Sin colores

Capítulo 18, No tan celeste

Cuando desperté al día siguiente fui consciente de que seguía con el dolor en el pecho; era agudo y lo sentía más fuerte al respirar. Me dolía todo el lado izquierdo hasta el hombro como si me hubiera golpeado con algo. Mi desayuno quedó por la mitad porque de a momentos se me dificultaba respirar. Me convencí de que debía ir al trabajo para no pensar en lo ocurrido el día anterior pero descubrí que también se me dificultaba conducir. Estacioné para intentar pensar con claridad ya que comenzaba a ponerme nervioso el dolor en el pecho y el aire me faltaba como cuando tuve el ataque de pánico el fin de semana. Asustado, conduje hasta una clínica cercana y con dificultad para darle fuerza a mis piernas, entré a la guardia. Sentía que la garganta se me cerraba y solo pude articular que me dolía el pecho mientras me caían lágrimas de miedo. Muy mareado, tal vez por el aire que me faltaba, me llevaron a una sala donde me hicieron varios chequeos para informarme que estaba teniendo otro ataque de pánico. Yo seguía con dificultad para hablar y me sentí ridículo por no poder controlarme ni evitar que siguieran cayendo lágrimas frente a esas personas extrañas. En la sala, vacía a mi alrededor, me hicieron muchas preguntas que me negué a responder, aunque la intención era ayudar, y dejaron de cuestionarme al ver que aumentaban mi angustia. Una enfermera se quedó conmigo intentando reconfortarme como si fuera una madre y un médico, que simpatizó conmigo por verme con el ambo puesto, considerándome un compañero, me dio en secreto un blíster de ansiolíticos. También me dieron una orden de reposo por tres días para que no fuera a trabajar bajo el diagnóstico de estrés. Miré con mucha tristeza el papel pensando que trabajar era lo único que me quedaba.

Aunque no tomé ningún calmante, me fui tranquilizando de a poco, lo suficiente para volver a manejar. Aun así me daba cuenta que no estaba en condiciones para trabajar, cada vez que respiraba profundamente sentía un pequeño dolor en el pecho y en cualquier momento lo único que evitaría un ataque de pánico serían las pastillas que me dieron. Pero fui al centro de diagnóstico a entregar la orden de reposo. Me sorprendí al ver que eran las once de la mañana, los pasillos estaban llenos de pacientes y caminé entre ellos cabizbajo hacia la oficina de mi jefe haciendo todo lo posible para que mi presencia no fuera notada.

Toqué la puerta y escuché su voz dando permiso para entrar, al verme notó que algo malo sucedía. Hizo señas para que me apure en sentarme.

—¿Qué te pasó?

Sentí el dolor en el pecho de nuevo, como si la pregunta hubiera revuelto algo dentro de mí. Saqué la orden del bolsillo y la puse en su escritorio sin saber cómo explicar lo que ocurría. Lo leyó y se volvió a mí con pena en el rostro y en la voz.

—¿Alguien te acompaña? ¿O viniste solo?

—Vine solo. Venía a trabajar y... —dudé en que tanto explicar— y no pude llegar.

Miré el suelo un poco avergonzado. De repente sentí una mano en mi hombro, sin que me diera cuenta mi jefe se había levantado y parado a mi lado.

—Vete a descansar —pidió.

Asentí y sin agregar nada, ni siquiera un gracias, me di prisa en salir de ahí, el aire me faltaba de nuevo. Quería gritar mi desdicha y llorar hasta ahogarme.

Me fui hacia las escaleras para no cruzar a nadie, el pecho volvía a dolerme con fuerza y tenía una desesperada necesidad de salir del edificio. Me abalancé contra la puerta de salida de emergencia y sentí el aire fresco del exterior. Me alivió saber que las escaleras de emergencia daban al estacionamiento, solo tenía que bajar y en segundos estaría en mi auto camino a casa, donde nadie podría ver la poca cosa que me sentía. Cuanto más pensaba en cómo me dejé usar por Julián más desesperación tenía en volver a casa. Bajé tan rápido como mi condición me lo permitía, sentí que me ardían los ojos pero no lloraría hasta llegar al auto. Para mi desgracia en el siguiente descanso me encontré cara a cara con Santiago obstaculizando mi camino. Se asustó al verme, parecía estar fumando a escondidas, y quedé medio petrificado ya que no esperaba encontrarme con nadie en la escalera, lo único que tenía en mi mente era salir de allí.

—¡Hola! —saludó animado al percatarse que no era algún jefe.

No pude responder, el aire me volvía a faltar.

—¿Estás bien?

Dio un paso para acercarse y yo di un paso hacia atrás, se detuvo enseguida al verme reaccionar así. De nuevo me mareé por lo que tomé el pasamanos para apoyarme, Santiago se acercó rápidamente.

—Estoy bien —dije con voz entrecortada rechazando su ayuda.

Intenté alejarme de él pero no resistí el dolor en el pecho y me senté en la escalera derrotado. Ahí estaba de nuevo, con lágrimas que no podía controlar. Y en ese momento tuve el bizarro pensamiento de que sería mejor comprar una nueva cama, que con cambiar las sábanas no era suficiente. Noté que Santiago estaba sentado a mi lado.

—Ya se me va a pasar —traté de asegurar pero en mi voz había todo menos seguridad.

Apoyé mi cabeza en mis rodillas, quería desaparecer. Sentí que frotaba mi espalda intentando reconfortarme pero eso hacía que todo doliera más.

Cuando se me pasó el mareo, me sequé la cara e intenté ponerme de pie, Santiago me ayudó.

—¿Estás seguro que puedes caminar?

—No, pero una vez que esté en casa voy a estar mejor.

Hice que me soltara y comencé a bajar las escaleras, él venía detrás de mí, cerca, atento a mis movimientos.

—Te llevo a tu casa —anunció sin preguntarme cuando se terminaron los escalones.

Negué con la cabeza, ya podía respirar un poco mejor, como si toda la concentración que demandó bajar la escalera sin caerme me hubiera relajado un poco. Cuando llegué a mi auto dudé en poder manejar pero tampoco podía dejarlo ahí para alimentar habladurías sobre mí en el centro de diagnóstico, eso último, como nunca, me preocupaba mucho.



#41321 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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