro de diagnóstico privado, en mi vida llegué a pisar un hospital así. Entré y buscando me dirigí al sector de hemoterapia como tenía indicado. La poca felicidad reinaba en cada pasillo, caras serias, caras tristes, caras cansadas, mucho ruido. Cuando llegué me encontré con una puerta donde tardaron en atenderme, ahí pedí por Julián. La chica que me recibió vestía con un ambo rosa y me miró de arriba abajo por mi ropa de trabajo.
—¿Quién es usted?
—Daniel Rizzo.
Su mirada cambió a una más amable.
—El dueño del celular —señaló con entusiasmo.
Me hizo pasar a la sala con una seña, con confianza, como si me conociera, pero se fue y me dejó solo.
Me quedé observando lo frío y modesto del lugar, tuve la sensación de que a mí me daría miedo dejar que me sacaran tanta sangre en esa sala. No se podía criticar la limpieza pero la mayoría de las cosas se veían viejas y desgastadas. De repente apareció, el mismo que vi en la conferencia. Sonreí sin saber cómo saludar pero él se adelantó a todo y extendió mi celular con poca delicadeza para que lo tomara.
—Gracias —murmuré desilusionado mientras lo agarraba.
—¿Está todo bien?
—Sí. —Levanté un poco el ánimo—. Gracias por la molestia. Hubiera sido un gran problema para mí perder el celular —mentí.
Decidí arriesgarme porque sentí que no tenía nada que perder en ese lugar. Así que lo miré significativamente a los ojos sosteniendo la sonrisa.
—¿Hay alguna manera en que pueda mostrar mi gratitud?
Hubo una leve reacción de su parte, sin duda no esperaba una insinuación. Me sentí orgulloso por eso y tuve la sensación de tener el control de la situación.
—No creo que haga falta —respondió con sequedad y una expresión llena de desconfianza.
Contra mi voluntad, sentí calor en mi rostro.
Julián me despachó luego de eso y tuve que irme con más pena que gloria. Jamás me sentí tan torpe. Una vez en la calle, mandé a volar al supuesto destino.
En mi casa traté de olvidarme de la vergüenza que pasé con mi inútil coqueteo. Lo mejor era hacer de cuenta que nunca entré a esa conferencia y nunca perdí mi celular. Descartar ese día, borrarlo, y seguir con mi aburrida vida. Me bañé, comí liviano, limpié un poco y dormí temprano para cerrar el asunto.
Por la mañana, en el trabajo, sonó mi celular con un mensaje de un número desconocido para mí:
Creo que sí voy a aceptar la muestra de gratitud, si estás libre hoy.