Sin colores

Capítulo 19, Casi azul

Quedé desorientado con lo ocurrido, lo suficiente para no saber qué sentir con respecto a todos los hechos que acontecían en mi vida. Mi cabeza se encerraba en un bucle repasando lo que me tocó vivir con Julián. Recordaba la bochornosa forma en que descubrí la verdad, con la duda persistente de que si no lo hubiera descubierto él nunca me lo habría dicho. Me preguntaba cuál fue su intención detrás de todo, qué pretendía con una mentira que en algún momento sería insostenible. También pensaba en cómo volví a creer en él cuando me pidió una segunda oportunidad y un segundo juego de mentiras comenzó. Me sentía mal conmigo mismo, me enamoré mientras él se aprovechaba. Aun así, en el fondo albergaba la pequeñísima esperanza de que al reunirnos, después de la separación, demostraría que yo le importaba, que no había sido usado para ser descartado. Cuando esa sensación me invadía me reía de mí mismo con amargura, de cómo no podía evitar seguir siendo ingenuo.

Y luego el recuerdo del beso con Santiago aparecía. Me olvidaba por un momento de lo miserable que me sentía y reflexionaba que tal vez no era casualidad que eso ocurriera al día siguiente de haber decidido separarme de Julián para tomar una decisión. La idea de que se trataba de alguna clase de señal me daba escalofríos, ya que sabía que Santiago no era una persona libre, él era parte del grupo de casados en el casino. Aunque la vida parecía burlarse de mí con ese beso, yo estaba lejos de creerlo, me parecía más un recordatorio, una advertencia.

Oculté de mi hermano que no estaba yendo a trabajar para no preocuparlo ni arriesgarme a provocar en él la necesidad de contarles todo lo que me estaba ocurriendo a nuestros padres. Aproveché mi tiempo libre para cambiar el colchón y tirar algunas otras cosas que me recordaban la presencia de Julián en mi casa y, en un momento de gran lucidez, aunque luego me arrepentí por la culpa, también tiré regalos que recibí de él. Por algún motivo meramente psicológico, recién el día que puse el nuevo colchón me dormí profundamente. Sobre mi celular tomé la decisión de bloquear su número, así no podría recibir ni llamadas ni mensajes. Al principio dudé sobre hacer eso, creyendo, una vez más de manera tonta, que él podría reaccionar con la separación y tomar una decisión rápida, pero la angustia que me causaba la falta de esa reacción fue más fuerte. De hecho, me alteraba tener la sensación de que podía aparecer o ponerse en contacto conmigo en cualquier momento, cuando lo bloqueé gané cierta tranquilidad.

Ese fin de semana me obligué a ir a casa de mis padres como solíamos hacer con mi hermano porque necesitaba evitar caer en una depresión, me di cuenta no era tan difícil mantenerme distraído y sentirme un poco mejor. Volver a trabajar tampoco fue un problema. Estaba lejos de poder sonreír pero no estaba cerca de ponerme a llorar y tener otro ataque de pánico. Pero en el centro de diagnóstico había algo que me mantenía inquieto: la presencia de Santiago. Desde mi regreso me quedé encerrado en mi sala atendiendo pacientes sin parar y saltándome la hora del almuerzo. Y mientras evitaba correr el riesgo de encontrarme con él, cada vez que pasaba por la ventana que daba al estacionamiento me descubría a mí mismo mirando con curiosidad por la posibilidad de que estuviera allí fumando. No sabía cómo enfrentarlo.

Mi jefe decidió hacerme una visita en mi sala para saber cómo me encontraba con respecto al estrés, le aseguré que estaba bien y que tenía la situación controlada, y prometí no volver a ausentarme del trabajo, promesa que él remarcó como innecesaria. Traté de sonar seguro y honesto en toda la conversación para que ningún comentario llegara a mis padres.

—Si vuelve a suceder algo así, no vengas al trabajo a traer un certificado ni nada. Quédate en casa descansando y no andes solo en la calle —aconsejó antes de irse—. Me tranquilizó saber que Santiago te acompañó a casa, no tendrías que haber venido.

Se fue antes de poder ver mi expresión de sorpresa. Supe que no podía seguir escondiéndome. Pero no junté coraje ni ese día ni el día siguiente, recién una semana después subí al siguiente piso, un poco asustado de lo que podría resultar del encuentro que tanto evitaba. En el pasillo crucé pacientes bebiendo yodo para sus tomografías, que hablaban en murmullos con sus acompañantes, algunos lucían muy agotados otros tenían un aspecto mucho peor. Prefería mi piso con movimiento, pacientes apurados y charlas absurdas. Golpeé la puerta que buscaba sin llamar la atención a mi alrededor, del otro lado recibí la respuesta de que podía pasar, la voz era de Santiago.

Entré a una sala llena de silencio, en realidad a una antesala, más adelante había otra puerta y del otro lado, a través de un vidrio, podía verse un gran tomógrafo y una persona acostada inmóvil en su camilla. A un costado de la antesala Santiago me miraba con gravedad. Cerré la puerta y me apoyé en ella.

—Hola —dijo sin cambios en su expresión.

—Hola —susurré olvidando todo lo que tenía planeado decir.

Hubo un silencio incómodo en el cual Santiago aprovechó para observar desde su posición al paciente, asegurándose de que todo seguía bien, antes de volverse nuevamente a mí, yo contemplé el anillo en su mano.

—Vine a darte las gracias por lo del otro día y devolver el gasto que hayas tenido con el taxi.

Tardó en reaccionar.

—No es necesario, no fue nada.

—También a disculparme si te ocasioné problemas en el trabajo.

Santiago suspiró, volteó una vez más hacia el paciente. Se lo veía preocupado pero, sin dudas, no por la persona en esa camilla.

—No tienes que disculparte, dar las gracias, ni siquiera ser amable —siguió mirando a través del vidrio—. Yo soy el que se tiene que disculpar. Lo que hice estuvo muy mal... en muchos sentidos.

Otro silencio se hizo entre nosotros.

—Me aproveché de tu situación. —Me miró con culpa—. Fui egoísta y si pudiera deshacer lo que hice lo haría.



#44750 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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