Habían pasado algunos días cuando me sorprendí al descubrirme tranquilo, no calmado, pero sí tranquilo. Ya no huía de mis compañeros y mis ganas de comer regresaron a la normalidad. Se me veía serio pero ya no lucía recién salido de un funeral, hasta me sonreía con mis pacientes.
Así, un día, a casi dos semanas de la tragedia, me sentaba en mi escritorio haciendo un poco de pereza después del almuerzo. Pasé la hora de descanso con mis compañeros en un nuevo restaurante no muy lejos del trabajo y la comida se me había hecho pesada. Mi celular reposaba en el bolsillo de mi mochila y no recordaba si estaba encendido o no. En la puerta sonaron unos golpes, señal de que la paz se terminaba y alguien andaba en necesidad de una radiografía. Revisé mi ambo para confirmar que estuviera limpio y al abrir la puerta para recibir la ficha del paciente, encontré a Julián ahí parado.
Tomado desprevenido me asusté y me quedé helado. Él miró la sala rápidamente antes de entrar y cerrar la puerta, dejándola a sus espaldas. Yo no reaccioné.
—Perdón, tenía que verte.
Me observó con una angustia terrible. Mis manos comenzaron a temblar y el corazón me latió más fuerte de lo que latió alguna vez. No podía dejar de mirar sus ojos, su pelo, su boca, su nariz, todo mi cuerpo recordó lo que se sentía tenerlo cerca. Fueron unos segundos pero se me hizo un momento eterno; sus ojos se humedecían y mi garganta apretaba.
—Necesitaba tanto verte —susurró.
El impulso que sentí por abrazarlo luchaba con mi conciencia. Tenía que echarlo, aunque recordaba cómo lo eché de mi casa, el recuerdo parecía pertenecerle a otra persona porque en ese momento no sabía cómo hacerlo.
—Vine aquí porque no querías que volviera a tu casa ni que te llame. —Trató de componerse un poco y sonar tranquilo pero apenas lograba que su voz no temblara.
El sorprendido fue él cuando me acerqué y lo besé. Me abrazó en respuesta sin dudarlo, con fuerza y desesperación, como quien se aferra a un salvavidas, mientras comenzábamos a besarnos de manera apasionada. Me costaba respirar y me sentí mareado, lo que estaba haciendo era un error. Me engañó, lastimó sin medida y quería gritarle por la persona horrible que era él, pero mi deseo de besarlo y tocarlo fue más grande que todo eso. Quería odiarlo pero en todo el tiempo que no lo vi, solo quise estar en sus brazos.
Julián se apartó un poco para cortar el beso pero no lo suficiente para dejar de sentir su respiración en mi piel. Nos mirábamos como si hubiéramos sido separados por meses y a la fuerza. La sangre me hervía por lo que volví a besarlo, el mundo y los problemas desaparecían en sus labios, la sensación de que ese lugar, junto a su cuerpo, era el lugar donde pertenecía se hacía cada vez más intensa. Hice una pausa para respirar y en esa pausa me habló.
—Lo siento mucho.
Su corazón latía también con fuerza, podía sentirlo contra mí.
—Quiero estar contigo. —Besó mi mejilla y apoyó su cabeza en mi hombro cerrando más el abrazo—. Tenía miedo de que me echaras de nuevo.
Me aparté de mala gana, quería seguir sintiendo su calor, pero todo estaba muy mal.
—Lo que hiciste es horrible —dije despacio, con un tono de reflexión.
Era extraño pero no sentía deseos de gritarle ni de ponerme agresivo, quería volver a besarlo.
Él se apoyó en la puerta mirando mis pies y nos quedamos en un incómodo silencio.
—Me sorprende que te salieras de tu trabajo —hubo un dejo de tristeza en mi voz mientras trataba de romper la tensión del aire.
Mis ojos empezaron a arder ante una tonta pregunta que daba vueltas en mi cabeza, en el fondo sabía que preguntarlo me podría causar más dolor.
—¿La amaste alguna vez?
Nada cambiaría saber la respuesta, pero si él me dijera que ella no significaba nada, me consolaría un poco, al menos eso esperaba. Lo vi demorarse en responder.
—No —habló finalmente, pero la sencillez de su respuesta no me contentaba—. Ella era una amiga mía y pensé que si lo intentaba podría llegar a quererla. Al final lo único que pude hacer es aprender a no odiar mi vida con ella. Mi familia sí la quiere mucho —agregó lo último con pena.
Suspiré con frustración y temí por mi próxima pregunta, tanto que involuntariamente miré hacia un costado. Ya no habría vuelta atrás.
—¿Tienes... tienes hijos? —traté de sonar casual pero soné mecánico y antinatural.
—No.
Saberlo me hizo sentir un poco mejor, en mi cabeza significaba que no la quería lo suficiente para formar una familia. Después de eso el silencio volvió a caer entre nosotros.
—Quiero cambiar todo. Quiero... —dijo Julián de pronto e hizo una pausa que no interrumpí esperando que expresara todo lo que yo deseaba oír—. No es fácil para mí. Nunca me imaginé en esta situación. Pensé que podía vivir sin sentir esta necesidad.
Levantó la cabeza y vi que tenía miedo, aunque no podía deducir si era miedo de la vida falsa que ya tenía o de vivir una real.
—No quiero que me perdones pero quiero otra oportunidad.
—¿Qué? —solté confundido.
—Es muy egoísta lo que voy a preguntar y puedes decirme que no si lo deseas.
Sentí que me sonrojaba ante el riesgo al que me exponía. No sabía qué locura podría llegar a decirme y mucho menos qué locura respondería yo.
—Quiero pensar bien las cosas, replantear mi vida. Separarme. —Una especie de alivio y alegría nació en mí ante esa palabra—. No sé cómo, no sé qué hacer en realidad. —Me sonrió con tristeza—. Me siento muy perdido ahora. Por eso quiero pedirte tiempo.
—¿Tiempo?
—No puedo decirte cuánto tiempo, no me animo a asegurar nada. Tiempo para corregir todo.
La palabra tiempo se repetía sin parar en mi mente. ¿Sería un mes? ¿Dos? ¿Tres? ¿Un año?
Dos semanas se sintieron como un siglo. Fue mi turno de bajar la mirada. No entendía por qué las cosas no se resolvían de una vez, por qué todo tenía que ser tan complicado y rebuscado.