Sin colores

Capítulo 16, No tan amarillo

Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue la cara pálida de mi hermano. Estaba desarreglado y él nunca salía mal vestido de su casa, sin importar qué pasara. Acarició mi frente y se dio vuelta para decirle a alguien que yo estaba despierto. Un médico se acercó e hizo controles de rutina. Me informó que estaba bien, me pidió que mantenga la calma, que no me asuste, que nada malo me había pasado. Me hizo preguntas que apenas pude responder y me aclaró que había sufrido un simple desmayo. El resto de la conversación la tuvo con Gabriel. El médico se fue diciendo que me daría el alta para que me llevaran a casa.

—¿Qué hora es? —pregunté.

—Las dos de la mañana.

Volvió a acariciar mi frente preocupado. Miré a mi alrededor, estaba en una sala de aspecto viejo, se escuchaba el murmullo de otros pacientes, en alguna parte alguien gimió de dolor.

—¿Dónde estamos?

—En el hospital.

Eso lo sabía y comencé a imaginarme a cuál hospital había ido a parar. Me senté y tiré del brazo de Gabriel.

—Tenemos que irnos de este lugar.

Trató de empujarme hacia la cama para que vuelva a recostarme.

—En un momento nos vamos, pero tienes que estar tranquilo.

Traté de razonar; a las dos de la mañana él ya no estaría en el hospital, pero aun así me sentía desesperado por salir de allí.

El médico volvió con otro compañero que también me revisó y él me dio el alta. Antes de irnos le sugirieron a mi hermano que yo consultara con un psicólogo por el ataque de pánico que sufrí.

—Ahora estás oficialmente loco —bromeó dentro de su auto.

Fuimos a mi casa y, después de cambiarme de ropa, me dejé caer en la cama. Mi hermano se acostó a mi lado.

—Dani —llamó antes de que me durmiera—. ¿Qué te pasó?

—Pasó que soy un idiota —respondí apenado.

Gabriel me abrazó.

—No digas eso.

Y me dormí inmediatamente como si no hubiera dormido en días.

Cuando desperté había mucha luz de sol en el cuarto. Seguía muy cansado y, al sentarme, mi cuerpo me pareció pesado así que volví a acostarme.

—Buenos días. —Escuché después de un rato.

Mi hermano comía pizza mientras me miraba desde la puerta.

—Siento como si me hubiera pasado un camión por encima.

—Tal vez sea el karma. Dijeron que pudiste haber atropellado a alguien.

Me tapé la cara con las manos sintiendo vergüenza.

—Lo que pasó en la calle fue toda una escena.

—Un día más en tu vida —acotó Gabriel con ese humor suyo.

Me levanté y fui a bañarme, esperando que el agua fría me ayudara a sentirme mejor. Traté de entender y buscarle una explicación a lo que sucedió en el hospital, porque la imagen de la esposa de Julián no se iba de mi cabeza, causándome una gran angustia. Y no dejaba de sentirme patético y ridículo cuando recordaba la patrulla, la ambulancia y las personas rodeando mi auto. Quería desaparecer.

En la cocina mi hermano seguía comiendo pizza y, aunque sentía mi estómago completamente cerrado, tomé una porción. También me sentí avergonzado con Gabriel.

Le conté lo que sucedió y le confesé que no entendía por qué me dio ese ataque. Guardó silencio mientras yo miraba mi porción a medio comer, con lo despiadado que podía ser, que se quedara callado señalaba la gravedad de mi situación. Me sorprendió que no me dieran ganas de llorar a pesar de la depresión que sentía, muy en el fondo de mi mente resonaba la frase de mi hermano: "te estás acostumbrando".

—¿Qué vas a hacer?

—No sé.

En realidad sí sabía lo que tenía que hacer, mi conciencia me lo decía, pero me dolía mucho reconocerlo.

***

El lunes, apenas me desperté, tomé mi celular y con mucha pena lo apagué. No quería renunciar a Julián, pero necesitaba pensar, o dejar de pensar, u olvidarme de ese catastrófico fin de semana, y sus mensajes y llamadas no iban a dejar que eso sucediera. También me forcé a dejarlo en casa para evitar la tentación de encenderlo si lo tenía conmigo. Luego le daría alguna excusa para justificar mi celular apagado porque no podría contarle que estuve en el hospital.

Imaginé que en mi trabajo comenzarían a pensar que estaba loco; un día aparecía feliz, otro día mal humorado, otro día deprimido, de nuevo feliz, luego devastado, con ganas de ser buen compañero, con ganas de no hablar con nadie, un demente.

Después de retirar mi auto del depósito municipal, lugar donde terminó por quedar en el medio de la calle, llegué a mi trabajo casi sobre la hora. Aunque no me hicieron ninguna multa, tuve que pagar por todo el tiempo que mi auto estuvo en el depósito y luego luchar por despegar un calco enorme que atravesaba la puerta del conductor con la fecha del incidente, entre otros datos.

Trabajé evitando pensar en lo ocurrido, en mi descanso seguí sacando restos del calco en mi auto y luego decidí no volver a casa, así podría mantenerme lejos del celular. Encontré un café al aire libre cerca del río, donde me senté a reflexionar mientras disfrutaba del clima cálido y la vista del agua. Aunque no había mucho sobre qué reflexionar en realidad y yo lo sabía. Mi único problema era que no quería renunciar a Julián cuando la solución a todos mis problemas era renunciar a él. Me quedé más de una hora preguntándome qué hacer, esperando que milagrosamente surgiera en mi mente otra solución, alguna alternativa. Nada se me ocurría. Con una opresión en el pecho volví a casa y al encender mi celular encontré varios mensajes, algunos de Gabriel y otros de Julián. El último mensaje de Julián preguntaba si estaba enojado con él y contesté a un celular que estaría apagado para esa hora que no lo estaba, que solo me había olvidado el celular en casa.



#44749 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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