Mi jefe anunció que sería muy importante que todos asistieran a la cena de fin de año del trabajo y, un poco para quedar bien con él, confirmé mi presencia, aunque tenía planeado desaparecer en cuanto me fuera posible de la celebración.
El lugar elegido fue un salón cerrado con una gran terraza, las mesas eran redondas y casi todos estábamos ubicados en ellas según nuestra área de trabajo. Ese año se gastó mucho dinero en la cena, todo lo que se pudiera comer con todo lo que se quisiera beber, mozos pendientes, demasiada vajilla, mucha mantelería y un dj se ocupaba de la música, que más avanzada la noche sería reemplazado por una banda. Había un decorado navideño muy ostentoso en el salón, casi de película, para ser una cena. El director dio un discurso al cual nadie prestó atención pero sí aplaudieron. Las personas del piso donde trabajaba fuimos separados en tres mesas, algunas recepcionistas se cambiaron para juntarse con las recepcionistas de otros pisos y el área con menos gente era la administración. Mi jefe estaba en una mesa con otros médicos que tenían a cargo el personal, ellos era los únicos médicos reales de todo el centro de diagnóstico.
No me sentía muy animado para hablar pero todos a mi alrededor insistían en hablar un montón, se dedicaban a repasar anécdotas del trabajo y a reírse sin parar. El momento más lamentable para mí fue cuando alguien intentó corroborar los rumores de mi homosexualidad. Lamentable porque cuando respondí que sí, sin darme cuenta, di lugar para que se centraran en mi persona y, ayudados por la bebida, no me dejaban en paz. Mientras todos hablaban, uno sobre otro, vi a Santiago en su mesa sin participar de lo que sucedía en ella. Se lo veía callado, desinteresado de todo lo que ocurría, y comía con mucha tranquilidad. Él, en esa mesa, en todo el salón, parecía completamente fuera de lugar. De alguna forma, me sentí identificado. Tuve curiosidad por saber qué lo llevó a asistir a la cena, como la vez que fue al casino, porque no parecía ser alguien que se interesara en socializar mucho como para participar de esos eventos. Me quedé un poco abstraído y no me di cuenta de que me hablaban, al volver a la realidad escuché que me preguntaban qué miraba.
—Nada, me distraje —respondí concentrándome en la comida.
Algunos se voltearon hacia donde estuve mirando pero fingí no darle importancia hasta que, entre risas, uno de mis compañeros, Fernando, habló.
—¿Será que hay alguien que te gusta? —comentó con simple inocencia haciendo que todos volvieran a poner su atención en mí.
Mi expresión los hizo reír pero después de un par de bromas, olvidaron el asunto. Afortunadamente, los temas de conversación eran breves en el estado de exaltación en el que se encontraban pero, por si acaso, me aseguré de no volver a desviar la mirada.
Después del primer plato, las personas comenzaron a dispersarse. Iban de mesa en mesa saludando a otros compañeros, improvisando pequeños brindis, de repente algún desconocido aparecía saludaba y se iba a otra parte. Aproveché todo ese movimiento y me volví hacia la mesa de Santiago pero él no estaba. No pude evitar buscarlo con la mirada en el resto del salón, parecía haberse ido, hasta que vi la puerta que daba a la terraza y sin pensarlo me dirigí hacia allí. Afuera encontré un par de personas, Santiago no estaba entre ellas. Volví a entrar un poco desilusionado en busca de champagne, pero no quise regresar a mi mesa, le pedí a un mozo que me sirviera allí mismo, prefería mantenerme alejado del bullicio y del riesgo de nuevas preguntas. Una vez más salí a la terraza, en esa ocasión buscando un poco de silencio. Después de un rato alguien se acercó y vi a Santiago a unos metros, tímidamente levantó su copa en ademán de saludo y yo hice lo mismo. Sonreí al ver que aún no se había marchado. Luego volvió a suceder, nuestras miradas se encontraron y se sostuvieron por más tiempo del debido. Sentí un cosquilleo en el pecho y un gran deseo de vivir un momento apasionado con él, ningún pensamiento racional llegó a mi mente. Santiago se volteó hacia la puerta del salón rompiendo con el pequeño encanto.
—Bebí bastante —contó despacio—. Si no fuera por eso no me hubiera acercado.
Me arrimé sintiéndome divertido por su comentario, cuando estuve a su lado choqué mi copa con la suya haciendo con eso un pequeño brindis.
—¿Te avergüenza hablarme?
Siguió con su mirada puesta en la puerta, como si vigilara quien pudiera venir y nos escuchara conversar. No parecía borracho pero se tomaba su tiempo para reaccionar.
—Sí. Lo arruiné todo.
—No arruinaste nada. De hecho me hiciste un favor.
Eso captó su atención de forma inmediata, su mirada nuevamente estaba sobre mí. No era mi intención contarle mis desventuras pero no podía frenar mis pensamientos de convertirse en palabras por el alcohol.
—Evitaste que me diera un ataque de pánico.
Con eso hice sonreír a Santiago, no sé si me creyó o no, pero vi cierto alivio en su expresión, como si pudiera liberarse de la culpa que traía a cuestas.
No pasó mucho tiempo hasta que fuimos interrumpidos, más personas comenzaron a trasladarse a la terraza en busca de aire fresco.
—Este lugar se va a llenar —lamentó.
Su lamento me dio ánimos.
—¿Y si nos vamos?
—¿A dónde?
—A cualquier lugar fuera de esta fiesta.
Era el momento oportuno para desaparecer sin tener que dar explicaciones ni escuchar los reclamos insistentes de nuestros compañeros. Mientras cruzábamos el salón, tomé otra copa de champagne con la cual me escapé, en el estacionamiento la bebimos entre los dos y la dejamos en un costado para que no fuera oficialmente un hurto.
Él en su auto y yo en el mío, nos fuimos hacia el río. Compramos café por insistencia mía ya que no aguantaría mucho tiempo despierto y nos sentamos en un banco frente al agua oscura. Algunas personas nos rodeaban disfrutando de una noche casi de verano, a pesar de no estar solos sentí cierta intimidad por haber escapado de la cena con él. En un momento se apartó para fumar y cuando volvió a sentarse a mi lado, lo hizo mucho más cerca. Nos quedamos un rato ahí riéndonos sin parar de nuestra fuga y de todo lo que veíamos, el alcohol no nos hacía muy racionales por lo que cualquier cosa era motivo de gracia. Compartiendo algunas miradas también. Al ver pasar una pareja frente a nosotros recordé a Julián y me dio un ataque de melancolía, como si lo extrañara, y se hizo un silencio.