Sin colores

Capítulo 20, Casi violeta

El silencio fue remarcable, incomodo, intenso si era eso posible. Gabriel miraba su comida con mucha seriedad como si esta fuera responsable de lo sucedía. Almorzábamos con nuestros padres como todos los domingos y de repente, sin que ninguno sospechara lo que ocurriría, mi padre le preguntó a Gabriel si todavía seguía saliendo con Ana.

Si yo detestaba a Ana, mis padres la odiaban. Mi hermano comenzó a salir con ella unos tres años atrás y la presentó en casa como corresponde, un día del que nunca se volvió a hablar. Ana parecía simpática y amable, como toda nueva novia que quiere ganarse a la familia del novio, por lo que mientras cenábamos trataba de aprender más sobre nosotros. Fue entonces que se enteró que mi orientación sexual y su reacción nos dejó perplejos: hizo una pequeña escena donde se dio el lujo, perdiendo todo decoro, de decirle a mis padres y a mi hermano que estaban locos por aceptar algo antinatural, luego abandonó la casa ofendida con Gabriel corriendo detrás de ella. Nosotros ni siquiera tuvimos tiempo de levantarnos de la mesa en lo que sucedía todo el desplante. La mayor sorpresa fue que él no terminó con ella, aunque sí pasaban mucho tiempo peleados. Al principio mis padres se lo reprochaban pero con el paso del tiempo se fue abandonando el tema y todos hacíamos como que ella no existía, como todos en mi familia hacían cuando algo no les agradaba. Aun así, cada tanto, mi padre se acordaba y eso nunca terminaba bien.

Me imaginé que Gabriel demoraba en contestar intentando buscar las palabras correctas, al final no dijo nada y su silencio fue la respuesta. Mi madre suspiró con tremenda decepción y luego el silencio siguió un rato más.

—No planeo casarme con ella ni nada. ¡No es para que se lo tomen así! —reclamó Gabriel fastidiado, optando por discutir.

—¡Eso espero! —respondió mi padre—. Ya llevas mucho tiempo con ella para que no sea serio.

El silencio volvió y el almuerzo continuó con cierta incomodidad. Tuve la sensación de que no se dijo más por mi presencia. En otro momento yo tampoco hubiera dudado en echarle en cara a mi hermano su relación con Ana pero ya no podía, él guardaba muchos de mis secretos que serían más escandalosos que la intolerancia de su novia.

—Él puede hacer lo que quiera —dije intentando defenderlo aunque las palabras me salían más o menos forzadas. Mis padres me miraron extrañados al escucharme decir eso—. Si seguimos odiándola únicamente logramos comportarnos como ella —de alguna manera eso salió de mí, gran parte por la pena que me generaba darme cuenta que nadie apoyaba a Gabriel con su relación, ni siquiera yo que tanto le debía.

—Ella se lo merece —afirmó mi padre—. Ni siquiera es capaz de fingir como hace tu tía, que se sienta a la mesa con todos nosotros como si nada la molestara.

La idea de mi padre no era un gran consuelo.

Miré a Gabriel que exageraba una expresión y luego me dedicó esa mirada que pedía que no siga intentando convencer a nadie.

—Si tienen hijos, ¿qué crees que les va a enseñar?

El hartazgo de mi hermano fue palpable. Era muy gracioso escuchar a mi padre decir eso cuando él mismo pasó cuatro días sin hablarme al enterarse de mi homosexualidad, asegurando que alguien me lavó el cerebro.

—¿Puedo comer? ¿O tengo que irme?

—Ya déjalo en paz, no es asunto nuestro —insistí.

Mi padre nos miró ofendido por el enfrentamiento, o la falta de respeto como él lo llamaría, luego a mi madre buscando apoyo pero ella le hacía señas para que siga comiendo callado.

Después del almuerzo Gabriel se sentó solo y mal humorado en el patio, lo miré desde dentro de la casa escuchando a mi padre repetir que era un descerebrado. Pero no merecía que ninguno de nosotros le diera la espalda. Fui a llevarle algo fresco y a hacerle compañía.

—De verdad estás enojado.

No me miró pero tomó el zumo que le llevé. Me senté en otra de las sillas contemplando los árboles, preguntarle por qué seguía con ella no tenía sentido, siempre daba respuestas poco serias. Aunque me quedé preocupado pensando en lo que dijo mi padre, de que llevaban mucho tiempo para no ser serio.

—No fue un buen momento. Ana y yo estamos medios peleados.

No me sorprendía. Gabriel miraba pensativo su vaso vacío, ya no parecía enojado. Siempre me generaba escalofríos su habilidad de no demostrar las cosas que lo preocupaban y lo tenían mal, seguía con su vida, indolente, como si nada ocurriera, por lo que era difícil saber cuándo estaba pasando un mal momento. Muy distinto a mí, que me dejaba desbordar por todo lo que sentía.

—¡Tenemos que hacer algo! -anunció de repente.

—¿Cómo qué?

—Podríamos ir a un bar gay, te haría muy bien a ti, a mí me haría muy bien ver chicas besándose.

—No voy a bares gays —le recordé—. A ningún tipo de bar, y hasta donde sé, tú tampoco.

—Era broma —contestó aún concentrado en su vaso vacío, luego sonrió—. Pero sí sería divertido ver chicas besándose.

—¿Y por qué están peleados?

Gabriel pensó por un momento, decidiendo si contármelo o evadir la pregunta. Miró hacia atrás, hacia la casa, asegurándose de que estuviéramos solos.

—Ella quiere irse de vacaciones sola, veinte días. Eso no es normal. —Vi una expresión seria, rara en él—. Pienso que se está viendo con otra persona pero me lo niega. Discutimos varias veces por eso hasta que le dije que si se va "sola" de vacaciones que no vuelva a buscarme.

Dentro de mí nació la esperanza de que Ana desapareciera de su vida, me sentí culpable inmediatamente pero no podía dejar de desearlo. Estuvimos un rato más allí hasta que nuestra madre apareció con una bandeja en la que traía más zumo para nosotros.

—No vayas a enojarte con tu padre —le indicó a Gabriel—. Ya estamos cerca de las fiestas y no quiero a nadie de la familia peleado.

—¿Desde cuándo soy la oveja negra de la familia? —preguntó con sarcasmo.



#44750 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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