Sin colores

Capítulo 22, Casi rosa

La Navidad estaba llegando más rápido de lo que esperaba y me di cuenta que me pasaba los días tan concentrado en mis propias cosas que no compré ningún regalo. Por esto mi hermano y mis padres recibirían presentes elegidos a las apuradas y mi jefe un regalo después de Navidad. Afortunadamente, en algún momento, acordé con Gabriel que él se ocuparía de los regalos de nuestros primos más pequeños. Y mientras hacía mis compras, un día antes de Nochebuena, no pude evitar volver a sentir esa extraña melancolía y me la pasé observando regalos que serían apropiados para Julián, mi distracción hizo que tardara mucho en terminar mis pocas compras.

Esa noche me acosté castigándome al tratar de adivinar qué estaría haciendo él, cómo tendría planeado pasar sus fiestas, si estaría pensando en mí, si ya no le importaría nada lo nuestro y así continuaba un pensamiento tras otro. Sin saber si lo hacía por curiosidad o ansiedad, hice lo que me prometí no hacer: desbloqueé su número en mi celular. Al principio lo miré absorto, hasta que razoné que no estaría marcando mi número cada momento del día esperando ser atendido. Si lo estuvo haciendo, no lo podía saber. Lo dejé a un costado y me dormí evaluando el enviarle un mensaje por Navidad al día siguiente. Aunque una parte de mí no quería volver a tener contacto con él, otra parte quería escuchar su voz y dormir a su lado.

Pasada la medianoche me sobresaltó el tono del celular y lo miré más asustado que sorprendido sin saber qué hacer. No me tomé el tiempo para pensar qué haría si me llamaba, si me pedía vernos, si me encontraba en la situación donde él me decía que no seguiría adelante conmigo. La decepción que esperaba pero que no quería vivir. Con el sueño perdido y el corazón acelerado sentí que también sería la decepción que acabaría con todo y me liberaría. Todo terminaría y a mí me quedaría solo un vergonzoso recuerdo que no compartiría con nadie. Tomé el teléfono y mi sorpresa fue mayor al ver que la llamada era de Gabriel. Cuando lo atendí me pidió que le abriera la puerta porque estaba fuera de mi edificio. El hecho era tan raro y su voz tan llena de enfado que olvidé todo lo relacionado a Julián.

Entró evitando mirarme.

—¡¿Qué pasó?!

—Necesito quedarme esta noche —anunció sin responder—. Tengo suerte de que estés solo.

—¿Qué tiene que ver que esté solo? No respondiste qué es lo que pasó.

Se sentó en el sillón y me miró fingiendo no estar enojado, como si fuera un hecho normal que apareciera sin explicaciones en el medio de la noche.

—Porque sería muy incómodo dormir aquí si estás acompañado, tendría que haberme ido a un hotel —explicó con naturalidad.

Aunque podría haber discutido sobre su suposición de que yo estaría azarosamente con alguien, seguía sin explicar lo que más me preocupaba.

—¿Qué pasó? —insistí con firmeza.

—Ana está en mi casa juntando todas sus cosas, así que me fui para que lo haga tranquila.

Me senté en la mesita frente al sillón sin creer lo que insinuaba, después de tanto tiempo y tantas peleas terminaban.

—¿Y tú estás tranquilo? —pregunté con duda.

—Yo estoy muy bien —contestó sin demora ni titubeos—. Solamente necesito dormir, mañana tengo muchas cosas que hacer.

Tomó algo de ropa de mi armario y se acomodó en el sillón. Era evidente que no quería hablar así que lo dejé tranquilo. Me dejaba impresionado que tuviera esa fuerza para actuar como si no le importara y me pregunté qué tan acostumbrado estaría él. Cerca de las cuatro de la madrugada me desperté, era una situación inusual, me asomé a la sala y vi a Gabriel parado frente a la ventana con la mirada clavada en la calle, perdido en pensamientos, a oscuras. Estaba serio y enojado pero no triste. Imaginé que no podía dormir pero lo dejé solo y volví a mi cama.

Por la mañana el cansancio se le notaba, tenía ojeras y su expresión era grave, pero siguió actuando como si nada, fingiendo que todo era normal aunque estaba más callado. Decidí no hacerle preguntas, darle más espacio y tiempo. Volvió a tomar ropa prestada antes de irse y quedamos en encontrarnos en casa de nuestros padres para pasar la Nochebuena allí.

***

Trabajar el 24 de diciembre fue raro. Había mucho ánimo de festejo y no importaba si se cumplían con las responsabilidades o no. Los pacientes fueron escasos así que el movimiento del personal por los pasillos para saludar a sus compañeros era notorio, algunos hasta recibían obsequios. Como no me sentía muy social me quedé encerrado en mi sala pensando en demasiadas cosas. Miraba mi celular ya no tan convencido de enviar el saludo navideño a Julián, cualquiera que fuera la emoción que me hizo pensar en que era una buena idea había desaparecido. Me di cuenta que todo dependía de que tan distraída mantenía mi mente de él, el suceso con mi hermano fue más que suficiente para que dejara de parecerme racional enviarle un mensaje. Recordé que lo mismo me sucedió antes, cuando Santiago me besó, el hecho me tuvo lo suficientemente consternado como para sufrir otro ataque de pánico. Ocupé mi mañana en reflexionar acerca del funcionamiento de mi cerebro, entre maravillado y desilusionado al verme frente a esa revelación, de que mis sentimientos por Julián eran más una carga de emociones que podía manejar si me mantenía enfocado.

Al mediodía mi jefe se ocupó de ir a buscarme para participar en un brindis improvisado que harían en la sala de conferencias, la única sala en la que cabíamos todos lo empleados, aprovechando la falta de pacientes. Allí se hizo un brindis con sidra y se sirvieron unos sándwiches, en esa ocasión el jefe de recursos humanos dedicó unas breves palabras para hablar de la importancia de los seres queridos en lugar de hablar del trabajo. Los saludos fueron un poco más formales y serios que los que se hicieron en la cena de fin de año, todos se comportaban y se cuidaban de lo que decían. En medio del pequeño discurso noté que Santiago no estaba presente y su ausencia me animó a escabullirme en el medio del brindis. Los pasillos estaban casi vacíos y pude caminar hasta su piso sin cruzarme con nadie. Golpeé su puerta y sin esperar respuesta entré a una sala desolada. Habían pasado días desde la cena de fin de año y no lo vi ni busqué en todo ese tiempo. No porque no quisiera, me divertía la idea de coquetear con él, pero su compañía me agradaba mucho y me costaba decidir el motivo, me confundía. Pero con mi reciente descubrimiento de que mi mente ocupada no sucumbía ante Julián, veía más un beneficio el entretenerme con Santiago. Lo vi sentado en la camilla del tomógrafo mirando por la ventana con una taza en sus manos. Me acerqué sin que me oyera y se sobresaltó al notar mi presencia, bajó de la camilla y se sonrió al verme aunque intentó disimularlo.



#44750 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 27.11.2021

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