Llegó la noche esperada por mis compañeros. Me reservé el evento de Julián e hice un acuerdo con mi hermano para que me rescatara en el caso de que las cosas se pusieran raras. De los trece solo aparecimos siete: Felipe del primer piso; Fernando, Matías, Leonardo y yo del segundo; y Santiago y Emiliano del tercero. Para nosotros era normal diferenciarnos por piso como si de tierras se trataran. Tener alguien del primer piso no era común, siendo el área de laboratorio poco teníamos en común, con el tercero era comprensible, dedicados a la medicina nuclear, la mayoría fueron primero radiólogos en el segundo piso. Pero el número que me asustaba era el de los solteros, de los siete éramos tres solteros, lo que significaba que yo quedaría con dos personas que me arrastrarían a algún bar, en el mejor de los casos.
Si bien me preocupaba cómo terminaría la noche, el comienzo fue ameno. A alguien se le ocurrió que podíamos cenar en el buffet de un casino y todos los demás apoyamos la idea. Si tenía suerte, se quedarían sin dinero para ir a beber y hacer conquistas. Allí, entre hombres los modales quedaron reducidos y no dejamos de comer, mezclar platillos, jugar con los postres y alguno se animó a probar comida más exótica para romper la rutina. Bebíamos vino aunque mis compañeros solteros se limitaban a gaseosas para mantenerse frescos para más avanzada la noche. Y yo tuve que haberme dado cuenta que en algún momento se daría esa bochornosa charla entre ellos donde intercambiaban opiniones de las compañeras de trabajo. Me levanté a buscar comida un par de veces en medio de esa conversación, también fui al baño y atendí una falsa llamada telefónica. Pero no pude salir ileso. Cuando volví de mi supuesta llamada, me miraban en un silencio cómplice.
—¿Qué pasó? —pregunté haciéndome el tonto.
—¿Por qué nunca te escuchamos hablar de las mujeres? —habló Fernando lleno de curiosidad, Leonardo le golpeó el brazo por ser tan directo.
Solté una risa nerviosa y me apuré en tomar un poco de vino, el cual tomaba para luego decir como excusa que me había hecho mal e irme. Ellos se reían conmigo.
—Las chicas siempre están diciendo cosas de ti —dijo llamando la atención de todos, incluso la mía.
—¿Hablan de mí?
—Sí, dicen que nunca las miras.
Empecé a sentir calor y no por el vino, Felipe del primer piso recién estaba entendiendo la situación, un par desviaban la mirada y el resto se sonreía como si siempre lo hubieran sospechado. Observé mi copa deseando que mi jefe estuviera informado por parte de mis padres sobre mis gustos porque mis compañeros iban a hablar mucho al respecto el lunes.
—Bueno... es verdad —contesté demasiado tranquilo—. No las miro porque no me gustan las mujeres.
Levanté la vista al darme cuenta que ya no reían, estaban sorprendidos, tal vez porque no creían que yo lo admitiría. Fernando contempló al resto antes de hablar.
—Entonces no creo que te guste el lugar donde tenemos planeado ir —dijo con una leve incomodidad reflejada en su rostro.
—Pero podemos ir a otro lugar —aclaró Leonardo con rapidez, se dio vuelta a mirarme—. Pero no de los que te gustan a ti.
Emiliano del tercer piso comenzó a reírse entre dientes hasta que no aguantó la carcajada.
—No quiero ir a ningún bar ni nada de eso —confesé aún sintiéndome acalorado—. Desde esta mañana que estoy pensando cómo hacer para no ir a ningún lado con ustedes.
Las risas resonaron y sentí que volvía a respirar.
—Esas cosas tienes que decirlas apenas llegas a un lugar, así nosotros abarcamos más mujeres.
Me causó gracia el comentario y la curiosidad afloró. Quiénes sabían, si tenía pareja, cuándo se lo dije a mi familia, qué pensaba mi familia, por qué lo había ocultado. Me desconcertaba el interés y las preguntas de carácter personal, no me incomodaban pero era extraño. Supuse que se debía a que no nos conocíamos mucho entre nosotros y poco les afectaba o importaba que me gustaran los hombres.
Bebimos un poco más de vino y luego fuimos a malgastar el dinero en apuestas. Nos dispersamos y aproveché la ocasión para salir a tomar aire. Necesitaba aclarar mi mente después de ese intercambio tan raro y refrescarme de la bebida. Afuera encontré a Santiago del tercer piso fumando, quien me ofreció un cigarrillo apenas me acerqué.
—No fumo.
—Haces bien —reconoció sacándose el cigarrillo de la boca—. Es muy malo.
Di unos pasos para alejarme del humo y respiré el aire fresco.
—Todas las semanas veo pacientes con cáncer por culpa del cigarrillo. —Me di vuelta a verlo—. Pero no puedo dejarlo.
Me sonrió.
—Te volviste una novedad.
—¿Novedad?
—Sí, no van a parar de hablar de ti.
—Es verdad.
—Y eso es bueno. Ahora no tienes que ocultar nada, ni disimular, ni callar. —Él miraba las estrellas mientras fumaba con una expresión melancólica—. Me alegro por ti —agregó sin dejar de observar el cielo.
También miré las estrellas extrañado por la conversación. Volví a tomar aire.
—Ojalá otros dejaran de ocultarse —respondí afectado por el vino—. Eso me haría más fácil las cosas.
Bajé la cabeza porque las estrellas comenzaban a marearme.
—Eso suena a decepción.
Lo miré confundido, su cigarrillo ya no estaba.
—¿Quieres probar suerte con las traga monedas?
Se dio vuelta para volver a entrar al casino.
—Vamos a perder dinero —avisé mientras lo seguía.
—No lo creo. Mala suerte en el amor, buena suerte en el dinero.
Cuando entramos el ruido de las máquinas inundaba todo. Jugamos por una hora o poco más, hasta que estuvimos de acuerdo en irnos. Mis dos compañeros solteros comenzarían su cruzada y el resto nos iríamos a casa.
***
El lunes, al llegar al trabajo, todos me miraban y la mayoría no podía disimular la sonrisa. Mi jefe aguardaba en mi sala, muy inquieto y serio. Después de saludarlo me senté esperando lo peor pero él no decía una palabra, daba vueltas fingiendo revisar el estado de la sala.